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Reportaje:ESCAPADAS | Románico de la sierra de Pela

Puerta abierta a la Edad Media

Tres preciosas iglesias del siglo XII jalonan un circuito en coche por el remoto norte de Guadalajara

La de Pela es la misma sierra pelada, remota y fronteriza por la que, en 1081, el Cid desterrado salió de Castilla y entró en tierra musulmana, cual era entonces la de Guadalajara. Un siglo después, sin moros ya en la cresta, los agustinianos fundaron el monasterio de Santa Coloma de Albendiego, y a su calor, brotaron media docena de aldeas en las que pocas cosas han cambiado desde aquellos días, ni para bien ni para mal.

Es tan pura su atmósfera medieval, que hasta el Titi, que abastece semanalmente estas soledades con su camión frigorífico, se anuncia soplando una trompetilla, como si fuera vendiendo indulgencias en lugar de salmonetes.

Tampoco han cambiado las llaves de la iglesia de Santa Coloma, que las guardan y las prestan en el único bar de Albendiego, con la total seguridad de que ningún forastero va a marcharse llevándose por descuido en el bolsillo dos hierros como espetones para asar ciervos. Ni lo ha hecho el camino de acceso, que es de tierra elemental, ancho lo justo para que pase un coche, y está bordado de cruces de arenisca y de choperas que contrastan con la aridez de los páramos calizos circundantes. Es el camino que cualquiera elegiría para irse, una vez saldadas todas las cuentas, de este mundo.

La risueña aldea de Cantalojas guarda las puertas del hayedo de Tejera Negra

Quizá por eso, junto al templo, yace el cementerio del pueblo. De piedra bermeja, como las cruces del calvario, es la iglesia de Santa Coloma, cuyo elemento más llamativo es un ábside semicircular con tres altos ventanales cerrados por celosías de piedra tallada.

Por estas ventanas caladas -que más parecen labor de encajeras que de canteros-, se cuela en la única nave una luz espectral, propicia para iluminar los más misteriosos misterios, como que unos señores se reunieran aquí cada tres horas, día sí y día también, hasta el fin de sus vidas, para loar al Creador del variado universo. O como que en el rincón más yermo y recóndito de la cristiandad creciera esta exquisita flor románica.

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Es la luz de la Edad Media. Saliendo de Albendiego por la carretera que enhebra los dos Condemios, el de Abajo y el de Arriba, se llega en un amén a Galve de Sorbe.

El castillo de los Estúñiga, del siglo XV, con tremenda torre del homenaje cuajada de garitones y matacanes, señorea este pueblo que, no contento con ser el único de Guadalajara que posee picota -columna para colgar a los ajusticiados-, tiene otra -dos, mejor que una-, más pequeñita, como de juguete, junto al parque infantil.

Tras pasar de largo por la desviación a Cantalojas, risueña aldea que guarda las puertas del hayedo de Tejera Negra, se presenta Villacadima, ruinosa aldea sin calles pavimentadas y sin vecinos, a excepción de los cuatro emigrados que vuelven en verano y los fines de semana. Entre ellos, Lola, que es quien, sin pedir nada a cambio, enseña la iglesia de San Pedro, su portada con arquivoltas de decoración geométrica -insó-lita en el románico- y sus grandes arcos que llegan hasta el suelo que, sin que nadie la vea, barre Lola.

Un par de kilómetros más adelante, hay que doblar a la diestra, por la carretera de Atienza, para hallar en mitad de un páramo lunar, a casi 1.400 metros de altura, el pueblo de Campisábalos, cuya iglesia parroquial es otra perla del románico rural.

En ella, además de un ábside plagado de canecillos con escenas de caza y un atrio de solemnes arcos semicirculares, puede admirarse, decorando la fachada de la capilla del caballero San Galindo, una representación escultórica de los 12 meses del año con sus correspondientes faenas agrícolas. A esto, los que saben, le llaman mensario.

Ya a punto de cerrar el círculo de la ruta, aparece Somolinos. Aquí no hay iglesia románica, pero hay una gran laguna en forma de media luna donde se remansa el recién nacido Bornova y hay los barrancos fantasmales, llenos de cornisas y desplomes, por los que Ruy Díaz de Vivar, con 12 de los suyos, entró en las tierras moras de Guadalajara al sonar la hora del destierro. Pura Edad Media.

Dulces y licores de conventos

- Cómo ir. La sierra de Pela (Guadalajara) dista 175 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Barcelona (A-2) y por la CM-1011 (antigua C-204) hasta Sigüenza, para luego seguir por la CM-110 hasta Atienza y Albendiego. Aquí comienza la ruta descrita, de unos 50 kilómetros, enlazando Condemios de Abajo y de Arriba, Galve de Sorbe, Villacadima, Campisábalos y Somolinos.

- Qué ver. Iglesias románicas de Albendiego, Villacadima y Campisábalos: las llaves las tienen en los pueblos y la entrada es gratuita.

- Alrededores. En Atienza (a 18 kilómetros de Albendiego): museos de San Bartolomé y de San Gil. En Bustares (a 22 km): ermita del Santo Alto Rey. En Cantalojas (a 24 km): hayedo de Tejera Negra. En Grado del Pico (a 26 km): manadero del río Aguisejo.

- Comer. El Mirador (Atienza; tel. 949 39 90 38): el mejor de la comarca, con platos como los hongos de la sierra, la ensalada de jamón de jabalí y el cabrito a la pastora; precio medio, 30 euros. Fonda Molinero (Atienza; tel. 949 39 90 17): establecimiento centenario, especializado en asados. Hostal Nuestra Señora del Pinar (Galve de Sorbe; tel. 949 30 30 29): cocina casera, 15 euros.

- Dormir. Molingordo (Somolinos; tel. 949 30 78 07): antigua fábrica de papel a orillas del Bornova, con nueve apartamentos para 3, 4 o 6 personas; fin de semana, 134-165 euros. Casa de los Gatos (Condemios de Abajo; tel. 949 30 32 97): vivienda de 1850, recién restaurada, con seis habitaciones con hidromasaje, grandes ventanales, chimenea, jardín y biblioteca; doble, 54-77 euros. Valdicimbrio (Cantalojas, tel. 949 30 30 52): junto al hayedo de Tejera Negra, con sauna, bicis y huerto ecológico; doble, 55 euros.

- Compras. Deconvento (Doctor Layna Serrano, 7; Atienza): dulces de monjas y licores de frailes.

- Más información. En Internet: www.dguadalajara.es y www.guadalajarainteractiva.com

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