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Reportaje:

Los nuevos 'empresarios vascos'

Un grupo de inmigrantes relata cómo ha logrado montar su propio negocio en Euskadi en busca de una vida mejor

A finales de junio, el País Vasco acogía a 31.302 extranjeros con tarjeta o autorización de residencia en vigor, según las estadísticas del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, de las que quedan fuera los alrededor de 15.000 inmigrantes que se calcula que viven en situación irregular. Los últimos datos oficiales registran a 22.504 trabajadores extranjeros afiliados y en alta laboral en la Seguridad Social. Entre ellos está un reducido grupo que ha logrado montar su propio negocio. Estas son las experiencias de algunos ubicados en San Sebastián, donde el paisaje urbano se viene tornando más plural desde hace un par de años, y en Bilbao, donde el asentamiento de inmigrantes es anterior.

- Volver a nacer. Dadey Pineda es colombiano y tiene 40 años. Abrió su primera pizzería en Bogotá a los 16 y seis años después sumaba cuatro y un bar. Sus negocios fueron prosperando y llegó a tener hasta 54 empleados. Pero la crisis económica hizo mella en su país y decidió "poner solución". Tras barajar varios destinos, por recomendación de unos compatriotas, recaló en Bilbao, donde terminó montando una pizzeria.

Al principio le resultó difícil empezar como empresario y tuvo que emplearse en la construcción. Tenía "el Cristo en la espalda" por ser colombiano, la gente no creía en mí", recuerda. Se puso como límite un año para prosperar y lo logró. Hace dos años y medio se hizo cargo de una cafetería en la calle Matico y tiene dos empleados. "Llegar acá fue volver a nacer", comenta.

- Falta de libertad. A sus 45 años, Bacar Baldé, natural de Guinea Bissau, es dueño de un negocio de comida africana en Bilbao, ciudad a la que llegó hace ocho años, aunque hace quince que emigró a Europa por "motivos políticos". En su país era policía judicial. Le iba bien económicamente, pero el sistema político y la forma de vida no le gustaba. Asegura que a su tío le hizo desaparecer el Gobierno y que él nunca tuvo libertad de expresión ni conoció los derechos humanos. Su primera parada en el Viejo Continente fue Portugal, "naturalmente", por ser el país colonizador de Guinea Bissau. Después se fue a Alemania, porque alguien le dijo que allí se ganaba más dinero. En ambos países trabajó como carpintero, lo que le permitió ahorrar el dinero suficiente para montar el negocio que tiene en la calle San Francisco.

- Un punto de encuentro. Corría febrero de 2000 cuando la joven Virginia Arellano llegó de su cálido Ecuador a San Sebastián, animada por la presencia de una amiga en la ciudad. Todavía no ha olvidado el frío de aquella fecha. "Me congelaba", comenta, mientras atiende a los clientes que se acercan al locutorio que regenta desde hace dos años, en un local de alquiler, en el barrio donostiarra de Amara. Virginia, quien ahora tiene 29 años, llegó sola en busca de "una vida mejor". Su primer trabajo fue como empleada de hogar, un puesto con contrato que le permitió legalizar su situación en el país. Luego, ya con su madre y su hija en la ciudad, cambió al sector de hostelería.

Pero en su cabeza rondaba la idea de montar un locutorio. "Siempre me pareció una idea interesante, porque cuando llegué a San Sebastián había muy pocos latinos, pero poco a poco han ido llegando más", recuerda. Y es que a sus compatriotas y vecinos "les gusta que la persona que les atiende sea más o menos de su país, que entienda de cosas", señala la joven, a quien los clientes le preguntan "un poco de todo, sobre los papeles, los trabajos...". El locutorio se convierte en un "punto de encuentro", donde no faltan la conversación y los amigos.

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- Emigrar pasados los 50. Isabel Cuello, de 54 años, y su marido, Carlos Cuello, de 57, tomaron hace poco menos de dos años "la difícil determinación" de dejar su ciudad, Buenos Aires, y trasladarse a San Sebastián, donde abrieron un restaurante de comida argentina, el mismo negocio que explotaban en su país. "A nuestra edad nos resultó bastante dificil emigrar y dejar la patria, la familia, los amigos...", resalta Isabel. Tenían además sus "dudas", no querían "quemar las naves", por lo que dejaron allí funcionando su restaurante a manos de un familiar, añade la mujer.

Fue ella la que abrió el camino. Vino a visitar a su hijo, quien ya se encontraba en la capital guipuzcoana, y se topó con la oportunidad de alquilar un local en la céntrica calle Blas de Lezo. "Estaba nuevo. Había funcionado como bar, pero cerró", apunta. Tomó la decisión con su marido "por teléfono". El matrimonio logró el permiso de trabajo y residencia bajo la fórmula de "inversores extranjeros", lo que requirió presentar "un proyecto del negocio" que recibió el visto bueno de los gobiernos vasco y central. "Lo aceptaron porque suponía reabrir un local cerrado y crear puestos de trabajo", indica Isabel. "Los clientes responden. Eso justifica el desarraigo, porque nos vinimos nada más que con las valijas y un poco de plata", destaca.

- Laberinto de papeles. Dolores Chica, de 39 años, y Sacarías Pincay, de 42, sueñan con sumarse a sus compañeros de página, pero no es fácil. Este matrimonio ecuatoriano emigró a Bilbao hace cuatro años aconsejado por unos amigos. Querían un mejor nivel de vida para ellos y sus tres hijos. Sacarías trabaja en una pastelería, donde gana 800 euros al mes, un dinero insuficiente para mantenerse, pues pagan 600 euros por el alquiler de su piso. Por eso quieren poner un negocio propio. Les gustaría una pollería. Dolores dejó precisamente de trabajar para iniciar los trámites. Desde entonces está en un "laberinto de papeles". "Ando como pelota", dice enojada. Tiene que darse de alta en la Seguridad Social, pero no puede porque aún no tiene el local. Para que se lo alquilen necesita un préstamo del banco, que no se lo facilita si no tiene la licencia de autónoma...

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