La historia de Celedón
Ernest Hemingway acostumbraba venir por este rincón de Europa. (Nos lo recuerdan año sí y año también nuestros estimados vecinos del Este que hoy nos ceden el testigo de la Fiesta, a pesar de chasquear al americano sus gazapos ya desde Ángel María Pascual.) Venía también otro ilustre de La Aldea de las Letras, Álvaro Cunqueiro (uno más ilustre que otro, a qué negarlo). Se decía del primero que admiraba a los animales astados e incluso que hablaba con ellos. No era cierto. Ni tan siquiera los entendía; más bien los temía, de ahí su falsa historia. Cunqueiro, no. Cunqueiro no hablaba con los animales, pero los entendía, si no es más que cuando estaban bien condimentados en un plato o una gran fuente. Puede parecer cruel, pero tiene que ver con la condición humana.
De aquella boca salió una lengua que lamía la mano del dueño, cosa que le maravilló
Pues bien, parece que fue Cunqueiro quien rescató la verdadera historia de Celedón sin él mismo saberlo ni que aún hoy haya sido debidamente difundida. Cierto que el documento en el que el escritor gallego da noticia de ello (El paraguas Jacinto) tiene algún error. Dice, por caso, que, estando en la sierra que llaman de Arneiro, el personaje "siguió viaje... hacia Guitiriz o La Coruña", siendo que debió dirigirse hacia Zalduendo. En este punto el documento se equivoca, y puede que en alguna otra noticia. Pero, en general, resulta digno de todo crédito.
Pero vayamos a él. Cuenta éste que un tal Guerreiro de Noste se encontró cierto día en un camino de herradura en la banda del Arneiro oscuro, La Coruña (no precisa fecha, pero debió ser hacia finales del XIX), con un hombre que portaba un gran paraguas. Intercambiaron unas palabras, y Guerreiro se admiró por el tamaño del paraguas y por su curioso puño: cara de hombre, barba de pelo, ojos de cristal y unos labios rojos que parecían tener vida. No sólo eso. De aquella boca salió una lengua que lamía la mano del dueño, cosa que le maravillo. Éste habló de ferias y circos en los que exhibirse. El hombre le aclaró. En realidad, dijo, la lengua era de su cuñado Jacinto, y contó su historia.
Contó que su cuñado se había encontrado el paraguas perdido en una feria del lugar, y le vino muy bien porque comenzó a llover y ventear. Lo abrió costosamente, pero éste se volvía a cerrar con el viento. Y abriéndolo y cerrándosele, Jacinto se perdió en su interior. Quedó finalmente abierto, y el viento lo arrastró hasta la era de la casa de Jacinto. Éste gritaba desde el interior del paraguas. A los gritos, acudieron su mujer, primos, cuñados y vecinos. "Soy Jacinto, Manuela.", decía éste desde la boca del puño del paraguas. Su mujer, por tantearle, le pidió una prueba. Y fue cuando Jacinto sacó su lengua por el puño. Y ésta, en efecto, la reconoció. (A ver si no, decía el cuñado.) "Sí, eres Jacinto Ónega Ribas, casado en segundas nupcias conmigo, Manuela García Verdes
[apellidos que deben ocultar otros]". Parece que el hombre lo quiso llevar por circos y ferias, pero su hermana se negó, pues hasta dormía con el paraguas. Después de todo, era su marido.
Fue cuando el hombre comenzó a pasearle por los caminos. Más que nada por distraerle y sacar alguna pesetilla. En ese momento de la conversación, cuenta Guerreiro de Noste, comenzó a llover y ventear, el hombre quiso abrir el paraguas, pero Jacinto se negaba. Discutían. Al final lo consiguió, y el viento se los llevó volando con naturalidad. (Aquí es donde hay algunas imprecisiones. La dicha sobre la dirección tomada; o que llevaba a su cuñado "montado en la caña", cuando es más probable que fuera colgado del puño.)
En ese tiempo apareció un hombre con un gran paraguas por Zalduendo. Se dice que los del lugar quisieron quemar al paraguas (Jacinto) con Marquitos (un tipo de paja), pero el cuñado se opuso enérgicamente. Nunca el documento de Cunqueiro cita por su nombre al cuñado de Jacinto, pero todos los indicios apuntan a que se trataba en efecto de Celedonio Anzola y García de Andoin (trasunto de García Verdes), conocido como Celedón. Ésta es la verdadera historia de Celedón, y no otras que circulan por ahí sin base documental alguna.
En 1957, los Tímidos hicieron volar a ambos cuñados el 4 de agosto en Vitoria. Y así, hasta hoy. No sé ustedes, pero yo estaré atento al rojo de la lengua de Jacinto que quizá asome en el puño del paraguas. Más que nada, por saber de su salud.
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