Choque de especies
La mezcla de animación e imagen real en el mismo plano de una película nunca ha fructificado del todo. A pesar del avance de las técnicas informáticas, cada vez más sofisticadas, cada vez más realistas, la unión entre fondos naturales y dibujo de personajes siempre tiende en mayor medida hacia la colisión que hacia la compenetración. Ese choque resultaba singular en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis, 1988), la más convincente de las tentativas hasta la fecha, pero incluso una animación tan segura como la de los Looney Tunes ha acabado fracasando cada vez que se ha rodeado a incuestionables estrellonas como Bugs Bunny, Correcaminos o el Pato Lucas de estrellitas de carne y hueso procedentes de Hollywood. Garfield es el enésimo intento en la materia y, una vez más, el gato les ha salido rana.
GARFIELD
Dirección: Peter Hewitt. Intérpretes: Breckin Meyer, Jennifer Love Hewitt, Stephen Tobolowsky. Género: infantil. Estados Unidos, 2004. Duración: 75 minutos.
Los fans de las tiras cómicas creadas por Jim Davis saben que en la desfachatez de su protagonista reside uno de los grandes secretos de su éxito. El gato más perezoso de la historia, habitante perpetuo e irredento del mejor sillón de la casa, no es sino un trasunto del vago que todos llevamos dentro. Sin embargo, Garfield, la película ha reducido al mínimo el tono cáustico del tebeo original. El guión es de una ingenuidad aplastante y el tono melifluo de la relación sentimental entre Breckin Meyer (el dueño del gato) y Jennifer Love Hewitt (la veterinaria) no es más que un empacho de algodón dulce de feria.
Quizá temerosos de que la audiencia infantil no entendiese del todo las gracias, los creadores (encabezados por Peter Hewitt) han querido basar el filme en unas cuantas chiquilladas de niño de cinco años. Tan ñoña como aburrida, Garfield sólo está recomendada para quienes no hayan pasado aún de la tercera cartilla.
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