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Columna
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Una promesa dulce

Flagolosinas, regaliz negro con caramelo rojo en el centro, palotes de fresa y chicles Dunkin, pipas saladas y barquillo para la vuelta al trabajo, al tío vivo de los espejos rotos y los caballos cojos que gira con la música del otoño, al carrusel de los paraguas y las nubes de algodón de azúcar. Una gominola en plena reunión, escondida entre la lengua y el paladar como una transgresión inconfesable de las normas, y dale con que hay que llegar a la previsión, ¿quieres una pastilla de menta?, que acabamos de empezar y no hay que forzar la máquina, y tenemos las Navidades a la vuelta de la esquina, otra vez los juguetes y el sabor del turrón y algún tocino de cielo que es pura ambrosía y hace la vida más dulce incluso a aquellos para cuya boca no está hecha la miel.

Este otoño se va a llevar la línea nubes de fresa y nata, y tal vez los caramelos de café, porque de alguna forma hay que pasar el síndrome de la vuelta al trabajo, y ya se sabe que muchos desesperados han llegado a la pastelería un jueves por la tarde y se han metido entre pecho y espalda ocho o nueve porciones de tarta de queso para olvidar, pero también es verdad que no piden mucho, y, por otra parte, no hacen daño a nadie. Contra la desesperación, azúcar -es la consigna- y el domingo, que es el día en el que uno odia a su pareja simplemente porque al día siguiente es lunes, es necesaria una aportación extra de glucosa que facilitará el trance hacia lo que se da en llamar el mundo laboral.

En efecto, la depresión varía de intensidad según el tamaño de la tableta de chocolate que le llena a uno la boca a las cuatro de la mañana, en pleno arrebato insomne, porque no hay como un bombón huérfano en la caja o un pastel olvidado del domingo para recapacitar y pensar que la vida no es tan mala en el fondo.

Un relámpago de nata sirve para restañar las heridas de un día entero de trabajo, una juanita es buena consejera sentimental, un hojaldre relaja los nervios, y todo por una existencia más dulce. Si el ser humano fuera una galleta napolitana, se terminaría comiendo a sí mismo, sin dudarlo.

Así las cosas, como la solución al problema acarrea un gasto extra en azúcar, Zapatero ha prometido el 0,7 % del PIB para esa mitad del mundo que pasa hambre, eso sí, si gana una segunda legislatura. ¿Un caramelo para los votantes sobrealimentados que sufren de conciencia social globalizada, o un compromiso firme con quien no tiene un dulce que llevarse a la boca? En todo caso, a veces la democracia pasa por ser un pastel dulzón de buenas intenciones, y hay quien la conserva en el frigorífico para una noche de insomnio.

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