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Entrevista:EMILIA FUENTES RUIZ | Conservera de Santoña

"No meto un duro al bolso. Todo lo reinvierto"

Jesús Ruiz Mantilla

Una sala con olor a salazón en su fábrica con vistas a la marisma mágica de Santoña. Emilia, guapa, lúcida y enérgica, imparte su lección vital mirando de frente. "Me voy a poner aquí enfrente, no al lado tuyo, hijo, que cuando hablo me gusta mirar a la gente a los ojos".

Pregunta. Muy bien. Cuénteme su vida.

Respuesta. Yo soy una niña de la guerra. He comido de las basuras y dormido en los portales.

P. ¿Cómo así?

R. A mi madre la metieron en la cárcel durante la guerra y dejó a sus siete hijos en la calle. Cuando salió quedábamos dos: yo, que era la pequeña, y mi hermano el mayor. Sobreviví de milagro. Un poco más y no me encuentra.

P. ¿Por qué la metieron presa?

R. En aquella época, ya se sabe. Ella era hospiciana y, si se pierde un palo, ¿para quién va a ser? Para la hospiciana. Era muy vividora y tenía un puesto de comida en la calle. Vendía pescao, legumbres. Cuando veía pasar esos camiones de presos para el penal (el del Dueso), le daba una pena enorme y un día se puso a tirarles bocadillos de chicharros. Hasta que la detuvieron y la condenaron a muerte.

P. ¿De verdad?

R. Claro, hijo, en aquella época ni te juzgaban. A ella la acusaron de vender castañas en el confesionario de la iglesia y de haber bebido del cáliz. Por culparla de algo, pero en realidad la metieron por roja.

P. ¿Y cómo se libró?

R. Encontró un capellán bueno. La avisó. Le dijo: 'María, mañana te toca a ti, a ver qué haces'. Como a los enfermos no les ejecutaban, decidió tirarse por las escaleras. De una altura media, para no matarse y tampoco para que no fuera nada. Se rompió un brazo y aguantó así un año.

P. Luego salió.

R. No. Luego se metió los dedos en la garganta para herirse, escupir sangre y que la dieran por tuberculosa, que eso le parecía definitivo. En total estuvo siete años en la cárcel. Luego, el capellán pudo probar que no había desaparecido nada de la iglesia y la soltaron.

P. ¿Y usted tenía entonces...?

R. Pues 11 años. Al salir volvió a vender. Era todo trueque. Ella vendía pescao por los pueblos y traía leche, alubias y harina.

P. ¿No iba usted a la escuela?

R. Jamás fui. Aprendí a leer con los cuentos de mi hermano de Roberto Alcázar y Pedrín.

P. ¿Qué hacía?

R. Pues trabajar. Mi hermano estaba en la mar y yo me iba a la fábrica en la época del bocarte a descabezar. También nos quedábamos al zarrapastro. A limpiar las tinas con espinas y cabezas de pescao. Lo dejábamos todo brillando, baldeábamos con los cubos, pasábamos los trapos y a las que éramos espabiladas luego nos daban trabajo todo el año.

P. ¿Así aprendió el oficio?

R. Trabajando, hijo, desde muy niña, y los sábados; entonces no había libranzas, ni paros, ni nada. A los 13 era una profesional, sabía cortar el bonito, empacarle. Lo aprendíamos a escondidas, espiando a las demás, porque no nos lo querían enseñar para que no las quitáramos el puesto.

P. ¿Y cómo se le ocurrió meterse en el negocio?

R. Estuve sirviendo en Bilbao a una familia muy nombrada. Luego me casé, tuve mi primer hijo y, como quería que no le faltara de nada, volví a trabajar a la fábrica. La idea del primer negocio me vino viendo a los turistas en el pasaje (el paseo marítimo de Santoña). Venían de Madrid y Bilbao con sus bocadillos y se me ocurrió hacer un merendero. Servíamos sardinas, bonito... El primer año sacamos para pagar al carpintero y los gastos.

P. ¿Cómo llegaron las anchoas?

R. Los clientes me las pedían. Al principio las envolvíamos en papel de estraza. Y hace casi 20 años se me ocurrió meterlas en esos botes en los que viene el tomate y los guisantes. Al tiempo que a mí, se les ocurrió a dos o tres bodegas.

P. O sea, que fueron pioneros.

R. Claro. Las tarreras lo hemos sido. En Santoña había que hacer dos monumentos: uno a los italianos, que nos enseñaron la técnica de la conserva, y otro a las tarreras, que cuando había crisis y faltaba la pesca, nos inventamos eso que ha hecho famoso al pueblo.

P. ¿El éxito les duele a algunos?

R. Sí, hay mucha envidia. Ha habido casos de llegar gente a preguntar por nuestras tiendas y decirles que no existen.

P. Veo que lleva un gran crucifijo colgado. ¿Cree más en Dios que en sí misma?

R. En ese Dios que me decían que se había llevado a mis hermanos y que así era mejor, no. No tengo miedo a la muerte, creo que es bondadosa cuando somos un guiñapo. Creo en un orden que ha organizado esto tan bien.

P. Como una empresa superior.

R. Exacto, como si fuera una empresa que todo lo vigila y lo pone en su sitio.

P. Su manual de empresaria, ¿es complicado?

R. Nada. Mi consejo es pensarlo con la almohada. Si se te ocurre algo, ponerlo en práctica. No echar un duro al bolso. Todo lo que gano lo reinvierto. No pienso que es para gastar, pienso que en ese duro hay un jornal y algo para mejorar, otra nevera, otra máquina. Tampoco arrugarte, ni pensar que no hay nada que se pueda arreglar. Cuando venza una letra del banco, que esos sí que no creen en Dios, negociarlo. A mis hijos se lo digo: 'No lloréis antes de que os peguen".

Emilia Fuentes Ruiz, en una de las cadenas de envasado de su empresa.
Emilia Fuentes Ruiz, en una de las cadenas de envasado de su empresa.JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

Superviviente emprendedora

Aprendió a sobrevivir a los cuatro años, cuando se quedó con sus hermanos en la calle después de que a su madre, La Chiluca, la metieran presa por dar bocadillos a los rojos. Aunque sólo fuera porque vio morir de hambre a muchos de los de su prole -quedaron dos de siete-, Emilia Fuentes Ruiz sacó la rabia suficiente para aguantar, y ahora, a los 73 años, triunfar a base de meter anchoas en frascos de cristal. Nunca fue a la escuela, pero utiliza un lenguaje preciso, depurado, y hoy tiene más de cien empleados a su cargo en su fábrica de conservas y su merendero, levantados con toda una teoría sobre cómo manejar empresas: "No me meto un duro al bolso. Todo lo reinvierto", aconseja.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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