Europa divide a Francia
El caso francés es un ejemplo vivo de la crisis desatada por la ampliación de la UE
"El aislacionismo de Francia sería un desastre total", proclama el eurodiputado ecologista Daniel Cohn-Bendit, protagonista destacado de la rebelión de Mayo del 68, que no tiene palabras suficientemente duras para denunciar el "compló de politicastro" organizado, según él, por el ex primer ministro Laurent Fabius. La militancia del Partido Socialista francés será llamada a pronunciarse en un par de meses sobre la Constitución europea y esto ha desatado una campaña casa por casa, federación por federación, en la que se suceden mítines, manifiestos, pliegos de abajofirmantes y foros de discusión en Internet, a favor y en contra de la Constitución de la UE.
Antes de que Laurent Fabius amenazara con el no, el número de militantes socialistas en contra se estimaba equiparable al que suman las dos corrientes minoritarias de izquierda, casi el 40%. Más del 60% habría asegurado un cómodo alineamiento con el sí, de no haber mediado la ofensiva desencadenada por Fabius, hasta ahora miembro del sector mayoritario. La opinión interna puede bascular, y el líder del Partido, François Hollande, ha decidido dramatizar el no e interrogar a los compañeros sobre quién gestionará sus consecuencias.
Francia es un ejemplo vivo de la crisis que vive el arranque de la Unión Europea ampliada. En uno de los países fundadores, donde el socialismo ha sido vivero de ideas y de dirigentes (Jacques Delors, ex presidente de la Comisión, es francés y socialdemócrata), se ha desencadenado una profunda desconfianza. Fabius y los suyos denuncian "una campaña de linchamiento", el intento de imponerles "el pensamiento único". Les habría venido bien aguantar más tiempo en la ambigüedad, pero ahora se ven obligados a presentar la Constitución como un golpe de gracia al modelo social francés y la consagración de la victoria del Reino Unido, el país que quiere hacer de Europa un mercado y no una potencia política.
Todos los temores al dumping social del este de Europa están ahí. Al mantenerse la fiscalidad como una materia sujeta a la regla de la unanimidad, será prácticamente imposible establecer un mínimo común denominador que impida a los países del Este atraer a las empresas con un impuesto de sociedades mucho más bajo (35% en Francia, 4 puntos por encima de la media europea, a su vez, 10 puntos más alta que la de los países recién incorporados) y unos costes salariales claramente inferiores.
Servicios públicos
Otro caballo de batalla es el de los servicios públicos: gran parte de la izquierda francesa vive como un drama cada paso hacia el desmantelamiento del sector público. Fabius tampoco acepta la unanimidad requerida para la modificación posterior de la Constitución. Argumentos no faltan, como tampoco los que le echan en cara un cambio sospechoso de actitud: a raíz de la derrota electoral de la izquierda en 2002, él mismo firmó en Le Monde un texto con los también ex primeros ministros Michel Rocard y Pierre Mauroy, según el cual "el socialismo en un solo país, evidentemente, no tiene sentido" y en el que aseguraban que "la refundación de la socialdemocracia pasará ante todo por Europa". Aseveraciones que, en el caso de Fabius, han cedido el paso a la defensa del modelo socialista francés, digan lo que digan los correligionarios europeos.
El centro-derecha en el poder contempla el fragor en la casa de enfrente. Anoche, el primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, lamentó la posición socialista a favor del no y la consideró pura politiquería. El presidente Chirac y sus cerebros (Dominique de Villepin, entre otros) defienden a Europa primordialmente como un factor moderador de la potencia estadounidense en el mundo. Para Chirac, la Constitución refuerza la política exterior y de seguridad común, lo cual es preferible a exponerse a nuevas ofensivas, como la protagonizada en 2003 por Washington, Londres y Madrid (en la época de Gobierno de José María Aznar) para dividir a la UE en política exterior.
Nadie puede contar con que Francia renuncie al arma nuclear (al que sigue dedicando el 20% de su importante presupuesto de Defensa), al derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU o a su propio despliegue diplomático; pero todo eso vale de poco sin socios. La postura del presidente francés también es frágil. Su resistencia a la invasión de Irak fue creíble no sólo porque estaba a su lado el canciller alemán, Gerhard Schröder, sino porque los dos aparecieron juntos con el presidente ruso, Vladímir Putin: ahora que este último ha adoptado la filosofía de la guerra preventiva, Chirac no ha encontrado más salida que callarse.
Las encuestas enloquecen
La cuota de popularidad del presidente francés, Jacques Chirac, ha subido cinco puntos en septiembre y se sitúa en un 54% de opiniones favorables, según aseguraba la semana pasada la revista Le Point sobre la base de un sondeo realizado por el Instituto Ipsos. ¡Ah, no!: la cuota de popularidad de Chirac ha bajado seis puntos entre agosto y septiembre y ahora sólo hay un 43% de franceses satisfechos con el jefe del Estado, afirmaba ayer Le Journal de Dimanche apoyado en un sondeo del Instituto IFOP.
En medio de tales vaivenes, es arriesgado otorgar gran credibilidad a los estudios que describen un estado de opinión en que sólo la mitad de los electores aprueba la Constitución de la UE. Las campañas políticas realmente no han empezado, y de ahí el valor de síntoma que puede tener la consulta interna en el Partido Socialista, para la que se barajan las fechas del 1 al 8 de diciembre.
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