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Más de veinte muertos y cien heridos en combates en el centro de Bagdad

Un helicóptero de Estados Unidos mata a 13 civiles al disparar contra una multitud

Ramón Lobo

Bagdad amaneció ayer en una zona de guerra: lanzamiento de 12 granadas de mortero contra la zona verde -donde está la Embajada de Estados Unidos y las oficinas del Gobierno-; tres coches bomba en diversos barrios de la ciudad y varias horas de intensos combates en la céntrica calle Haifa. Al menos 24 personas resultaron muertas, y más de 100, heridas. Se trata de la peor jornada en meses que pone de manifiesto la incapacidad de Estados Unidos y de las autoridades locales para controlar Irak a cuatro meses de las elecciones.

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No fue la temida rebelión de Bagdad, sólo parecía un ensayo: la capital se despertó a las 4.40 (dos horas menos en la Península) en medio de fuertes explosiones. En la calle Haifa, que dista 500 metros del hotel Al Mansur (antiguo Meliá) y un kilómetro de la zona verde, los insurgentes mantuvieron una guerra urbana con tropas norteamericanas apoyadas por vehículos blindados Bradley y helicópteros. La policía cortó el tráfico, como si un maratón fuese a pasar por ahí. Algunos civiles caminaban despreocupados por las aceras, sin emboscarse, de las esquinas surgían curiosos y sobre el asfalto se divisaban centenares de zapatos abandonados en la desbandada.

Cuando la lucha amainó tres horas después, tras el alba, un Bradley fue alcanzado, tal vez por una granada anticarro o por una mina. Sus cuatro ocupantes, ligeramente heridos, fueron evacuados. Entonces, una muchedumbre surgió de la nada y comenzó a bailotear jubilosa junto al carro en llamas. Celebraban la victoria: "Alá es grande". Un helicóptero disparó un misil para destruir el Bradley y evitar su saqueo. Son, al parecer, las reglas de combate. Trece de los 24 muertos perecieron en ese ataque, dos de ellos niños. Todos eran civiles desarmados, según los testigos. Entre los fallecidos se halla el productor palestino Mazen Tomeizi, de la cadena televisiva Al Arabiya, alcanzado por los fragmentos del misil mientras filmaba a la gente, imágenes que pudieron verse en varios canales árabes. "Me estoy muriendo", dijo mientras se desangraba. Un camarógrafo de Reuters y un fotógrafo de la agencia Getty, ambos locales, resultaron heridos. Una treintena de periodistas e intérpretes han perdido la vida en Irak desde marzo de 2003.

Ciudad atemorizada

No fue el único incidente grave en una ciudad atemorizada. Una docena de granadas de mortero cayeron en el interior de la zona verde, la más fortificada de Irak. Los puntos de lanzamiento están en la calle Haifa. Al parecer no hubo víctimas, pero tres cayeron al otro lado del Tigris, en el aparcamiento de la Embajada francesa. Su objetivo era el hotel Sheraton (repleto de contratistas de Estados Unidos). También hubo tres coches bomba, cuando la media es de uno cada dos días. Uno explotó en el barrio de Ameriya, al oeste: mató a dos policías y a un niño de 12 años. Otro, junto a la mezquita de Ibn Taymita, que causó la muerte de un civil y heridas a 13; su objetivo, un convoy norteamericano. Un tercero trató de estamparse en una entrada de la zona verde, pero los guardas abatieron a tiempo al suicida y el coche explosionó si causar daños. Y un cuarto trató de volar sin lograrlo la puerta de la prisión de Abu Ghraib, cerca de Bagdad. En el sur de la capital cinco personas perdieron la vida cuando un proyectil cayó en la terraza de su casa, donde dormían para defenderse del calor sofocante y de la escasez de electricidad.

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El Gobierno iraquí y las autoridades estadounidenses presentaron los hechos como una reacción desesperada; una prueba de que están venciendo a la insurgencia tras la ofensiva lanzada para recuperar algunos enclaves. Pero la realidad es contumaz ante la propaganda: 10 muertos ayer y 40 heridos en Ramadi, vértice oriental del triángulo suní; Faluya, a 50 kilómetros de Bagdad, y Talafar, en el norte, siguen en manos insurgentes; y en Samarra, una bomba colocada en una carretera mató a tres personas. Tropas iraquíes apoyadas por Estados Unidos entraron otra vez en Latifiya y Mahmudiya, 30 kilómetros al sur de la capital, operación que puede poner en riesgo de nuevo la liberación de los dos periodistas franceses. Al menos 42 personas murieron ayer en diferentes ataques en Irak.

El primer ministro interino, Ayad Alaui, cuyos índices de popularidad rozan el 2%, aseguró ayer desde Basora que la insurgencia ha asesinado a 3.000 iraquíes y herido a 12.000. Las cifras de los diplomáticos extranjeros son otras: desde que el Gobierno provisional recibió la soberanía teórica han perecido unos 1.500 iraquíes y 130 soldados estadounidenses, esto incluye atentados y la represión de las revueltas de Nayaf y Faluya.

Iraquíes junto a un blindado Bradley, incendiado durante los combates en la céntrica calle Haifa de Bagdad.
Iraquíes junto a un blindado Bradley, incendiado durante los combates en la céntrica calle Haifa de Bagdad.AP

Insurgencia y crimen en la calle Haifa

En un día normal, la calle Haifa está atascada por un tráfico denso y desordenado, donde un alboroto de bocinas exige abrirse paso a empellones. Parece una avenida más de esta caótica Bagdad, sin un peligro aparente. A ambos lados de sus seis carriles de doble dirección surgen bloques de hormigón que simulan ser viviendas modernas y confortables: edificios grises, descuidados y sombríos de 15 o 20 plantas que Sadam inundó de familias de funcionarios, militares y miembros de sus servicios de seguridad. Esa primera línea es sólo un escaparate de falso progreso: en las calles traseras bulle la miseria entre aguas estancas y pestilentes. En Bagdad se le considera una zona baazista y peligrosa.

En una ciudad de más de cinco millones de habitantes, un paro superior al 50% y 10 horas rácanas de suministro eléctrico, en el mejor caso, lugares como Sorja se han transformado en cuevas de Alí Babá donde anida el crimen organizado; otros, como Shula, son vivero de insurgentes. Pero en Haifa, cerca del río Tigris, se reúnen ambas especialidades: delincuencia e insurgencia, que se nutren del descontento y la pobreza creciente. Esa cooperación es más mercantil y práctica que ideológica, pero fabrica pequeños héroes para el barrio: cuadrillas de delincuentes de jóvenes dieciochoañeros, y menores aún, reciben una paga de hasta 400 dólares al mes por atacar a los convoyes norteamericanos o buscar occidentales a los que secuestrar y extorsionar.

La céntrica Haifa (que equivale en Bagdad a la calle de Velázquez de Madrid o a la Diagonal de Barcelona) dista un kilómetro de la zona verde, donde se halla la gigantesca Embajada de Estados Unidos y las oficinas del Gobierno interino. Desde Haifa, los insurgentes disparan con toda impunidad sus granadas sobre la legación estadounidense y sobre la otra orilla del río, donde se yerguen los hoteles Sheraton y Palestina, cada vez más copados por una cohorte de mercenarios a sueldo mínimo mensual de 15.000 dólares y contratistas varios.

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