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Reportaje:

Píldoras en el banquillo

El juicio contra un chico de 12 años que asesinó a sus abuelos suscita el debate en EE UU sobre el nexo entre antidepresivos y violencia

Christopher Pittman dice recordar todo de aquella noche de 2001, cuando a los 12 años mató a sus abuelos y huyó: la sangre, el fogonazo de los disparos, las voces que le metían prisa, incluso el chirrido de los detectores de humo de la casa de Chester (Carolina del Sur) que acababa de incendiar. "Algo me repetía: hazlo, hazlo", resumiría al psiquiatra forense.

Ahora Christopher se enfrenta al cargo de homicidio en primer grado. La decisión de un fiscal local de procesarle como adulto puede encarcelarle de por vida. La acusación le retrata como asesino acorralado y la defensa dice que cometió los crímenes por una reacción al antidepresivo Zoloft.

Ese tipo de estrategia defensiva, usada otras veces, raramente tiene éxito. Y muchos expertos médicos no creen que haya un nexo entre los antidepresivos y los actos de extrema violencia. Pero el caso Pittman atrae especial atención por ser uno de los primeros que suscitan un debate en EE UU sobre la idoneidad de esa medicación en niños y adolescentes.

En los últimos meses la FDA (agencia estadounidense del medicamento) ha examinado ensayos clínicos que indican que algunos niños y adolescentes a los que se suministró antidepresivos pensaron en el suicidio e intentaron cometerlo más que los que sólo tomaron placebos.

El caso Pittman es un campo de batalla. Pfizer, fabricante del Zoloft, apoya a los fiscales. Abogados de Houston y Los Angeles, con experiencia en numerosos pleitos contra Pfizer y otros laboratorios, se han unido al equipo defensor.

Pfizer declinó que sus ejecutivos o abogados fuesen consultados en este reportaje. La empresa declaró previamente que ningún organismo oficial ha hallado nexos entre el Zoloft y los comportamientos suicidas u homicidas. El Zoloft es del mismo grupo de inhibidores de serotonina que el Seroxat o el Prozac.

Cuando Christopher fue a vivir con sus abuelos, parecía que ello le daría estabilidad. Se sentía abandonado por su madre, y la relación con su padre, que le crió en Florida, estaba enturbiada. "Nunca tuve una buena vida, mi madre real me dejó cuando tenía dos años", dijo Christopher al psiquiatra. Este experto sugiere que el chico entró en barrena cuando sus padres intentaron reanudar su relación en 2001, sólo para romper de nuevo. Christopher amenazó con matarse y fue hospitalizado. Le recetaron Paxil (Seroxat). Pero siete días después su padre le envió con los abuelos.

En Chester, un doctor le dio Zoloft, el más extendido de los antidepresivos. A las pocas semanas, Christopher se peleó en el autobús escolar y los abuelos le amenazaron con devolverle a su padre. A la mañana siguiente, estaban muertos.

Meses antes, un abogado convenció a un jurado en Cheyenne (Wyoming) de que el Seroxat había impulsado a un hombre, a los dos días de tomarlo, a matar a su mujer, a su hija y a su nieta antes de suicidarse. GlaxoSmithKline, fabricante del fármaco, fue condenada en 2001 a pagar 6,5 millones de dólares a la familia. La empresa informó en 2003 a las autoridades de EE UU y del Reino Unido de la incidencia del Seroxat en planes o intentos suicidas de adolescentes. El pasado abril, en California, un hombre fue absuelto de tentativa de asesinato al fallar el jurado que el Zoloft le impedía ser dueño de sus actos.

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