Trabajo sólo para saudíes
Riad prohíbe algunos empleos a los extranjeros ante el aumento del paro
Las autoridades saudíes ya se atreven a pronunciar la palabra pobreza. La violencia terrorista que sacude al reino y un paro que no deja de crecer están poniendo en peligro el pacto social que ha unido durante décadas a la Casa Al Saud con la población. Los millonarios ingresos del petróleo ya no sirven para cubrir todas las necesidades de los saudíes. La renta per cápita ha caído a la mitad en los últimos 20 años -en 1982 superaba los 16.500 euros, mientras que hoy apenas alcanza los 9.000-, y la tasa de desempleo oscila entre el 10%, según el Ministerio saudí de Hacienda, y el 30%, alertan otras fuentes. Consciente de que el desempleo es fuente de inestabilidad, el Gobierno de Riad ha decidido la saudización de la mano de obra, una política de empleo que privilegia a los trabajadores nacionales sobre los extranjeros. La tarea no es fácil.
Saíf tiene 28 años y aún no se ha casado. Vive en Riad, bajo el mismo techo que sus padres y sus 11 hermanos. Acaba de terminar la carrera de Filología Hispánica, y ante la dificultad para encontrar trabajo montó un garaje. Como la mayoría de los casi 200.000 estudiantes que llegan cada año al mercado laboral, Saíf se queja de un sistema educativo orientado hacia los estudios literarios e islámicos y donde apenas existe la formación técnica. Sus compañeros de Universidad, asegura, están en el paro. Son los hijos del baby boom que experimentó Arabia Saudí en los años setenta y ochenta, un país en el que en la actualidad la mitad de la población tiene menos de 20 años. Son también los niños que crecieron acostumbrados a ver cómo los egipcios, paquistaníes, indios y filipinos eran quienes se ocupaban de limpiar las casas, conducir los taxis, servir en los restaurantes o construir edificios y autopistas.
Arabia Saudí abrió sus fronteras a los trabajadores extranjeros en los años setenta. Nació entonces una relación difícil, propia de amos y criados, parecida al racismo. La población alcanza los 24 millones de habitantes, seis millones de los cuales son extranjeros, según la Agencia Monetaria Saudí (SAMA). Estos suponen el 60% de una población activa de ocho millones de personas, un porcentaje que alcanza el 84%, según la SAMA, en el sector privado.
Para luchar contra el desempleo nacional, el ministro saudí de Trabajo, Gazi al Qosaybi, anunció el pasado 8 de julio la puesta en marcha del programa de saudización de 13 puntos, destinado a disminuir la dependencia de los trabajadores extranjeros. El ministro advirtió en el diario Al Watan que el paro no se arreglaría "en tres años, sino en un máximo de nueve". Pero no es la primera vez que el Gobierno de Riad anuncia medidas para nacionalizar la mano de obra. Desde 2003, una ley obliga a que todos los taxistas sean de nacionalidad saudí. Sin embargo, cualquier viajero comprobará nada más llegar a Riad que la orden no se cumple: ningún taxista es saudí. "Los jóvenes no quieren desempeñar oficios que consideran mal pagados. La mayoría sueña con trabajar en la Administración, por la seguridad y el sueldo", dice Saíf. Los jóvenes carecen de preparación y las empresas privadas prefieren contratar a extranjeros mucho más cualificados. Recientemente, el periodista Jaled Almaina se preguntaba en el diario Arab News: "¿Somos una nación de funcionarios?". Almaina afirmaba que el 35% de los saudíes no quiere que sus hijos trabajen en el sector privado, y denunciaba los prejuicios de la sociedad saudí por el trabajo manual.
Saíf confía en las promesas del príncipe heredero Abdalá, que gobierna de facto el reino. En noviembre de 2002, Abdalá acudió a los barrios pobres de la capital, donde residen familias saudíes. Saíf ha tenido suerte: dejó el garaje y es secretario en la Administración de la Guardia Nacional. Cobra 6.000 riales saudíes al mes, unos 1.330 euros. Su caso es una excepción. El paro crece y en las calles de Riad ha aparecido un nuevo fenómeno: la mendicidad. Niños y ancianos aprovechan las noches para intentar vender pilas o pañuelos en los semáforos. Cuesta creer que sean saudíes, mientras se piensa en el lujo de su familia real. La brecha abierta entre la sociedad y el poder no parece cerrarse. Como concluye tímidamente Saíf, "intentar reformar sin entender es muy difícil".
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