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Reportaje:VIAJE AL ÁFRICA ORIENTAL | LECTURA

Dientes

12 Dar es Salaam se encuentra rodeada por un amplio cinturón de suburbios poblados por gentes venidas de todo el país, pese a que las condiciones de vida sean aquí, posiblemente, más precarias que en su lugar de origen. Hablar aquí de estructura urbana es mucho decir, pues lo que hay es una serie de autovías de gran amplitud a lo largo de las cuales se amontonan viviendas tanto más endebles cuanto más alejadas de la carretera. Se cree que el número de habitantes de tales suburbios equivale al de la propia capital, pero seguramente es superior.

Abandonamos la ciudad en dirección suroeste. Abdalá, el chófer, conduce despacio y con precaución, pues, aunque la calzada es ancha, son muchos los transeúntes, niños que no van a la escuela, adultos que no tienen trabajo. Adornando un tenderete de comestibles, tres grandes retratos pintados a mano de Bin Laden, Sadam y alguien que por su aspecto parece un futbolista africano cuyo nombre desconozco.

En Tanzania el fútbol español es tan popular como en la propia España, y la gente está al corriente de la Liga
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El gancho turístico de Zanzíbar es lo que tiene de escenificación de choque de culturas sin riesgo alguno
Desde el aire se advierte hasta qué punto es un país deforestado además de desierto
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Viaje al África oriental

Aquí el fútbol español es tan popular -diría yo- como en la propia España. El chófer, por ejemplo, se sabe de memoria el nombre de todos los jugadores del Real Madrid. En mi viaje anterior, el equipo entonces más popular era el Barça. La gente está al corriente de los avatares de la Liga y el hecho de que últimamente el Barça haya estado pasando apuros tal vez le reste popularidad.

A pocos kilómetros de la capital, en un paisaje de monte bajo con alguna que otra plantación de anacardos de vez en cuando, el país aparece semidesierto. A lo sumo, algún pequeño poblado desarrollado a lo largo de la carretera, donde siempre hay un niño que no tarda en dar la voz de alarma y al instante somos vitoreados por sus compañeros.

El campamento del río Rufiji está regentado por el hijo y la nuera de quienes lo tenían a su cargo cuando mi primer viaje. Por lo demás, el lugar apenas si ha cambiado. Tampoco los gruñidos de los hipopótamos que con su increíble capacidad de penetración y alcance llegan desde el río son idénticos.

El embarcadero queda al pie del cortado sobre el que se halla situado el campamento. Un paseo en bote por el río, entre los hipopótamos, permite apreciar, por más que los grupos y grupas tiendan a sumergirse según nos aproximamos, que su número no ha disminuido. Lo mismo puede decirse de los pájaros y mariposas que relampaguean al sol de la tarde. Y yo diría que se ven más cocodrilos que antes. En cambio, ni una sola serpiente. La verdad es que tampoco las echo de menos. Si la mamba verde que la vez anterior se mecía oscilando hacia el bote desde unas zarzas no me dio un sobresalto es porque entonces ignoraba que se trataba de una mamba verde; la había tomado por una vulgar culebra de agua.

Contemplar hoy el río Rufiji, el vasto y oscuro fluir de sus aguas entre las perfiladas márgenes -el lado norte, netamente africano; el lado sur, de un curioso aire vietnamita- es como estar viendo lo que fueron en el pasado otros grandes ríos, el Nilo, el Mecong, intacta su presencia, antes de ser convertidos en representación turística. La salvación para este tipo de espacios tal vez venga dada por el creciente desinterés -aunque parezca lo contrario- que hay en Occidente hacia la vida salvaje, perfectamente asequible para el gran público mediante procedimientos virtuales y sin las incomodidades que supone contemplarla en directo. Quedar como reserva para iniciados y otros maniáticos: eso es lo mejor que le podría suceder. A los escolares de hoy, por ejemplo, les interesan mucho más los dinosaurios.

13 El árbol del ébano es de pequeño tamaño, tronco retorcido y ramas espinosas. En el pasado, su madera fue tan apreciada como el marfil o las especias. Aquí crece mezclado con el árbol de la caoba, de mucho mayor desarrollo. Las maderas preciosas han dejado de serlo; si uno de estos troncos tuviera el valor de un colmillo de elefante probablemente no quedaría ninguno. La industria del mueble las utiliza a lo sumo para laminarlos, como revestimiento, pero suele preferir el uso de láminas sintéticas que imitan el veteado y la coloración de estas maderas.

Abdalá se había empeñado en que contempláramos un grupo de elefantes muy numeroso que, según le habían dicho, andaba por las cercanías, y durante toda la mañana nos llevó de un lado para otro, especialmente por el entorno de diversos lagos a los que solían ir a beber. Pero todo fue inútil: vimos leonas en plena digestión -bostezando, acicalándose las unas a las otras, mirándonos con total indiferencia- y más jirafas de las que había visto nunca, además de muchos otros herbívoros, pero ni un solo elefante. La reserva de Selous es de una extensión similar a la de Aragón y lo que en época seca resulta fácil, ya que los animales se concentran en las proximidades de sus abrevaderos, tras la estación de las lluvias se hace más difícil, al haber agua por todas partes. No se preocupe, Abdalá, le había dicho; verá cómo encontramos los elefantes a las puertas del campamento. Y así sucedió: cuando ya regresábamos divisamos uno hacia el fondo de la pista utilizada por las avionetas. Un elefante solitario y oscuro que aceptó nuestra proximidad con aire taciturno.

14 Fue como si, en un rapto de buen humor, el destino decidiera recompensar el empeño del bueno de Abdalá en presentarnos una buena manada de elefantes. Estábamos en el mejor de los sueños cuando nos despertó el ruido de una rama al arañar la cubierta de palma seca que revestía exteriormente el techo de la tienda. Elvira dijo que ya momentos antes había oído sus pausados pasos: y ahí estaban, pegado uno a la ventana del baño, zampándose tranquilamente los tallos de la acacia más próxima; paseando el otro entre las tiendas algo más allá, a la luz del cielo estrellado. Los ocupantes de la tienda vecina encendieron la luz y el espectáculo terminó al instante. Será casualidad, pero antes de desaparecer, nuestro elefante depositó una voluminosa descarga de excrementos ante su puerta.

Por la mañana hicimos safari a pie, acompañados de dos rangers. En parte recorrimos los mismos parajes que ya habíamos recorrido en coche, ahora como decolorados por el calor, y en parte nos internamos en un bosque habitado por colobos negros, unos monos huidizos de los que es más fácil captar el collar blanco que los caracteriza que los cuatro únicos dedos que también los distinguen. Me interesaron especialmente los numerosos cráneos y huesos blanquecinos de toda clase de animales con los que nos tropezábamos constantemente. La edad de cada animal se puede deducir del estado de sus dientes. Los leones, por ejemplo, mueren cuando pierden los últimos, en torno a los veinte años. A los elefantes les sucede lo mismo, sólo que viven sesenta gracias a que gozan de seis denticiones consecutivas de diez años de duración cada una.

El entorno del río Rufiji aún nos reservaba una sorpresa. Andaba la avioneta en la que abandonábamos el campamento dando un par de vueltas sobre el río según remontaba el vuelo a fin de que viéramos una vez más los hipopótamos y los cocodrilos, cuando divisamos una serie de grupos y más grupos de varias decenas de elefantes que pastaban tranquilamente en las proximidades de la orilla. Algo que no pudimos contarle ya ni al bueno de Abdalá ni a quienes tutelaban el campamento, de los que también acabábamos de despedirnos. Para ellos, el paso de los huéspedes se les ofrece a modo de imagen de la vida misma, las caras que se suceden, los gestos que se repiten.

Desde el aire, desde la altura relativamente modesta a la que vuela una avioneta, se advierte de manera inmejorable hasta qué punto Tanzania es un país deforestado además de desierto. Esas inacabables extensiones de campo abierto tipo dehesa, ahora bañadas por el sol de la tarde, sin poblaciones ni carreteras, eran en tiempos de Burton selva impenetrable.

15 Nuestros primeros pasos por la ciudad de Zanzíbar fueron de agobio. Yo hubiera querido llegar a los jardines Faradani todavía con luz, pero los trámites del hotel se prolongaron más de lo previsto. El atardecer en esos jardines -en realidad, una explanada situada entre el puerto y las murallas del fuerte- fue una de las cosas que mejor recuerdo me dejaron de la isla tras mi viaje anterior, y utilicé su imagen en la evocación que hago de la Alejandría helenística en Estatua con palomas, ya que por esa época no había estado en la Alejandría real. Ahora, de noche, la plaza se convierte en una especie de feria atestada de turistas que deambulan entre los puestos de comidas y de artesanía tipo souvenir, una muchedumbre como amasada por los humos de la fritanga y de los candiles de petróleo. Alrededor, en los callejones de acceso, un sinnúmero de seres furtivos e insistentes, con sus ofertas, con sus propuestas. Me pregunto qué se habrá hecho de Pipi Calzaslargas, que se dirigió a un hotel situado en uno de esos callejones no bien llegamos de Rufiji. ¿Habría pillado a su chico con otra chica al plantarse así tan de repente? Estaba claro que la afición al diving que atribuía a su pareja era un decir.

Al día siguiente, todo pareció volver a colocarse en su sitio. El mundillo canalla de chaperos y chorizos era de hábitos nocturnos y se concentraba exclusivamente en determinados puntos de la ciudad vieja. El resto de la ciudad y de la isla había cambiado mucho menos de lo que me temía. Ni siquiera el perfil de sus costas se ha visto alterado por la afluencia turística; un perfil en el que los promontorios de la isla se confunden con los de otras islas menores como manchas de aceite sobre las aguas. Las playas son ásperas, y más que la concentración hotelera facilitan la dispersión. Su atractivo es sobre todo visual, bajíos arenosos de coloración cambiante en alternancia con vastas extensiones de roca erosionada. En cuanto al interior de la isla, se trata de un jardín botánico natural en el que sin duda podrían crecer, exuberantes, cuantas formas de vegetación pueda ofrecer el trópico. De ahí que, lo que siglos atrás había sido una colonia de los sultanes de Omán, regida desde el golfo Pérsico, terminara siendo el lugar al que los sultanes trasladaron su corte. Sus antiguos palacios son hoy dependencias del Gobierno autónomo de Zanzíbar, y las cuevas en las que -prohibida ya la esclavitud por las leyes internacionales- eran ocultados los esclavos antes de ser enviados a diversos puntos de Oriente Próximo, un lugar de atracción turística. Actualmente hay que pagar entrada y las visitas son muy escasas, sin que una cosa tenga que ver con la otra. Uno de los guías, por otra parte, nos vino a decir que no era muy seguro que los árabes fueran responsables de todo eso.

Si ni las playas ni los fondos marinos son excepcionales para buceadores y bañistas y si en la frondosidad tropical del interior de la isla no parecen dejarse ver demasiados visitantes, ¿cuál es el motivo que convierte a Zanzíbar en destino preferente del turismo internacional? Yo diría que el perfume de su pasado y las fantasías que a esa fragancia se puedan asociar, historias de sultanes y de odaliscas, de esclavos y exploradores, de crueldades, cadenas, látigos y mujeres veladas, todo ello, muy próximo, casi, casi todavía perceptible. Destellos de un mundo islámico que si en Barajas inquieta aquí fascina. Tanto más cuanto que ninguna amenaza se cierne hoy sobre el visitante y las prohibiciones suelen serlo sólo para el musulmán creyente. Así, el hecho de que las musulmanas suelan llevar velo -el velo es obligatorio en las escuelas sean o no musulmanas las alumnas- no impide que las turistas vayan como les dé la gana. O que en determinados lugares -el hotel en el que nos alojamos, por ejemplo- no sirvan bebidas alcohólicas, ya que en muchos otros sí las sirven. O incluso los detalles más íntimos, el exotismo de la ducha de mano que hay junto a los retretes, la leyenda que proscribe la mano izquierda para determinados usos, ya que es la utilizada, según se dice, para éste. Y las resonancias asociadas al canto del muecín o al espectáculo de los niños que se mecen sobre el libro sagrado según lo memorizan versículo tras versículo. Preguntarse, en fin, si entre tanta cara amable que se adivina en el interior de la medersa no se esconde la sonrisa beatífica de un futuro Bin Laden. Es decir, un tipo de atractivo equivalente al que produce realizar un safari a pie, acompañado de uno o dos rangers armados, una situación como de peligro pero sin peligro. Y así como este tipo de safari tiene algo de representación evocadora de las antiguas cacerías de fieras, el principal gancho turístico de Zanzíbar es lo que tiene de escenificación de un choque de culturas sin riesgo alguno para el que lo experimenta. Recuerdo el almuerzo de ritual organizado en un presunto pueblo de pescadores musulmanes próximo a Pucket, Tailandia -un país budista-, el orden y la disciplina con que los turistas ascendían desde la barca a un espacioso restaurante construido sobre estacas, la complacencia con que elegían entre agua o pepsi-cola para acompañar la fritanga de pescado que se les servía no bien tomaban asiento ante las largas mesas. La misma satisfacción con que aquí algunos huéspedes del hotel, a la hora de la cena, alzan sus vasos de agua, una satisfacción casi expiatoria, similar a la que algunas personas demuestran al extender un talón por el importe de su declaración de renta.

La isla conoció su momento de apogeo en el siglo XVIII, cuando, expulsados los portugueses, la corte de Omán se trasladó a Zanzíbar. Las especias, el tráfico de marfil y, sobre todo, el de esclavos, hicieron del lugar un emporio económico. El tráfico de esclavos prosiguió clandestinamente pese a su prohibición generalizada y se mantuvo bajo otras formas difíciles de probar hasta bien entrado el siglo XX, con todo y hallarse la isla bajo dominio británico. Al conceder la independencia a Zanzíbar, los británicos traspasaron el poder a la minoría árabe. Al poco, el sargento Okello, de origen ugandés, dio un golpe de Estado que supuso un baño de sangre y la dispersión de las antiguas clases dirigentes. A continuación, Zanzíbar optó por unirse a Tanganika para formar la actual Tanzania, conservando cierta autonomía. Desde entonces, y aunque no sin sobresaltos, sigue gobernada por la mayoría propiamente africana.

África como sinopsis de las experiencias vividas por la humanidad desde sus orígenes hasta el presente: todas las que ha conocido Europa más unas cuantas que no ha conocido.

Imagen de un safari en la reserva de Selous, en Tanzania.
Imagen de un safari en la reserva de Selous, en Tanzania.CORBIS / HOWARD DAVIES (CORBIS)
Vista de Dar es Salam.
Vista de Dar es Salam.CORBIS / HOWARD DAVIES (CORBIS)

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