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Reportaje:ESCAPADAS | Cueva de los Enebralejos

Viaje al fondo de la sierra

Maravillosas formaciones calcáreas y tumbas de hace 4.000 años se ocultan bajo el pueblo segoviano de Prádena

De boca en boca, y de padres a hijos, iba pasando en Prádena la historia de una cueva extraviada, cuya boca había sido cegada, reinando Isabel y Fernando, por orden de la Inquisición, pues era "guarida de judíos". En 1864, el geólogo Casiano de Prado se hizo eco de aquel rumor de caverna, "que se dice tiene huesos".

Pero no fue hasta 1932, al excavar un pozo en la finca del Cebadero, a las afueras del pueblo, cuando se descubrió la susodicha y, en ella, numerosos esqueletos que difícilmente podían ser de hebreos, ya que la prueba del carbono 14 los situó entre los años 2120 y 1850 antes de Cristo, y aún no había nacido Abraham en Canaán. No sólo no había judíos, sino humanos de ninguna laya, cuando las aguas que bajan por la ladera norte de la sierra en busca del río Duratón comenzaron a disolver la roca caliza en que se asienta Prádena, dando origen a la cueva de los Enebralejos, seis millones de años ha.

En el exterior de la cueva se recrea un poblado prehistórico de chozas de madera

En comparación con esa cifra astronómica, es como si tan sólo unas horas separaran a los vecinos de este pueblo segoviano de aquellos hombres que, en la primera edad del bronce, eligieron la cueva, no como habitación, sino como necrópolis: una costumbre, la de enterrar a los semejantes en un lugar apartado, cuanto menos visible mejor, que ha perdurado hasta nuestros días. En 1995 -hace apenas unos segundos, si apuramos la comparación- se acondicionaron 500 metros de los 3.670 que tiene la cueva para ofrecer una visita en la que no se recorren, ni ganas, galerías de nombres tan poco invitadores como la del Parto o la de la Tortícolis.

Sólo dura 45 minutos, y tampoco sería deseable mucho más, habiendo como hay allí dentro una temperatura, aun en verano, de entre 11 y 14 grados, ideal para los vinos jóvenes y las pulmonías. Una rebequita, como dicen las abuelas, se agradece. Jalonan ese medio kilómetro de viaje subterráneo maravillas como la Pared de los Colores, donde la calcita exhibe, en combinación con otros minerales, los más variados matices: marrón de arcilla; negro de cinc; gris azulado de manganeso; amarillo de azufre y de níquel; rojo de hierro... Hay concreciones en forma de cascada, de bandera, de macarrón. Hay las columnas gemelas que llaman las Palmeras y hay el aceitoso y de gualda color Huevo Frito. Y hay también no pocas estalactitas y estalagmitas en las que se aprecia la huella de la sierra que las truncó durante el vil expolio que siguió al redescubrimiento de la cueva. No son éstas, sin embargo, las huellas humanas que interesan al visitante, sino las muchas sepulturas con vasos de cerámica, objetos de hueso y ofrendas de alimentos que se han descubierto en las salas de los Enterramientos y del Santuario. Ésta última, además, se halla atiborrada de pinturas esquemáticas y grabados de carácter más que probablemente sagrado, a los cuales debe su nombre.

En el exterior de la cueva, que era donde moraban los vivos, se ha recreado un poblado prehistórico de chozas de madera y barro, en el que nada cuesta imaginarse a aquéllos fundiendo el cobre sobre toscos moldes monovalvos o espetando un corderito. A esta imaginación contribuye, sin duda, el humo que viene de los asadores de Prádena, pueblo que, como todos los situados junto a la cañada real de la Vera de la Sierra, ha trocado el cayado por el mandil y el caramillo por el "¡oído, cocina!". La Costa del Cordero le llaman. Otro lugar de Prádena donde no se siente el verano es el parque recreativo El Bardal: 160.000 metros de praderas sombreadas por sabinas mastodónticas, con piscinas, barbacoas y chiringuito afamado por sus paellas. A media hora de paseo, subiendo por la pista de tierra que deja a mano derecha el parque, se encuentra al acebal de Prádena, el mayor bosque de acebos del Sistema Central. Su espesura es tal que, en plena canícula, reinan una oscuridad y una frescura como de cueva. Por algo es el árbol de la Navidad.

Cordero y caldereta

- Cómo ir. Prádena dista 113 kilómetros de Madrid. Por la A-1 coger el desvío al pasar el puerto de Somosierra por la N-110.

- Qué ver. Cueva de los Enebralejos (teléfono: 921 50 71 13): visitas guiadas todos los días, excepto los lunes, a partir de las 11.30; entrada, 3,60 euros. Parque recreativo El Bardal (tel.: 629 71 57 91): abierto todos los días, de 10.00 a 21.00; entrada, 3 euros.

- Alrededores. En Casla (a 5 kilómetros): hoces y alamedas del río Caslilla. En Pedraza (a 12 kilómetros): muralla, plaza Mayor, antigua cárcel, torre románica de la iglesia de San Juan y castillo de los Velasco (siglo XVI). En La Velilla (a 14 kilómetros): barranco del río Cega. En Navafría (a 16 kilómetros): martinete de la familia Abán y cascada del Chorro.

- Comer. El Bardal (teléfono 629 71 57 91): en el parque recreativo del mismo nombre, paellas, chuletas y tortas de picadillo de ciervo; precio medio, 10 euros. Las 3 BBB (tel.: 921 50 70 08): restaurante castellano, cordero asado y caldereta, 20-25 euros. La Mesta (tel.: 921 50 70 62): pollo de corral, rabo de toro y bacalao encebollado, 20-25 euros. La Cañada Real (teléfono 921 50 70 93): cangrejos del Duratón al vino de la cuba y bacalao a la crema de pimientos choriceros, 25-30 euros.

- Dormir. La Mesta (teléfono 921 50 70 62): 13 habitaciones bien equipadas, con ventanas abiertas a la sierra; doble, 48 euros. Posada del Acebo (teléfono 921 50 72 60): casona de 1752, ocho habitaciones de agradable tono rústico, 57 euros.

- Actividades. De Pino a Pino (teléfono 659 45 45 68): tirolinas y puentes de cuerda entre los árboles del pinar de Navafría. Situral (teléfono 921 52 10 79): senderismo y piraguas en las hoces del Duratón.

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