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Columna
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La obstinada excepción cultural

Todos sabemos que la publicidad le ha hecho a la comunicación dos regalos envenenados: la redundancia -todos ofrecen el mismo producto- pero con una envoltura de antagonismo -con el fin de que se crea que se trata de dos objetos totalmente distintos-. Lo que inevitablemente produce confusión y perplejidad. En el tema que encabeza esta columna, cuando parecía que comenzábamos a ver más claro, las cosas se echaron a perder el sábado pasado, con la publicación de dos artículos -"Límites y nuevo horizonte de la excepción cultural" y "La cultura contra los excesos del mercado"- ambos en tres páginas de este diario. Mucho papel en vano para que no nos enteremos ni siquiera de las líneas principales de la Convención sobre la Diversidad Cultural que la Unesco discutirá en una reunión internacional los próximos 20-25 de este mes, después de haber sido examinada en tres reuniones de expertos independientes, entre diciembre de 2003 y mayo de 2004. Por cierto, que en uno de los artículos mencionados se reitera la pretendida afirmación de Jean Monnet de que si hubiera que volver a comenzar la construcción europea, él comenzaría por la cultura. Como ha reconocido posteriormente Hélène Arwheiler, en su tiempo rectora de la Sorbona, fue ella la que en un acto en el paraninfo lanzó esta frase poniéndola en boca de Monnet, que luego fue recogida por el presidente Mitterrand y por la prensa, incorporándose de esta manera al patrimonio de las brillantes falsedades.

La base de los apoyos de la futura Convención ha sido la Declaración Universal de la Unesco sobre la Diversidad Cultural, adoptada en noviembre del 2001 por la Conferencia General, que reposa en los cuatro grandes soportes ideológicos y culturales siguientes: la reivindicación del pluralismo cultural; el respeto de los derechos humanos; la promoción de la creación y la creatividad; y la solidaridad internacional. Estos soportes son, según la Unesco, los componentes de una nueva ética capaz de establecer una paz duradera y un desarrollo sostenible. Ahora bien, para que esta estructura de principios y valores sea realmente efectiva, es necesario que asuma la forma de una Convención internacional que venga a enriquecer el arsenal de instrumentos normativos de que se dispone ya en el ámbito intergubernamental y en particular en el Consejo de Europa y la UE y, desde hace apenas un año con la vuelta de los EE UU, sobre todo de la Unesco.

Merece subrayarse la incorporación a este anteproyecto de órganos y mecanismos para asegurar su aplicación y seguimiento, de modo especial el Comité Intergubernamental, que comprenderá 18 Estados miembros y se domiciliara en la Unesco, así como el desarrollo de un sistema de solución de controversias que intervendrá en la interpretación y aplicación de la Convención. El lector sabrá perdonar la presentación inevitablemente tediosa que acabo de imponerle sobre el estatus y funcionamiento de la próxima Convención. Pero era necesario para que pudiéramos ver con claridad y precisión en qué se diferencian Excepción y Diversidad cultural. Pues si es evidente que la primera puede negociarse bilateralmente, no lo es menos su mayor dificultad para convertirse en un instrumento común realmente internacional. Es más, dado que a quien queremos incorporar a un régimen internacional común que nos reúna a todos es a EE UU, no podemos recurrir al mismo mecanismo de la excepción que dicho país utiliza constantemente para eximirse de las obligaciones internacionales que aceptan los demás. Hasta hoy, EE UU ha escurrido ya el bulto de ocho convenios. De aquí la importancia que tiene, en el anteproyecto, la pormenorizada mención que se hace de las obligaciones internacionales que asumen los Estados parte por el hecho de suscribir la Convención. Ese denso mallaje podría ayudarnos a recuperar la condición internacional de los grandes Estados (China, EE UU, Arabia Saudí, Rusia, etc.) cada día más evasivos, a la par que les hiciera adictos de la diversidad cultural.

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