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Columna
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Crónica

Vuelve al público la agonía de los astilleros de Sevilla y Cádiz, en larga batalla por sobrevivir, y es desoladora la realidad que describía este periódico el martes pasado: en Cádiz no queda ni un barco en reparación (como si los barcos fueran hoy increíblemente fuertes y no se rompieran nunca), el último encargo de Puerto Real ya está listo y navegando en pruebas, y en San Fernando terminan ahora de fabricar el último transbordador. No hay más contratos. Puesto que los talleres auxiliares de la industria naval también se paran, la vida de toda la comarca sufre una transformación preocupante, en peligro de bancarrota.

Así que es comprensible la vehemencia con que los trabajadores se toman el asunto. Los sindicalistas de la planta de Sevilla se encerraron en el Ayuntamiento: pedían encargos de trabajo, contratos. Pero el coste de fabricación de un barco sería mucho más alto que su precio, dice la sociedad estatal propietaria de los astilleros, y uno cree entender que el número de contratos ha de ser mínimo para que la ruina sea menor, aun cuando sin contratos el desastre será absoluto. En esta situación de sinsentido, hubo un motín de trabajadores en el Parlamento andaluz, con insultos muy desagradables a Chaves. El presidente de la Junta rechazó la demagogia y el populismo, y, con populismo y demagogia, si esto no es una redundancia, lanzó una frase hecha y una declaración de guerra: "No se me caerán los anillos por pelearme con quien sea necesario para defender los astilleros".

Los gobernantes apelan, para explicar sus pasos, a la mala herencia del Gobierno anterior. Pero todo es herencia en un sistema en el que se van sucediendo distintos Gobiernos y partidos. El PP se encontró con la herencia de los socialistas, y los socialistas con la herencia del PP: con el estado del Estado, por decirlo así. Para administrar esa herencia mejor que sus rivales los distintos partidos se ofrecen a los votantes. El problema es que hay diferencias entre los programas electorales y las soluciones reales de Gobierno que presentan luego los partidos. Y no creo que mientan los candidatos. Les calienta la sangre la proximidad del fervor público, el aplauso probable, y se ven salvando los astilleros. Y juran teatralmente que los salvarán.

No todo es ruina en los astilleros. El mercado militar es un éxito. Son militares el 97% de los encargos, fragatas y submarinos, y la cosa irá bien hasta dentro de ocho años, por lo menos. Uno no sabe si temblar o alegrarse. La situación mundial es militar, horriblemente militar, y parece que ya se preveía en 2000, cuando aumentaron los pedidos, antes de que empezaran las guerras. El ambiente es de violencia, y, a nivel local, veo fotos de los trabajadores de los astilleros, soliviantados en el Parlamento, destrozando señales viarias, cortando carreteras y trenes. Prometen repetirlo todos los días. Queman contenedores de basura y neumáticos y vallas. Destrozan farolas. Hacen lo mismo en Gijón y en Sestao. Cortan el puente de Carranza en Cádiz. Parece que el único método de lucha obrera es castigar bíblicamente a toda la población.

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