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Dalí despliega su pintura inquietante y provocadora en el corazón de Venecia

El Palazzo Grassi presenta la gran antológica del pintor ampurdanés, con más de 300 obras

Los amantes y los críticos de Dalí ya tienen la exposición a partir de la cual comenzar a debatir sobre la importancia de la obra pictórica de uno de los artistas españoles más populares y polémicos. Como se esperaba, la gran antológica que hoy inauguran los Reyes en el Palazzo Grassi de Venecia reúne lo mejor y más brillante que dio el pintor a lo largo de su longeva existencia. La exposición, que agrupa más de 300 obras procedentes de 130 colecciones de todo el mundo y ha sido coorganizada por la Fundación Gala-Dalí, comienza por su última obra y plantea un viaje cronológico al revés por la siempre inquietante pintura del artista, que la comisaria, Dawn Ades, ha agrupado por temas.

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Titulada simplemente Dalí, la exposición, que estará abierta al público desde el 12 de septiembre al 16 de enero, tiene muchos aciertos. El más evidente es la oportunidad de ver reunidas casi todas las grandes obras del artista, pero incluso en el caso de las piezas menos conocidas es asombroso cómo todo parece ser imprescindible. Se diría que nada faltara ni sobrase, ni siquiera los pequeños collages que asoman aquí o allá o los bocetos que van punteando el recorrido. También se agradece el hecho de que hay muy pocas intervenciones del personaje Dalí, lo que permite al visitante concentrarse en lo que aquí es esencial, su pintura, sin distraerse con sus excentricidades, por muy divertidas o lúcidas que éstas puedan resultar. De hecho, el arquitecto Óscar Tusquets, autor del montaje, se ha contenido mucho y sólo ha escenificado una pintura del artista en el patio de entrada al palacio, donde ha colgado del techo, divididas por grandes lienzos blancos, grandes esculturas coloristas de una granada, un pez y dos tigres extraídos del cuadro Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar (1944). Tusquets también ha situado monitores sobre las puertas de algunas salas, con fragmentos de entrevistas a Dalí relacionadas con el tema que se aborda en la estancia.

El recorrido comienza con unas pocas fotografías de Philippe Halsman, y, junto a la cronología, el último de los cuadros que pintó el artista, en 1983, La cola de la golondrina, una obra inspirada en la "teoría de las catástrofes" del matemático René Tom, al que Dalí admiraba especialmente. Es un inicio extraño, en el que el visitante se enfrenta a las últimas obras del artista, en las que se mostraba más interesado por los misterios de la materia que por los de la mente. De todas formas, aunque la exposición pretende reivindicar el último Dalí, no lo hace de manera militante y se incluye en este periodo una cuidada selección de obras de los años cincuenta y sesenta, con muy pocos ejemplos posteriores.

"El descubrimiento más trascendente de nuestra época es el que ha hecho la física nuclear a propósito de la constitución de la materia. La materia es discontinua y toda experiencia válida en la pintura moderna sólo puede y debe partir de esta única idea", escribía Dalí en los años cincuenta en su panfleto Los cornudos del arte moderno. La manera en que él intentaba visualizar esta discontinuidad se aprecia en las primeras salas a través de obras como Cruz nuclear (1952) o Naturaleza muerta viva (1956). Otro tema recurrente de sus últimos años, el religioso, está también presente en una sala que incluye, por ejemplo, las dos versiones que realizó el artista de La Madonna de Port Lligat.

Se pasa después a la sala que preside la majestuosa Estación de Perpiñán (1965), que cierra el ciclo del Ángelus de Millet -tema al que se dedica más adelante otra sala con las primeras obras sobre este cuadro que estuvo en la base de su famoso método "paranoico-crítico"-, y a la vez reúne sus obsesiones en torno a los oscuros vericuetos del inconsciente y la ciencia. Dalí consideraba que la estación de Perpiñán era el centro del universo -en 1963 tuvo allí una "revelación cosmogónica"-, y lo cierto es que el matemático René Tom le confirmó que precisamente en aquella zona habían chocado millones de años antes las placas tectónicas de España y Europa...

Como sucede siempre con Dalí, cada obra puede ser fruto de muchas interpretaciones y está realizada precisamente para inquietar y provocar estas múltiples lecturas. Tras pasar por el ámbito dedicado a las transformaciones de los cuerpos en arquitecturas, común en su obra, que cuenta con piezas como el curioso Retrato de la señora Isabel Styler-Tas (1945), se llega a uno de los epicentros de la exposición, la sala dedicada a las obras relacionadas con la guerra. Es la única pintada de color diferente, rojo, y en ella destaca la famosa Construcción blanda con judías hervidas. Premonición de la guerra civil (1936), que parece anunciar la monstruosidad de la guerra en abstracto, sin preguntarse sobre las razones o los bandos que se enfrentan. Una actitud tal vez amoral o apolítica, que comienza a reivindicarse y está en la base también de la ambigüedad de las otras piezas que la rodean, como Violeta imperial (1938) o El enigma de Hitler (1939).

Las ilusiones ópticas y un apartado documental, pequeño pero jugoso, cierran el recorrido de esta planta. En la superior, el visitante comienza con tres retratos de Sigmund Freud, la gran inspiración de Dalí, para pasar a los espacios dedicados a las imágenes dobles, sus pinturas de inspiración metafísica y romántica, y la joya de la exposición, la sala de pequeño formato que reúne detallistas pinturas de un tamaño que en su mayoría no supera los 30 centímetros. Desde El espectro del sex appeal (1934) hasta El arpa invisible (1932) pasando por una serie de retratos de Gala que resultan una auténtica delicia. Una sala de cine proyecta de forma continuada Le chien andalou y los objetos surrealistas están presentes también en una vitrina que cuenta con su famoso teléfono langosta y el sofá original con los labios de Mae West, de 1938. Se inicia aquí el Dalí más conocido o, al menos, el más celebrado. El surrealista de obras como El gran masturbador (1929), El enigma del deseo (1929), El asno putrefacto (1928) o Cenicitas (1928). El recorrido inverso dedica también una sala a sus obras de influencia picassiana, a sus primeros escarceos con las vanguardias, a sus primeros retratos de joven, protagonizados casi siempre por su propia familia, y a los muchos paisajes de Cadaqués realizados aún de adolescente. Más de uno, llegado a este punto, hará el recorrido a la inversa para comprobar de nuevo cuánto se parece siempre Dalí a sí mismo, siempre virtuoso en la técnica y tortuoso a la hora de visualizar los sueños de la mente o los enigmas de la materia.

Dos visitantes, ayer, ante <i>Construcción blanda con judías hervidas. Premonición de la Guerra Civil</i> (1936), obra de Dalí expuesta en Venecia.
Dos visitantes, ayer, ante Construcción blanda con judías hervidas. Premonición de la Guerra Civil (1936), obra de Dalí expuesta en Venecia.ASSOCIATED PRESS
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