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Columna
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En compañía de animales

Llegaron el verano y las vacaciones, la promesa azul de las playas lejanas y el río a veces mortal de los coches cargados de sueños y equipajes; y, como todos los años, han llegado las noticias que hablan de los animales abandonados: perros que deambulan por los bosques o las autopistas; reptiles que viven oscuramente en las cloacas y estrambóticos peces tropicales que nadan por los estanques de la ciudad o son arrojados a los lagos. Una auténtica plaga.

Un día, alguien cree ver un cocodrilo en un embalse, uno de esos seres enormes, con bocas espantosas en las que hay dientes suficientes como para ponerle las teclas a seis pianos y cuya voracidad es tan terrible que serían capaces de comerse, de un solo bocado, dos terneras y a Manuel Fraga. Otro día, algún coleccionista suelta en la sierra a tres mapaches que pronto serán tres mil; y, ayer mismo, un pescador del pantano de San Juan se encuentra en su red con una piraña que, sin duda, antes de ser al mismo tiempo liberada y sentenciada, fue la perla del acuario de algún pisaverde: ¿se imaginan las fiestas de su dueño? Y, desde luego, para terminar esta breve antología de nuestro humilde bestiario, se acordarán del caso de una mujer que, el año pasado, mientras se cepillaba los dientes en el aseo de su casa, vio salir una serpiente pitón de su retrete. Supongo dos cosas: la primera, que los jueces habrán sentenciado al simpático amante de los animales exóticos que la tiró por el desagüe a comérsela rebozada; y la segunda, que la víctima no habrá vuelto a lavarse los dientes sin llevar al hombro un fusil Kaláshnikov.

Pero, sin duda, lo que hacen los amantes de los animales cuando los abandonan para irse de vacaciones es, sobre todo, un síntoma y una demostración. Porque, en el fondo, lo que algunos de ellos le hacen a sus mascotas cuando las tiran, ¿no es, exactamente, lo mismo que, antes de tirarlas, le hacían al resto de las personas: faltarles de un modo escandaloso al respeto? No sé si los perros, por poner un ejemplo común y vistoso, son el mejor amigo del hombre en general, pero de lo que estoy seguro es de que son el espejo del alma de ciertas personas con las que, tras una minuciosa observación, sólo he sido capaz de encontrar una diferencia: unos se rascan con las patas de atrás y otros con las de delante. Por lo demás, son idénticos.

Lo han visto mil millones de veces y van a ver de nuevo ya mismo, en cuanto regresen a Madrid y salgan, en su primera mañana de otra-vez-todo-esto, a comprar el periódico: para entonces, los caritativos amantes de los animales ya habrán sacado a pasear a sus perros y sus aceras serán lo que son todo el año: un reguero de inmundicias. Porque, ¿cuántos propietarios recogen del suelo lo que dejan en él sus perros? No cuántos dicen que lo hacen, sino cuántos lo hacen de verdad. Muy pocos.

A la gente le gustan los animales, les hacen compañía. Algunos pueden llegar a pagar seis mil euros por una especie más o menos exótica, como el macaco indocumentado, procedente de Tánger, que requisó este lunes la policía en las cercanías del aeropuerto de Barajas. Otros se conforman con un perro y con convertir la ciudad en una gigantesca letrina. Y además quedan bien: qué buena persona, cuánto quiere a su perrito, cómo lo alimenta de bien y, sobre todo, qué limpio lo lleva. Hay que ver.

Yo creo que el Ayuntamiento debería tomarse, de una vez por todas, este problema en serio, y tomar medidas severas y eficaces contra los bondadosos sinvergüenzas que crean, día a día, un vertedero a la puerta de sus vecinos. Que, como alguna vez se ha anunciado que se haría, se haga un registro obligatorio del ADN de los perros, se analicen las heces abandonadas en las aceras o los parques y se multe sin piedad a los vándalos cagacalles. O que sus dueños instalen baños para perros en sus casas. Lo que sea, menos hacer de la ciudad un basurero.

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Me parece muy bien que te multen por pasarte diez minutos en la plaza del aparcamiento, para eso están los parquímetros; pero ¿por qué no le pasa nada al que llena la ciudad de excrementos insalubres? ¿Cuál de las dos cosas es más grave? ¿Por qué la primera infracción la vigilan y regulan tantos y la segunda no la controla nadie? Es una pregunta que ya no puede quedar un minuto más sin respuesta. Estamos en el siglo XXI, aunque algunos animales sigan en el XV.

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