Pasión por la Ñ
El clima de Málaga es un reclamo para los extranjeros que quieren aprender español
En el primer apartado de un examen tipo test aparece la pregunta ¿Qué hora es? Las respuestas a elegir son: "a las once", "son las once" y "es la once". En un aula con alumnos de ocho nacionalidades distintas, un sueco no sabe qué responder en su primer día de clase. La prueba servirá para conocer su nivel de español y adaptar así su aprendizaje. La Asociación de Escuelas de Español para Extranjeros en Andalucía (AEEA) calcula que unos 50.000 foráneos estudian castellano en la comunidad andaluza, de los cuáles 30.000 lo hacen en Málaga.
La Universidad de Málaga (UMA) lleva desde 1947 dedicada a la enseñanza del castellano. "Es la segunda más antigua después de la de Salamanca" afirma Salvador Peláez, coordinador de estudios del centro universitario. Los jóvenes se acercan al idioma por razones académicas, trabajo o placer pero en la elección de la ciudad depende mucho el clima y el carácter de la gente. "Mi país es todo nubes y estás deseando ir a un sitio con sol. Además, aquí puedes charlar con la mujer que vaya a tu lado en el autobús", señala Michaela Zoller, una alemana de 21 años. Después de una docena de visitas, la estudiante ha acabado tan enganchada que quiere quedarse a vivir en España.
Alrededor del 60% de los extranjeros que estudian español en Andalucía son mujeres y la edad media es de 24 años. Las nacionalidades varían según las modas y la situación económica de cada país. Hasta hace poco, los más viajeros eran los países nórdicos como Suecia, Noruega o Finlandia. Este año ha habido un descenso en el número de alemanes, debido a la recesión económica, y cada vez es más frecuente ver estudiantes procedentes de países de Europa del Este y China. Según Peláez, "los franceses y los italianos son los que más se integran; a los nórdicos les cuesta más trabajo".
Entre las escuelas privadas de Málaga, Malaca Instituto es una de las más antiguas. La danesa Ida Willadsen la fundó en 1971. "Todo ha cambiado, cuando llegamos no había nada y la idea de estudiar en el sur decían que era una locura porque se hablaba andaluz". Según la propietaria, a partir de los años ochenta comenzó el boom de las escuelas. Con el paso de los años la oferta se ha ampliado: excursiones, sesiones de cine, cursos de cocina, golf, sevillanas o salsa para acompañar cerca de cuatro horas de clases teóricas al día. "Los japoneses se apuntan a todo", afirma la directora gerente del centro, Alicia López. El centro de Willadsen cuenta con 15 cursos diferentes que incluyen incluso clases especiales para personas mayores.
- Malaca Instituto. Información en el 952 24 32 42 o en www.malacainstituto.com
- Universidad de Málaga. Información en el 952 27 82 11 o en www.uma.es
Estudiantes llenos de tópicos
Los profesores de español para extranjeros coinciden en afirmar que los alumnos vienen cargados de tópicos. "Muchos creen que un banco cierra al mediodía porque nos vamos a dormir la siesta y que somos siempre impuntuales. Le enseñamos la realidad del país para que eliminen estas imágenes", señala Salvador Peláez, coordinador de estudios de la Universidad de Málaga.
Koray Birsen, es turco y tiene 21 años, está aprendiendo español porque lo necesita para trabajar en la empresa de exportaciones de su padre. "Lo que más me gusta es la vida nocturna, la playa y las calles antiguas", afirma.
El concepto de fiesta es uno de los principales inconvenientes para captar clientes en Málaga. "El ocio de la Costa del Sol no es precisamente la mejor imagen que se le puede dar a una familia inglesa que quiere mandar a sus hijos a estudiar", señala Ida Willadsen, fundadora de la escuela privada Malaca Instituto.
Un extranjero se gasta entre 300 y 2.000 euros en educación (dependiendo del tipo de curso elegido), un gasto al que tiene que sumar lo que invierte en alojamiento, comida y ocio.
A pesar de su fama, el español no parece complicado de aprender. Diane Yameogo, una estadounidense de 21 años, no sabía ni pedir agua y ahora se defiende bastante bien después de seis semanas intensivas. "Para mí, escribir es más fácil que hablar, al llegar no comprendía nada y además la gente habla muy rápido", dice mientras elige cuidadosamente las palabras.
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