La terca oposición venezolana
Los detractores de Hugo Chávez no logran presentar pruebas del fraude que denuncian
El desconocimiento de su derrota en el referéndum ganado por el presidente, Hugo Chávez, y las convocatorias a la movilización, vinculan a la oposición venezolana con una de las reflexiones del actor estadounidense Groucho Marx: "Estábamos al borde del precipicio, pero dimos un paso al frente". Sin líderes capaces de vencer al caudillo ni pruebas, hasta ahora, del "gigantesco fraude" del domingo, el frente antigubernamental chocó con la Organización de Estados Americanos (OEA), el Centro Carter y el reconocimiento internacional. Lejos de reducir el encono social, sus proclamas lo acrecientan.
Pistoleros adscritos al oficialismo asesinaron el lunes a una mujer e hirieron a otras siete personas, y el martes, pistoleros contrarios reventaron la cabeza de un estudiante de 20 años y casi matan a otro de 21, que festejaban la ratificación de Chávez. Un grupo de exaltados caceroleó al ex presidente norteamericano Jimmy Carter en un restaurante, otro arrojó un café caliente a la cara de un corresponsal que se atrevió a considerar justa la victoria del gobernante y los observadores equidistantes son "chavistas de mierda que no conocen Venezuela, ni la imbatible fuerza de su batallador pueblo". "El pueblo", como patrimonio exclusivo de unos y otros.
Lejos de apaciguar, reorganizar las filas y preparar un buen candidato para las generales del año 2006, la Coordinadora Democrática (CD) conduce hacia la insurrección a cerca de cuatro millones de venezolanos, persuadidos casi todos de que Chávez es un zambo (hijo de negro e india o al contrario) tramposo y tirano que atiza una cainita lucha de clases y arruina la nación. "Pensé que, independientemente de quien ganara, se iban a acabar los problemas y ahora resulta que todo está peor", admitió la opositora de a pie Mirmida Alvarez, en minoría. "Estoy cansada. Mejor trabajemos, dejemos la cosa en paz y busquemos a una persona apta para 2006".
La estrategia de la CD, de la que se desmarcaron los empresarios, es más arriesgada: Hugo Chávez, con quien aceptaron cruzar naipes al aceptar las condiciones del referéndum, es un tahúr que pronto habrá de ser desenmascarado, y la OEA y el Centro Carter, vigilante de 51 elecciones, unos ingenuos. El puntual seguimiento de este país durante más de un decenio permite llegar a conclusiones diferentes: ciertamente, el izquierdista Chávez impuso una institucionalidad a la medida, frecuentemente arbitraria, y su populismo económico arrasó en los arrabales, pero las elites criollas y el grueso de la clase media y alta parecen vivir ajenos a los efectos electorales de la matemática social: ocho triunfos consecutivos del césar bolivariano desde las generales de 1998 porque el 70 % de los 25 millones de venezolanos habita en la necesidad o en la pobreza, extendió la mano, y legiones recibieron más de 3.000 millones de dólares en obras sociales durante la última campaña. Votaron masivamente y en consecuencia.
La victoria del líder que les escucha y habla como ellos, el refrendo del guía que estableció una administración cívico-castrense y atribuye "a las oligarquías y políticos corruptos" un decaimiento que obedece, fundamentalmente, al agotamiento del modelo rentista petrolero de los años setenta, aumentó tras el conteo del 96% de los votos por el Consejo Nacional Electoral. El ex teniente coronel obtuvo el 59,06% frente al 40,94% de sus adversarios. "La oposición perderá las elecciones del año 2006, y las siguientes, si sigue en sus trece: siendo un saco de gatos, retrasando una profunda autocrítica y atribuyendo sus derrotas a máquinas amañadas", sostiene un veterano periodista extranjero con residencia en Caracas.
La sociedad continúa fracturada. El cisma es definitivo entre dos hermanos: no se hablan. Al primero, funcionario, activista durante la recogida de firmas para convocar el referéndum, lo echaron de un Ministerio; el segundo, oficialista, fue despedido del club de golf donde trabajaba de caddy.
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