El corte de mangas
Esta fotografía corresponde al momento en el que Venus pasó por delante del Sol en medio de una gran excitación colectiva, hace ahora dos meses y pico. Lo recuerdo muy bien porque hice como que el fenómeno me había emocionado muchísimo para no parecer raro. Llevo desde pequeño fingiendo que me conmueven cosas que me traen sin cuidado, así que tengo práctica. Lloré la derrota del Real Madrid en la última Liga como si la hubiera sentido de verdad y ahora llevo una temporada aparentando interés por el IV centenario del Quijote. Si no te enganchas a las emociones colectivas, te vas quedando fuera de la realidad y tarde o temprano te tienes que pegar un tiro. El problema es que no sé dónde conseguir una pistola. Está también la bolsa de plástico, pero me da claustrofobia. En cuanto al gas, no sé cómo manipular el calentador para que suelte anhídrido carbónico. Todo son coartadas.
El caso es que me encontraba en casa de unos vecinos con los que simulo tener desde hace años una amistad entrañable, cuando pusieron por la tele el paso de Venus por delante del Sol. El cabeza de familia ordenó callar a todo el mundo y dio un grito a sus hijos para que acudieran a contemplar el fenómeno. Así, en medio de un silencio religioso, Venus rozó el disco solar con la delicadeza con la que una idea roza el encéfalo o un espermatozoide el óvulo. Miré a mi alrededor e intercambié una mirada cómplice con uno de los niños, que tampoco se había emocionado, pero que se esforzaba en aparentar lo contrario.
-Hacía 123 años que no ocurría este suceso -dijo mi amigo con unción (qué rayos querrá decir unción).
-Se trata de un suceso en el sentido de que ha sucedido -corregí yo-, pero no en el sentido de que fuera inesperado. Los periódicos llevan días anunciándolo.
Los presentes me miraron con desconfianza y tuve que regresar al estado de concentración mística anterior. Mi amigo, por su parte, continuó oficiando aquel raro servicio religioso y todos nos estremecimos cuando informó de que no volvería a ocurrir algo parecido hasta el 6 de junio de 2012, aunque después de esa fecha habría que esperar hasta diciembre de 2117 (estremecerse, por cierto, es fácil; basta con imaginar un sándwich de cuchillas de afeitar).
Ahora bien, no siempre he sido tan insensible. Cuando tenía 15 años me emocionaba ver pasar por delante de mi portal a una chica angelical (creo que se dice así, chica angelical) que estudiaba secretariado en una academia de mi calle. Pasaba siempre a la hora prevista, sumiéndome en un estado de ansiedad comparable al que el paso de Venus por delante del Sol provoca en la mayoría de los contribuyentes. Yo creía que ella ignoraba mi presencia hasta que un día, al llegar a mi altura, se volvió, hizo un gesto repugnante con los labios y me lanzó un corte de mangas. No es fácil sentir admiración por la maquinaria del universo después de haber presenciado el colapso de aquella estrella adolescente. Y perdonen el desahogo. Mañana vuelvo a fingir interés por las cosas.
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