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52º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Una sobria y notable 'Horas de luz'

Manolo Matji recrea en el cine la historia de Juan José Garfia y su mujer, Marimar Villar

Ángel S. Harguindey

Cada vez resulta más estéril la división de los géneros narrativos. Existe una clara tendencia a la fusión de los mismos, al mestizaje. En el cine español es más que evidente. Películas como El 7º día, de Carlos Saura; Mar adentro, de Alejandro Amenábar, o la que ayer se proyectó en la sección oficial del certamen, Horas de luz, de Manolo Matji, tienen en común el estar basadas en hechos reales con los correspondientes añadidos que toda recreación conlleva. La ficción se funde con la realidad. Puerto Hurraco, Ramón Sampedro y Juan José Garfia son los cimientos sobre los que se han levantado tres notables películas de la cinematografía española.

Horas de luz recrea la historia de Juan José Garfia, delincuente condenado a 100 años de cárcel por haber cometido un triple asesinato, y de Marimar Villar, enfermera de la prisión donde Garfia cumplía condena. Lo que comienza siendo una simple relación compasiva y solidaria se convierte en una historia de amor que supera las diferentes barreras que las dos sociedades, las de un lado y otro de las rejas, van colocando para impedir lo que consideran antinatural. Garfia es trasladado a diferentes penales y Marimar, expulsada de su trabajo, le sigue con sus tres hijos allá donde le envíen. En la actualidad, el reo cumple condena en Córdoba y Marimar vive en Granada. Una relación sentimental en la que sólo pueden compartir unas horas al mes y que, sin embargo, se muestra sólida y segura.

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Los tres filmes españoles citados tienen aún, a mi juicio, más puntos de unión. Todo parece indicar que el trabajar con o sobre hechos reales de los que una buena parte de los protagonistas están vivos propicia un tratamiento formal en el que lo sobrio se hace dueño de la casa. No hay lugar para el exceso, pues éste lo ocupa ampliamente el propio hecho relatado. Se cuentan unas historias que se saben límite, extraordinarias, capaces de surgir sólo en los confines del alma humana, en la frontera de la desesperación. Supongo que a la hora de pergeñar las primeras líneas del borrador del guión, quienes así lo acometen están profundamente embargados por el respeto.

Y si la subdivisión en géneros narrativos hace tiempo que demostró su inutilidad, el maniqueísmo -afortunadamente- también parece cabalgar en retirada. En Horas de luz, como en El 7º día o Mar adentro, el respeto ante lo infrecuente parece exigir de igual manera el desprecio por cualquier tipo de catecismo. Malos tiempos para las dicotomías.

Manolo Matji, director y coguionista, nos ofrece un relato realizado desde la templanza, sin ocultar en ningún momento la gratuita crueldad de tres asesinatos ni la tendencia del orden establecido a aplicar una versión peculiar de la ley del talión. "Cuando visitamos el pabellón de los reclusos más peligrosos en la penitenciaria de El Dueso", escribe su responsable, "me sorprendió que las celdas fueran tan parecidas, si no idénticas, a las del presidio de Guantánamo, cuyos planos había visto en la prensa. Se han globalizado las técnicas penitenciarias para quienes infringen la ley y desafían el orden, cualquier orden, aunque sea injusto".

Y si el pasado domingo el excelente filme de Aristarain, Roma, nos mostraba a un Juan Diego Botto merecedor del premio a la mejor interpretación masculina, Horas de luz añade leña al fuego con la interpretación de Alberto San Juan en el papel de Juan José Garfia y una espléndida recuperación: la de una Emma Suárez inmejorable en su representación de Marimar Villar, dos actores que, gracias al tema elegido por el realizador y los guionistas, han podido conocer y charlar con quienes iban a recrear en la pantalla, asumiendo también el mismo respeto y moderación que el responsable último de la historia.

El segundo largometraje exhibido ayer a concurso en el certamen, Sueño de una noche de invierno, una producción de Serbia y Montenegro firmada por Goran Paskaljevic, nos remite de nuevo a una historia desesperada, protagonizada por tres seres marginales. Lazar, un serbio que regresa a su casa tras 10 años de presidio y el recuerdo pesadillesco de las escenas que vivió en la guerra; Jasna, una mujer abandonada por su marido que sobrevive a duras penas por el cariño que siente hacia su hija Jovana, una niña autista de 12 años y tercera protagonista de esta deprimente, y en ocasiones sensible, narración.

La marginación de los personajes encuentra en los desoladores paisajes urbanos y rurales su ambientación lógica. Las huellas de la barbarie bélica están constantemente presentes. La película remite en buena medida a la dilatada experiencia de su realizador como documentalista. La cámara es las más de las veces el silencioso testigo de unos seres y unos sentimientos en los que el dolor parece ser el denominador común. Técnicamente correcta, funcional, la trama tiene un final inmerecido, pues lo que hasta entonces tenía coherencia, la pierde en un desenlace torpe y precipitado. Parece que el realizador no supo aceptar, como les ocurre a sus personajes, una culminación abierta, tan desesperanzada como la propia historia que narra, y la cierra de una manera brusca y tosca. Son los inconvenientes de la ficción, en la que todo es posible y a la que se le puede perdonar muchas cosas menos la ineptitud.

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