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61ª MOSTRA DE VENECIA

Decepciona el retrato de Spielberg del "rostro hostil" de Estados Unidos

Tom Hanks sólo proporciona algunos momentos brillantes en su papel sobre sir Alfred en 'La terminal'

Enric González

El pobre Merhan Karini Nasseri, más conocido como sir Alfred, ha inspirado ya dos películas. La segunda, La terminal, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Hanks, prometía mucho. Pero ofrece muy poco. La historia de un hombre burocráticamente bloqueado en la sala de tránsitos internacionales de un aeropuerto se convierte, en manos de Spielberg, en un relato de dulzor metálico, sacarináceo, decepcionante. La película abrió ayer la Mostra y suscitó un silencio piadoso en la sala y comentarios más o menos sarcásticos entre la crítica.

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"La misión de Hollywood es hacer sonreír a la gente cuando se vive una época difícil"

El nuevo director de la Mostra de Venecia, Marco Müller, ha planteado la edición número 61 del festival del Lido como un acontecimiento capaz de atraer a públicos muy diversos. Anoche hubo fiesta inaugural y cena de gala de esmoquin obligatorio restringida a unos pocos elegidos; más adelante, habrá festejos populares en la playa. Algo parecido ha intentado hacer Muller con la programación. ¿Que la selección de los filmes admitidos a concurso había acumulado fama de elitista y de vaciar cualquier platea? Pues ahí está, para empezar, una pieza destinada a recaudar millones.

Spielberg sabe filmar. Y su amigo Hanks, con el que ya ha realizado otras dos obras como director (Salvar al soldado Ryan y Atrápame si puedes), más otra como productor (Castaway), es un actor de extraordinaria solvencia. Ambos proporcionan momentos brillantes en la primera mitad de La terminal, cuyo arranque es vigoroso y traza un terreno de juego esperanzador.

Estamos hablando de un producto orientado hacia la campaña navideña y hacia un público familiar y, por tanto, con unas reglas concretas. Hay resbalones, porrazos contra puertas de cristal y, en general, mucho humor físico.

El director de La lista de Schindler reconoce haber echado mano de la herencia de Jacques Tati para resolver la tarea, y se nota.

Tom Hanks construye su personaje con minuciosidad, hace filigranas con el supuesto acento ruso-balcánico-báltico (procede de un imaginario país de la Europa oriental) e incluso logra las facciones abotargadas atribuibles a alguien nacido y crecido a la sombra de un telón de acero. Luego esconde al personaje y se viste de Tom Hanks, o de Jimmy Stewart contemporáneo, y conecta el piloto automático, porque a esas alturas la película ha derivado hacia ámbitos que sólo un gran pesimista consideraría previsibles.

17 años

Merhan Karini Nasseri, el hombre que inspiró la historia, lleva 17 años residiendo en la terminal internacional del aeropuerto parisino Charles de Gaulle. Un día, en un control de pasaportes, le dijeron que su país de origen, Irán, le había retirado la nacionalidad y era, por tanto, apátrida. No podía volver a Irán, ni podía entrar en Francia. Debía quedarse en tránsito indefinido. Y se quedó.

Cuando este cronista le conoció, hacia 1995, ya era universalmente conocido como sir Alfred en el aeropuerto, por su porte distinguido, su discreción y su condición de rey indiscutible del lugar: los demás iban y venían, volvían a casa al concluir la jornada, embarcaban, salían; él estaba siempre ahí, en su banco, a mano derecha del McDonalds.

Hoy ya podría haber abandonado el aeropuerto porque el Gobierno iraní está dispuesto a devolverle nacionalidad y pasaporte, pero ahora sir Alfred ya no quiere. La gente le invita a comer, el servicio de limpieza le tiene la ducha a punto a primera hora de la mañana, el quiosco le ofrece lecturas variadas (habla bastantes idiomas) y siempre hay alguien con quien charlar.

La primera película inspirada en su caso, En tránsito (1993), con Jean Rochefort y Marisa Paredes, no fue un gran éxito. En el segundo intento, avalado por lo más potente de Hollywood, no se ha descuidado ningún aspecto técnico. Empezando por el escenario. Steven Spielberg se hizo construir una terminal de aeropuerto de tamaño real, el mayor set utilizado jamás, y lo rellenó con miles de extras. No había límites. Salvo en el guión.

Spielberg asegura haber hecho un filme sobre los inmigrantes y haber mostrado "el rostro hostil hacia el exterior" de Estados Unidos después de sufrir los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ambas cosas son muy discutibles.

Insustancial

Un personaje de la película no es, ciertamente, todo lo tierno y simpático que podría ser, y otro maneja su vida de forma errónea, pero si el "rostro hostil" de Estados Unidos se limita a eso, el mundo ha estado muy equivocado estos últimos tres años. En cuanto a los inmigrantes, no son más que caricaturas de fondo para la exhibición de Hanks, para las peripecias sentimentales de su personaje, Víktor, con la azafata interpretada por Catherine Zeta-Jones, y para sostener puntualmente el interés de un relato que desciende hacia lo insustancial.

Según están los precios de los cines y de los billetes de las líneas aéreas de bajo coste, cabría plantearse la alternativa de acercarse al Charles de Gaulle, sentarse al lado de sir Alfred y pasar dos horas conversando con él. Ya saben: si no está junto al McDonalds, allí mismo se puede averiguar su paradero. Nunca se va demasiado lejos.

Steven Spielberg (a la izquierda) y Tom Hanks, en la Mostra de Venecia. 

/ ASSOCIATED PRESS
Steven Spielberg (a la izquierda) y Tom Hanks, en la Mostra de Venecia. / ASSOCIATED PRESS
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