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Reportaje:

Cuenta atrás en Sudán

Jartum se ha comprometido a desarmar en el plazo de un mes a las milicias Janjawid, que han practicado en los últimos meses una política de tierra quemada en la región de Darfur

Montados a caballo o a camello, atacan de madrugada. Incendian el pueblo. Asaltan una escuela de niñas. Ocho de ellas fueron encadenadas y quemadas vivas: sus restos abrasados todavía permanecían unidos por los grilletes cuando las tropas de la Unión Africana que ejercen labores de observación llegaron al lugar. Consuman violaciones mientras interpretan cantos de triunfo. Asesinan a tiros a los hombres. Durante el ataque, nada se deja al azar. El ganado es sacrificado. Los campos, arrasados por el fuego. El agua, envenenada. Sólo permanecen los perros como mudos testigos. Decenas de distritos quedan así vedados a las organizaciones humanitarias y a la prensa extranjera. Los Janjawid, los jinetes del diablo, armados con Kaláshnikov, acaban de practicar su particular política de tierra quemada al oeste de Sudán. En Darfur ya casi no quedan aldeas en pie. Sólo desolación y saqueo.

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Ésta es la violencia a la que el régimen de Jartum ha prometido poner fin. Empezar a desarmar esta misma semana y acabar con el reinado de las milicias árabes a las que un día él mismo armó -aunque el Ejecutivo desmiente este hecho- para sofocar la rebelión iniciada en febrero de 2003 en la región occidental de Sudán (con cerca de seis millones de habitantes). La presión internacional arrancó una resolución de la ONU el 30 de julio en la que se amenazaba a Jartum con "tomar medidas" si no desarmaba y controlaba a las milicias en el plazo de un mes.

Fue una decisión aplaudida por los rebeldes levantados en armas contra el Gobierno. Pero una decisión repudiada por el régimen militar islamista del general Omar al Bashir y que le llevó a movilizar a la nación para la yihad. Por las calles de Jartum, grupos islamistas repartieron panfletos en los que se urgía a los buenos musulmanes a encaminarse a Darfur y cavar "fosas comunes para el Ejército de las Cruzadas". "EE UU, Darfur será tu tumba", era una de las pancartas más repetidas en aquella manifestación, en un país donde se tiene miedo a decir lo que se piensa, pero que aquel día se lanzó a las calles contra "el infiel", contra una injerencia extranjera que aseguran no estar dispuestos a tolerar. Rashid, Mustafá, Ismaíl. No acaban de saber muy bien qué ocurre en Darfur, una región más grande que España dentro del mayor país de África (cinco veces la España peninsular y unos 40 millones de habitantes). O no quieren saberlo. O tienen miedo de expresar su opinión ante un periodista extranjero. O todo a la vez. Admiten que no está bien lo que "dicen" que pasa allí. Y tímida pero categóricamente niegan con la cabeza su aceptación del Gobierno. Pero llegan hasta ahí. Porque no están dispuestos a consentir que nadie venga a su país a arreglar sus asuntos. La conversación ha hecho que se cree un corrillo de gente, exclusivamente hombres. Un niño intenta sacar algún provecho de tanta palabrería y pide limosna. Del otro lado de la calle, un policía, que no perdió ni un solo segundo de vista el intercambio desigual de preguntas y respuestas, cruza la carretera en pocas zancadas y golpea con violencia con un trozo de manguera al pequeño. Se acabó la charla. El niño llora en silencio, ni siquiera parece sentir rabia, acepta el golpe resignado y se aleja aterrado. Los demás deciden guardar el resto de sus opiniones para sí mismos.

A. M. al Amin, analista del diario Sudan Vision, denunciaba ayer que tras una eventual intervención militar extranjera en un problema exclusivamente "interno y tribal por la posesión de los recursos naturales" se esconden "motivos imperialistas". "En el siglo XIX vinieron en busca de esclavos, como hoy vienen para apoderarse del petróleo y los minerales de Angola, República Democrática del Congo, Sierra Leona y Sudán".

La crónica de Darfur tiene raíces muy profundas. Es la historia de eternos conflictos entre los poderosos árabes del norte y los negros africanos que ocupan las tierras más fértiles de la región, presidida por el imponente macizo del Jabel Marra. Peleas entre ganaderos árabes en busca de agua y pastos y campesinos africanos -ambos, musulmanes suníes- que protegen sus campos y sus escasos bienes. Pero la resolución tradicional de los conflictos, basada en el respeto por los nómadas de itinerarios y periodos de trashumancia, comenzó a desmoronarse con la superpoblación, la sequía y la hambruna de mediados de los ochenta. Desde entonces, Darfur está en crisis, según el periodista de Le Monde Jean-Louis Peninou. "Y es que a pesar de la presencia de responsables políticos oriundos de la región en las esferas del poder en Jartum, la situación se ha deteriorado año tras año", escribe.

En febrero de 2003, la rebelión une a casi todas las tribus africanas y se pone en marcha bajo la denominación de Ejército de Liberación de Sudán (SLA, en sus siglas en inglés). Otro grupo, el Movimiento por la Igualdad y la Justicia (JEM), se une al levantamiento. Anteriormente, el JEM ya había agitado las conciencias con la publicación del Libro Negro -prohibido en el país-, que denunciaba el control sobre el Estado y la política sudanesa de tres grandes tribus del norte de Sudán: los shaygia, los jaaliyin y los danagla, las élites árabes del Nilo que han dominado Sudán desde su independencia del Reino Unido en 1956. Casi 50 años después, el país no ha conocido prácticamente la paz, devastado por guerras intermitentes, una de las cuales, la más larga y sangrienta, enfrenta al régimen islámico del norte con el sur cristiano y animista -que posee petróleo, pero cuyos beneficios van a parar a Jartum- desde hace más de dos décadas.

Desde hace 18 meses, Darfur agoniza ante la mirada impasible antes, y atenta ahora, del mundo. La revista The Economist sentenciaba en su penúltimo número: "Sudán no puede esperar". Los muertos se contabilizan ya por decenas de miles. Los pogromos vacían las aldeas y en consecuencia son abarrotados campos de desplazados. Más de 120.000 personas se han visto obligadas a refugiarse en el vecino Chad. Más de un millón deambulan por el interior de la región en busca de seguridad y dependientes de la ayuda humanitaria. Pero si antes no les mata el arma de un Janjawid, lo hará el cólera, el hambre o la sed. En Sudán es ahora, o luego será demasiado tarde.

Fuerzas de paz sudanesas atienden a mujeres en un pueblo de la región de Darfur, en el oeste del país.
Fuerzas de paz sudanesas atienden a mujeres en un pueblo de la región de Darfur, en el oeste del país.EFE

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