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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Del cajista a la lectora

Juan Caramuel fue una de las personalidades más curiosas de nuestro siglo XVII: el Syntagma apareció en latín en el cuarto tomo de su Theologia Moralis fundamentalis (Lyón, 1694). ¿Nuestro primer tratado sobre la imprenta, una obra teológica? No extrañará, puesto que para el Concilio de Letrán "esta invención más se debe a la inspiración divina que al ingenio humano".

Caramuel tenía gran experiencia editorial ("desde el año de 1618 vengo tratando con impresores"), de modo que cuando se aburre de acarrear datos de segunda mano sobre la historia de la escritura empieza lo bueno. Primero viene su distinción entre la impresión continua (estampación de una plancha) y la discreta ("varios elementos, con diversos tipos en cajetines independientes", es decir, la propiamente gutenberguiana).

La obra recorre un sinfín de temas: impresión bicolor, uso de cursivas en nombres de obras, tipografía de títulos y subtítulos, e incluso los índices; contra quienes los critican "porque han hecho a los teólogos ociosos e ignorantes: quienes leían antes toda la Biblia, desisten ahora de este trabajo, fiados de las concordancias", afirma su bondad: "Hoy en día un aprendiz logra lo que a duras penas alcanzaba antes un sabio". Trata también las licencias y otros requisitos legales de impresión de los libros, incluido el caso de los que "no se imprimen por estar muerto el Autor, y no aver herederos, que traten dello, y entonces podrá seguramente imprimirle el Impressor por razón del bien común". Tampoco escapan a su escrutinio las erratas. El genio de Caramuel brilla en la discusión sobre "Si los que trabajan en la imprenta pueden hacerlo los días de fiesta". En la imprenta había cajistas, que componían textos, e impresores, que entintaban y manejaban la prensa. Para Caramuel, "lo mismo vale escribir o transcribir con caracteres trazados por mano propia como con tipos de plomo fundidos por otro", y por tanto los cajistas (como notarios o transcriptores de sermones) podrían trabajar en festivo, a diferencia de los impresores. La obra concluye con unas consideraciones sobre la dedicatoria, de modo que desde los umbrales del texto hasta la salud espiritual de quienes lo escriben o difunden, nada se escapa a la perspicacia de Caramuel... Resueltas la composición e impresión, los libros siguen su camino y acaban en el cofre de un lector

... o lectora.

Es imposible dar cuenta en breve espacio de la riqueza del libro de Cátedra y Rojo, Bibliotecas y lecturas de mujeres, pero baste saber que su punto de partida son los inventarios (sobre todo por testamento) de posesiones de mujeres en la Valladolid del siglo XVI. En estos conjuntos, con frecuencia heteróclitos asoman aquí y allá algunos libros. Estas parcas noticias que se desprenden de la revisión de inventarios se ven compensadas por la variedad de sujetos sociales que aparecen a través de ellos. No estamos aquí ante los habituales datos sobre miembros de las élites, sino que vemos las posesiones de viudas de médicos o comerciantes, y hasta una esclava.

Deducir las prácticas reales de lectura a partir de la simple posesión de ejemplares con frecuencia mal identificados es una tarea hercúlea, que los autores llevan a cabo con tiento, sensibilidad y un gran despliegue de conocimientos sobre el mundo del libro coetáneo. El volumen contiene numerosos inventarios, con lo que estudiosos futuros podrán ampliar esta notable investigación.

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