Quince años después
Estoy convencida de que la fortuna de esta novela se debe, ante todo y en primer lugar,
a la acogida que le deparó una generación concreta de lectores españoles, que coincide más o menos con la mía. Por encima de las reacciones contrarias que cristalizaron en la cruzada que algún periódico madrileño y conservador desató contra mi humilde persona -"No te puedes figurar la envidia que me das", me decía Juanjo Millás cada vez que nos encontramos en aquella época-, más allá del presunto escándalo que ciertos líderes de opinión radiofónica intentaron propagar sin demasiado éxito, aquellos lectores acogieron la historia de Pablo y Lulú como una crónica sentimental de su propia generación, una crónica radical y hasta exagerada en algunos aspectos, pero también universal en otros. Creo que esa lectura generacional amplió de forma decisiva el horizonte de la novela, que llegó a muchas personas que ni frecuentaban entonces ni han vuelto a frecuentar después la literatura erótica. Los motivos de que ahora mismo la novela siga llegando a lectores mucho más jóvenes, adolescentes del siglo XXI, son más difíciles de entender, hasta el punto de que no me siento capaz de desentrañarlos, pero si para ellos no vale la lectura generacional, más allá de las batallitas político-festivas que sus padres puedan contarles en las sobremesas de los domingos, mucho menos vale la lectura del escándalo, a estas alturas de lo que algunos pretenden que ya es la no historia.
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