El gen D2
Es curioso. En la nación con mayor número de homicidas perturbados del mundo los psiquiatras se dedican a putear a los monos. Los investigadores del Instituto Nacional de Salud Mental de EEUU, como si no tuviesen otra cosa que hacer en un país donde los psicokillers forman parte del PIB, han conseguido convertir en adicto al trabajo a un desdichado grupo de monos vagos. Durante varios meses, los investigadores se han empleado a fondo con los monos, nuestros parientes más desguarnecidos. Han logrado bloquearles el gen D2, responsable de la producción de dopamina, y de pronto los monos, que hasta entonces no daban un palo al agua, trabajan como hormigas.
La tendencia natural de los monos, como la de las personas, es no trabajar más de la cuenta si no hay una clara recompensa esperándoles. A los monos manipulados genéticamente les habían enseñado con antelacióna apretar una serie de botones cada vez que una pantalla de cristal líquido cambiaba de color (tal color, tal botón). Tras ejecutar una serie de ejercicios correctos, el simio recibía como premio un zumo de fruta. Pero la diligencia de los monos dependía demasiado de los zumos: cada vez demandaban más zumos porque, seguramente, también tenían cada vez más sed de tanto andar apretando botones.
Una vez bloqueado el gen D2, sin embargo, los monos holgazanes se volvieron adictos al trabajo. Sin el aporte de la dopamina y con el gen D2 de vacaciones, hasta los elementos más abúlicos acabaron convertidos en auténticos yonquis de los botones y de las pantallas. Los investigadores habían conseguido su objetivo: ya no tendrían que gastarse en zumos una parte del cicatero presupuesto que la Administración les había asignado. Lo que el bloqueo del dichoso gen D2 logra es algo tan completamente ajeno a la naturaleza de los monos que, si hubiera que juzgar el asunto desde un punto de vista moral, el veredicto sería seguramente condenatorio. Desde el punto de vista científico se trata, sin embargo, de un éxito para los neurólogos que han perpetrado el experimento de los monos gandules.
¿Pero qué beneficio podemos obtener de estos enloquecidos animales que no pueden vivir sin apretar botones de colores? Prefiero no pensarlo. De momento, no entiendo de qué sirve putear a nuestros primos, darle la vuelta como un guante a su naturaleza y convertirles en carne de hipoteca, pagadores de letras, becarios o empleados de ETT. A las personas no hace falta, en principio, bloquearnos ningún gen para que trabajemos ocho horas al día apretando botones de colores o haciendo cualquier cosa. Con nuestra dopamina nos basta y nos sobra para apretar botones y recibir de cuando o cuando un zumo de naranja concentrado, una cerveza sin alcohol o un aumento minúsculo de sueldo suficiente, no obstante, para poder meternos en el crédito de una televisión de plasma.
Las personas estamos muy bien adiestradas y no parece necesario que ningún neurólogo se dedique a jugar con nuestra química cerebral para aumentar nuestra entrega al trabajo. Con un zumo de fruta nos basta. Lo malo es cuando falta ese zumo. Entonces sí que puede ocurrir lo peor. Es lo que pasa cuando somos tratados como monos y deciden ahorrarse con nosotros el dinero del zumo.
Entonces, claro, pasa lo que pasa. Lo que aún no ha pasado con los discretos monos holgazanes de EEUU, incapaces por el momento de rebelarse contra los botones y hacer añicos las pantallas de cristal. Pero los simios ya no son lo que eran. Ya nada es lo que era. Le agarran a uno por el gen D2 y todo ha terminado. Vaya usted, con el D2 capado como un mono a manos de un neurólogo, a plantear una huelga de brazos o de grúas caídas.
Por suerte para ellos, los gruistas vascos que reivindican desde el 27 de julio un incremento en las cuotas misérrimas que les abonan las aseguradoras tienen el gen D2 a pleno rendimiento. Los arcenes de Euskadi están sembrados de automóviles muertos o enfermos, como recién salidos de una obra de teatro de vanguardia. Parece claro que esta vez, como siempre, la cuerda se ha roto por el lado más débil y la culpa, como siempre también, es de quienes han creído que podía tensarse indefinidamente. Las aseguradoras quieren ahorrarse el zumo con los gruistas, pero, por el momento, su única posibilidad es que alguien les bloquee el gen D2 cada vez que se suben a la grúa.
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