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Reportaje:

"La tormenta se lo ha llevado todo"

Los vecinos recogen los restos del temporal y esperan ayudas para hacer frente al desastre

El camino de La Patà es una galería animada de cómo una tormenta con vientos fuertes convierte en menos de una hora en un devastado paisaje los jardines, las huertas, los columpios, los porches, los tejados, las ventanas, las casas enteras. "Aún no he podido reaccionar. Pensé venir con mis hijos a pasar el fin de semana. Pero no lo hicimos. El sábado, temprano, me acerqué desde Valencia a ver cómo estaba esto. Nunca imaginé qué me iba a encontrar. El viento ha destrozado el frontón, se ha llevado vigas y tejados, la tierra no podrá dar naranja ni en cinco años, voló la escalera que subía a las terrazas, venció el muro de piedra. Dos de mis perros murieron, los otros dos estaban muertos de miedo". Eugenio Soler y su hermana Elisa recorrían ayer palmo a palmo las 120 hanegadas de una finca que desde hace 40 años ha sido parte de la vida de la familia, en el ocio y el negocio. Decenas de palmeras de más de 10 metros de alto han abierto en canal una tierra roja en la que se amarraron raíces desde hace décadas. Ni robles, ni pinos, ni naranjos soportaron el vendaval. Ni las persianas, ahora coladores acribillados por el granizo, ni la escalera de hierro, ni el frontón, ni las paredes, ni las cubiertas de las naves resistieron la embestida de un viento dispuesto en rachas de casi cien kilómetros por hora. Sólo la casa, de muros de piedra, permanece erguida, lesionada, eso sí, en su parte más alta. Los cables de la luz quedaron a la intemperie. "Ni se adivina cómo pudo ser esto", dice Elisa, que a cada paso repara en un destrozo más, que enseña a sus amigos, los que han ido a echarles una mano, dónde están las cosas. "No me lo explico. El viento se lo ha llevado todo y aquí no ha venido nadie. Les hemos llamado. Pero no pueden, dicen. Sólo la policía local ha hecho acto de presencia y para decirme que retire las piedras del muro caído de la carretera y que todo esto tendremos que arreglarlo solos. Así se hacen las cosas aquí en Valencia", repite Eugenio.

Y como en su casa, en otras tantas se sumaban las manos para ordenar, al menos, los restos del desastre. "Pero lo estamos haciendo como podemos, aquí no ha venido nadie. ¿Qué hacemos con este árbol centenario que el viento empotró en el muro? ¿Cómo lo cortamos? ¿Adónde llevamos los rastrojos? Ni el Ayuntamiento ni nadie ha venido siquiera a ver cómo estamos. Nos han abandonado", explican Vicent y Alfonso, un matrimonio que ayer, con ayuda de cuñados, intentaba evacuar pinos y palmeras que rompieron vallas protectoras y escaleras, que agrietaron en techo del baño y se colaron por las ventanas.

A pocos metros de su casa, la familia de Lola (hijos, yernos, nueras, sobrinos, hermanos, cuñados y amigos) improvisaba cómo apañarse en el jardín, especialmente para sacar palmeras y pinos arrancados de cuajo que impedían el acceso a la casa con motosierras varias y cualquier herramienta contundente que troceara madera centenaria. "Estábamos mi marido y yo en la cama cuando estalló la tormenta. Nunca, y tengo ya muchos años, he vivido algo así. Sólo pensaba que si algo nos tenía que pasar que fuera a los dos a la vez", relató Lola.

Con lo suyo a cuestas lamentaba lo que vivían los vecinos de al lado. La casa contigua la habita un matrimonio con sus dos hijos en régimen de alquiler desde hace 14 años. Cinco pinos cayeron sobre la casa, otros dos cerraron el camino de salida. La mujer no deja de recordar que se fue a dormir "sobrecogida por la luz cegadora que anunciaba la tormenta el viernes por la noche". Su marido agradece que unos amigos fueran a sacarles de la casa y les acogieran para pasar la noche. "Ahora solo puedo pensar que estábamos todos dentro y no nos pasó nada, un milagro".

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