Energía ¿a qué precio?
La energía de los combustibles fósiles, sobre todo petróleo y carbón, menos el gas, es una energía negra que está tiñendo de oscuro el aire, modificando el clima y poniendo en riesgo nuestro mundo. Las energías verdes, la eólica, la solar, la biomasa y la hidráulica, carecen, por el momento, de la potencia y la fiabilidad para mover con garantía de demanda los engranajes del mundo industrial. ¿Es la energía marrón, la nuclear, la única opción posible hoy día? James Lovelock, un gurú del ecologismo, el creador de la hipótesis Gaia, así lo cree. Su opinión está levantando ampollas entre los ecologistas y hace que los defensores de lo nuclear se froten las manos.
"La energía nuclear es parte de la opción energética sostenible de futuro", dice Santiago San Antonio, director del Foro de la Industria Nuclear Española. "En la generación de electricidad nuclear no se emite a la atmósfera ni un gramo de CO2 ni otros gases de efecto invernadero. La energía nuclear es necesaria en el futuro". Sin embargo, el Gobierno español "ha asumido el compromiso de la eliminación gradual de la energía nuclear", dice Cristina Narbona, ministra de Medio Ambiente.
China, que tiene un crecimiento económico del 8%, necesita energía al precio que sea. Tiene prevista la construcción de ocho centrales térmicas de carbón
La polémica gira en torno a dos aspectos controvertidos. Por una parte, los residuos, las pastillas de combustible nuclear que permanecen radiactivas, y por tanto peligrosas, durante miles de años, contra la capacidad de las centrales nucleares de producir mucha energía sin CO2. Y, por otra parte, sobre la rentabilidad económica de estas plantas frente a las renovables. "No nos engañemos", dice Juan López de Uralde, director de Greenpeace España, "el programa nuclear se paró porque no era rentable. Esta energía, además de peligrosa, no es rentable".
El precio de kilovatio/hora producido es uno de los caballos de batalla sobre los que siempre se discute. Sobre todo, porque nadie se pone de acuerdo en qué se debe considerar coste de la energía. Así, las energías renovables, que cuentan con una prima de producción, son acusadas por sus competidoras convencionales de ser ficticiamente competitivas. José María González Vélez, presidente de la Asociación de Productores de Energías Renovables (APPA), asegura que "si el kilovatio de carbón pagara una parte de sus costes ambientales, costaría hacerlo 26 pesetas; entonces ¿quién es caro? Si se internalizaran todos los costes, yo digo, en nombre del sector, que renuncio a las primas. Por ejemplo, la guerra de Irak ¿se está imputando al petróleo? ¿Y el desastre del Prestige? Pues que no me digan que yo soy el caro. Y de la nuclear ni hablamos, lo que ha recibido la nuclear de I+D+i más apoyos no lo recibiremos las renovables en toda nuestra vida".
Los números que la APPA presenta aseguran que "la nuclear, no considerando todos los aspectos sino sólo sobre los que hay acuerdo científico, es un 12,372% más contaminante que la hidráulica. El gas natural, 4,9% más, y la eólica, 12%; ¿qué es más caro entonces?", pregunta Vélez. "Si se internalizan costes, de todo el ciclo de vida de las plantas, nosotros no somos los caros".
Internalizar costes
Así, internalizando costes, teniendo en cuenta las emisiones de CO2 del carbón y el petróleo o los costes de mantener durante miles de años instalaciones para guardar residuos, la perspectiva económica a largo plazo cambia. Lo malo es que los economistas y los mercados sólo miran el corto plazo, mientras que a la naturaleza le interesa el largo plazo. Por eso, sólo haber puesto precio al humo, sólo abrir el mercado de las emisiones, hará que las energías renovables, y todas las demás, cuesten lo que valgan. Por ejemplo, visto desde esta óptica, garantizar la seguridad de los residuos nucleares de alta actividad es una opción carísima.
El problema lo plantean países como China y la India: 2.500 millones de personas, entre ambos países, esperan recibir energía que les permita vivir como en el Primer Mundo. "China sigue el camino que se marca desde EE UU y Europa", dice López de Uralde. "Si el Banco Mundial potencia las renovables, ayudarán a cubrir esa demanda, pero hay un reto pendiente, que es dar energía a 2.500 millones de personas. Debería compensarse el aumento de emisiones de estos países con la reducción en los países que más emiten, como EE UU, que produce el 25% y va en aumento".
China, que tiene un crecimiento económico del 8%, necesita energía al precio que sea. Tiene prevista la construcción de ocho centrales térmicas de carbón, cuyas emisiones aumentarán el CO2 en la atmósfera. ¿Sería mejor que produjeran esa energía con combustible nuclear? Para Lovelock, sí. Para Luis Balairón, experto en el Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC), "la nuclear podría servir como energía puente".
Se trata de una elección complicada, para muchos una elección entre lo malo y lo peor. Sobre todo, porque la garantía de la seguridad son los organismos reguladores independientes, sólo posibles en los países democráticos. "Me produce inquietud exportar esa energía a países poco transparentes", dice Narbona. "Si la nuclear se exporta, entonces hay que exportar también sistemas para que no haya riesgos propios de esos países y, desde luego, con las mejores tecnologías. El CO2 se siente, pero los residuos radiactivos son peligrosos aunque no se vean".
La reflexión sobre el riesgo y la elección entre lo malo y lo peor es compleja. "En muchas ocasiones", dice José Ángel Azuara, vicepresidente del Consejo de Seguridad Nuclear, "la lógica de la explotación, que es en definitiva la de op-timización de los beneficios empresariales, no atiende debidamente a los requisitos de seguridad y se producen accidentes. Los petroleros monocasco, las carencias en programas de mantenimiento de aviones del Este o Chernóbil demuestran que estas tecnologías no siempre están debidamente utilizadas. Por ello deben estar sometidas a un control social".
El problema, entonces, es determinar si las sociedades no democráticas son o no fiables para que se instalen en ellas centrales potencialmente peligrosas, como las nucleares. "La conclusión simple", dice Azuara, "de que sólo las sociedades democráticas pueden utilizar estas tecnologías es excesiva, porque las sociedades democráticas han sido posibles gracias a un largo proceso de evolución y generación de riqueza".
China
El asunto es: ¿en qué lado se pone a China? Para Azuara, en este país "existe una estructura política, organizativa y social suficiente como para poner en marcha un proceso de crecimiento industrial, de dimensiones ingentes, y hacerlo con suficientes garantías. En lo que se refiere a la seguridad, el papel de la comunidad internacional fomentando la cultura de la seguridad es también muy importante, porque proporciona ayuda de cómo hacerlo y un mecanismo de control. Proponer la existencia de una sociedad democrática como condicionante para desarrollo puede ser contraproducente".
Lovelock, en su artículo, insiste en que "yo soy ecologista y ruego a mis amigos del movimiento que abandonen su equivocada objeción a la energía nuclear". Para el creador de la hipótesis Gaia, que considera que la Tierra es un organismo autorregulado, el uso de la nuclear "en todo el mundo como principal fuente de energía supondría una amenaza insignificante en comparación con los peligros de unas oleadas de calor intolerables y mortales, y de un ascenso del nivel del mar capaz de anegar todas las ciudades costeras". Una elección compleja, sin duda.
Residuos de faraones
GUARDAR EL COMBUSTIBLE gastado en las centrales nucleares es un proyecto a muy muy largo plazo. "Únicamente los faraones del Antiguo Egipto afrontaron un reto parecido", escribe el periodista Pablo Francescutti en su libro Historia del futuro. Los faraones, preocupados por la eternidad de su descanso, "se desvelaban por la seguridad de sus sepulcros", construidos llenos de trampas para evitar el saqueo: "Vano intento", dice Francescutti. Los ladrones "no necesitaron más que unos pocos años" para saquear las tumbas. "Este fracaso nos recuerda lo azaroso de manejar plazos temporales tan dilatados, como están descubriendo los gestores de los residuos radiactivos".
Las pastillas de uranio enriquecido que calientan el agua de las ollas atómicas en las centrales se gastan, pero poco. Por eso mantienen su energía durante miles de años. Estados Unidos, Suecia y Finlandia están trabajando en almacenamientos geológicos profundos destinados a contenerlos, aparentemente con una seguridad razonable. En el recibo de la luz que pagamos todos hay un porcentaje que se destina a este cometido, del que en España se ocupa Enresa. Pero aún no se ha decidido qué se hará con el combustible de los nueve reactores nacionales, que ahora mismo se guarda dentro de las plantas, excepto en el caso de Trillo, que está en contenedores exteriores.
Los ingenieros insisten en que la seguridad está garantizada, mientras que los detractores afirman que nadie puede suponer qué pasará dentro de 3.000 años y que es injusto dejar ese regalito a los humanos (y al resto de la vida) como una herencia indeseable. Los optimistas creen que en algún momento de tan dilatado plazo se desarrollará una tecnología capaz de reducir la peligrosidad de esos residuos, pero, de momento, es sólo una creencia.
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