Discurso compartido y simpático
Hay películas que, durante buena parte de su desarrollo, lucen prisioneras de sus propios apriorismos, de los elementos que se utilizan para su construcción, que se convierten en ocasiones más en pesados fardos que en eficaces ingredientes a favor de la obra. Es éste un caso de manual de este tipo de ficciones: narración de un día particularmente movido en la vida de Miguel, a pesar de su nombre, un melancólico belga, desordenado y caótico padre de una niña vivaracha (a veces demasiado vivaracha, a decir verdad) y abandonado esposo que suspira por su amada lejana, el filme de Stéphane Vuillet, nuevo en esta plaza, acumula desde su alborotado inicio un cúmulo considerable de personajes y situaciones estrambóticas y considerablemente bizarras, que mucho amenazan a su integridad artística.
25º EN INVIERNO
Dirección: Stéphane Vuillet. Intérpretes: Carmen Maura, Jacques Gamblin, Ingeborga Dapkunaite, Raphaëlle Moliner, Pedro Romero. Género: comedia dramática. Bélgica-Francia-España, 2004. Duración: 90 minutos.
Véase: una madre/abuela hispana, gesticulante e imperativa (un papel construido a la medida del talento de Carmen Maura), un hermano, Juan, que reniega de la patria de sus padres, una inmigrante ilegal ucrania que intenta escapar de la policía y que se entromete en la vida de Miguel y de su ya de por sí conflictiva estirpe, mientras busca denodadamente a su esposo desaparecido... sin contar a la policía, a un casero con malas pulgas y hasta algún que otro inspector de Hacienda. Mucho parece para una acción que se desarrolla en tan poco tiempo, de ahí que Vuillet intente imprimirle un ritmo tan alocado como, en ocasiones, extenuante: hacia la mitad de su duración, estamos un poco hasta la coronilla de las vicisitudes de unos héroes tan atolondrados como, en el fondo, excéntricamente cómicos a su manera.
Lo que hace que la película no naufrague irremisiblemente puede resumirse en un par de aspectos para nada desdeñables. Uno, que una vez que nos hemos acostumbrado a su ritmo, la peripecia que el filme ordena se nos hace casi incomprensible, y lo mismo nos da que la madre de la vivaracha no regrese nunca que contemplar a Juan vestido de torero en medio de un prado y entre un rebaño de vacas. O dicho de otro modo, que terminamos solidarizándonos con el destino de las atribuladas, pero en el fondo encantadoras criaturas. Y dos, un punto de vista sobre la emigración, la mezcla cultural y la tolerancia que resulta estimulantemente pertinente. Por eso el filme termina enganchando y construyendo un discurso tan compartible como simpático; de ahí, tal vez, el éxito que ha tenido en cuanto festival internacional le ha abierto sus puertas.
Babelia
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