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Reportaje:MARRUECOS, A 14 KM DE ESPAÑA /3 | LECTURA

Un coche, una casa, una rubia

Temporada alta", explicó, lacónico, el hombre que practica la halterofilia durante el tiempo libre que le deja su negocio: es traficante en seres humanos. Reside en Castillejos y manda a la gente a España a través de la frontera con Ceuta. "Mucha confusión, con los emigrados que vuelven de vacaciones. Es más fácil pasar a los otros". El hombre, que accedió a hablar conmigo en la terraza de una cafetería, tiene 22 años y está en esto que él llama oficio desde hace 5 años.

Para Jalil Yemmah, que me recibe en una modesta oficina donde organiza cursos de informática, ésta no es sino "la Estación Macabra", que dura hasta finales de agosto. Claro, que Yemmah no trafica con los suyos: recoge sus cadáveres y, desde la Asociación de Amigos y Familias de las Víctimas de la Inmigración Clandestina (AFVIC), trabaja para sensibilizar a la sociedad acerca de los peligros que acechan al que se va. La sede de su organización está en Jurigba, a unos 120 kilómetros al sureste de Casablanca. Jurigba, con Beni Melal y Kalaa Saragna, forma lo que Jalil y sus compañeros denominan el "Triángulo de la Muerte".

Jalil Yemmah: "Lo más importante es sensibilizar a la población para que cambien las cosas"
Hasta mayo, los marroquíes residentes en el extranjero transfirieron 1.400 millones de euros
Un traficante: "Vienen de todas partes para pasar a Europa. De Argelia, de Bangladesh, de Pakistán"
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Marruecos, a 14 kilómetros de España

-Esta región -dice- es la sala de espera en donde nadie busca trabajo, no hay actividad. Todo el mundo intenta la alternativa más fácil: huir. Aquí, incluso aquellos que trabajan no se preocupan en cualificarse, se sienten en situación transitoria. Esperan. Todo Marruecos es un país siniestrado. Pero esta zona, aún más.

Sin embargo, Beni Melal ha sido descrita en las guías turísticas como una tierra fértil, generosa. Lo es. Sólo que, principalmente, pertenece al entramado de poder creado en torno a la monarquía, gentes que se hicieron con las mejores tierras tras la descolonización con la excusa de la nacionalización. Las familias modestas que poseen algún terruño sólo piensan en venderlas y mandar fuera a uno de los hijos, el que les redimirá y cambiará sus vidas. Según el último informe, de este año, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Marruecos ocupa el lugar 125 en el ranking mundial, detrás de Túnez y Argelia. Todo el mundo árabe experimenta un cierto retroceso del analfabetismo y la pobreza; pero se destaca que estas mejoras se detienen a partir de 1995.

El diferencial económico entre Marruecos y España alcanza el 14 o el 16, según el optimismo de los cálculos. Sólo lo supera el que existe entre las dos Coreas.

-En Marruecos, 1997 fue el año de la esperanza -interviene Hisham Rashidi, encargado de asuntos relacionados con inmigrantes subsaharianos (otra parte de la tragedia)-. El llamado Año de la Alternancia, cuando los socialistas entraron en el Gobierno. Pero lo único que ocurrió es que fue el fin de la oposición: el régimen la absorbió.

-Desde 1997 hasta ahora -añade Jalil-, este país ha sufrido más de 4.000 muertos por la emigración. Según nuestros registros, sus edades oscilaban entre los 15 y los 50 años.

Le pregunto por qué se van.

-El impacto psicológico que existe acerca de Europa influye más que la crisis real. La idea de irse empieza en la infancia, y se convierte en una obsesión durante la edad adulta. Hemos hecho encuestas en las escuelas. Cuando los psicólogos piden a los niños que dibujen qué representa Europa para ellos, aparecen tres imágenes: el coche, el edificio y la rubia. El coche es el confort, la casa representa la estabilidad. En cuanto a la rubia, se debe a que vivimos en una sociedad que parece muy abierta, en donde todo está admitido, pero existe un subsuelo poblado de prohibiciones: el sexo, el contacto físico con las mujeres. Se nos aparta de las mujeres, y creo que esta separación crea este clima de frustración añadida.

Jalil Yemmah habla con calma, la suya es una indignación controlada. En cambio, se nota que Hisham contiene con mayor dificultad la ira que esta situación sin salida le produce:

-Eso ocurre en la misma familia. Cuando en un programa de televisión un hombre y una mujer se besan, apagan el televisor. Desde los seis, siete u ocho años ya sientes esa separación, incluso de tus propias hermanas.

Sonríe amargamente Jalil:

-El fenómeno de la emigración se ha convertido en un fenómeno psicológico. Lo más importante, aun creyendo que el deseo de emigrar y encontrar una vida mejor forma parte de la Declaración de Derechos Humanos, es sensibilizar a la población para que se quede y actúe, para que cambien las cosas.

-Y hay un discurso muy hipócrita por parte del Norte y el Sur -añade Hisham-. Porque por un lado se habla de política de puertas abiertas, pero sólo si eres informático o cosas así. Pero al mismo tiempo necesitan mano de obra barata e indefensa que entre a través de las mafias. Y eso es lo que hacen esos cónsules que niegan los visados: les ponen en manos de las mafias.

Quizá sea hora de abandonar por unos momentos Jurigba y las sombrías declaraciones de los hombres de la AFVIC para regresar al lado del muchacho fortachón, optimista, que sorbe su refresco en la terraza del bar de Castillejos, que, de vez en cuando, se frota las manos, como si sacara brillo al enorme anillo de oro con una especie de culebra retorcida en el sello.

-¿Pateras? No, no. Yo no trabajo las pateras. Esa gente tiene poco dinero y hay que meter a mucha. Luego hay un accidente, muere alguien y ¿qué quieres? ¿Qué vengan sus familias a romperme la cara?

Volvamos rápidamente a Jurigba, es necesario. Dice Jalil:

-¿Quién va a atacarle? ¿Las familias? Ven en ellos a una especie de Robin de los Bosques, que da oportunidades a los pobres. Y cuando hay muertos: ¡qué se le va a hacer, es el destino! Por otra parte, para poder luchar hay que legislar para criminalizar a los mafiosos. En Marruecos disponemos de la ley 0203 contra la emigración clandestina, pero en realidad sirve a los intereses de las mafias. Porque, ya en su primer artículo, se clasifica a la persona que tiene que irse como "emigrante clandestino", y no como "víctima de la emigración clandestina", como nosotros querríamos. Lo cual le criminaliza de tal forma que, si se presenta para denunciar al traficante, lo primero que hacen es detenerle a él. Según la ley, un único intento de emigrar clandestinamente tiene que penarse con de uno a tres meses de prisión, a partir de los 18 años, que es la mayoría de edad.

-De edad penal -comenta melifluamente Hisham-, porque para ser monarca basta con tener 16 años.

Y me cuenta un nuevo chiste político, uno de esos que no introduciré en el relato, pero que he repetido a Rachid (ver capítulo de ayer), antes de que nos reuniéramos, en Castillejos y gracias a sus buenos oficios, con el tipo que trafica en seres humanos.

-Vienen de todas partes, para pasar a Europa. De Argelia, de Bangladesh, de Pakistán -el traficante se frota ahora el gran reloj de pulsera que adorna su muñeca-. A los argelinos se les pasa por la verja, con pasaporte falso, como si fueran marroquíes de Tetuán y entraran a comprar. Yo pongo un dinhar bajo el pasaporte, y así la policía marroquí sabe de quién son los que pasan, luego arreglamos. No hay diferencias físicas y la policía española no tiene oído para los acentos. Los paquistaníes tienen que cruzar por la montaña, y una vez en Ceuta ya tienen sus contactos, que les mueven por España. Los subsaharianos están muy organizados. Saltan la primera verja, cortan los cables de las cámaras de vigilancia y, con la misma herramienta, levantan la segunda verja.

Antes de despedirse de nosotros, habla con cierto desdén de los que emigran:

-Gente de Casablanca, de Tánger, del campo, que todo a lo que aspiran es a trabajar en el campo o en la construcción. Aquí, en Castillejos -dice, con orgullo- se mueve mucho dinero. Contrabando, hachís... Aquí no necesitamos emigrar.

Por pasar a Ceuta a alguien con un pasaporte de Tetuán: 1.500 euros. Por moverle hacia España, 5.000 euros.

Entre la "Temporada Alta" a que se ha referido el traficante y la "Estación Macabra" definida por Jalil Yemmah existe un puente nada ingenuo: se llama Operación Marhaba, y es la alegre bienvenida que este país otorga oficialmente a "los triunfadores que regresan", los marroquíes que se han abierto camino en Europa. Lugares de aparcamiento para sus automóviles, azafatas que les dan agüita fresca, una ceremonia con el rey dando la bienvenida a algún elegido... No es de extrañar. Aparte de que los que se van representan una boca menos que alimentar (y una garganta menos para protestar), quienes han conseguido trabajo envían sus buenas divisas al país de origen. Según el diario El Alam, sólo hasta finales de mayo de este año los inmigrantes marroquíes residentes en el extranjero habían transferido 1.400 millones de euros.

Por eso Wafa Bank, que mueve el dinero de los inmigrantes en Bélgica, ha empapelado las principales ciudades de Marruecos con animosos carteles, en francés y en árabe: "El porvenir es tuyo". Acompañando el eslogan, dos famosos triunfadores oriundos de esta tierra estimulan a dos chiquillos: se trata del futbolista Yusef Hadyi (que juega en Francia; un hermano suyo está en el Espanyol) y del corredor Lahcen Ahansal, seis veces vencedor del Maratón de las Arenas. La Banque Populaire du Maroc, que gestiona la mayoría de los envíos de la emigración, subvenciona campañas publicitarias televisivas.

"Un coche, una rubia, una casa", pienso. Eso me devuelve a Tánger, en una de cuyas barriadas de aluvión, Bir Shifa, he entrevistado a Musa; 17 años, media docena de viajes de ida y vuelta a España, jugándosela. Un par de veces consiguió quedarse en centros de acogida. Llegó a tener papeles, que me ha mostrado con orgullo: su pasaporte con el visado provisional que le acreditaba como pupilo de un centro madrileño que tiene la obligación de acoger a los menores inmigrantes no acompañados. Se supone que si se portan bien y no se localiza a sus familias, se les dará una educación: y, a los 18 años, una salida decente. No ha sido así, y a Musa, que aprendió a ser cocinero, se le acaba el tiempo. Pero lo volverá intentar, hasta que lo consiga o hasta que se mate.

De Musa hablamos más tarde Simo -Sidi Mohamed Serifi Villar, coordinador local de Unicef en Tánger- y Meme -Mercedes Jiménez Álvarez, antropóloga social e integrante, como Simo, del colectivo intercultural Al Jaima, que sigue de cerca el destino aciago de esos niños de la calle abandonados a la sombra de nuestro desarrollo-. A ambos les indigna especialmente el incumplimiento, por parte española, del convenio de repatriación de menores que España y Marruecos firmaron en 1998, y que fue ratificado cuando Aznar visitó el reino alauita.

-Se supone que se les devuelve porque creen que en Marruecos se les trata muy bien -dice Simo-. En realidad, la policía española irrumpe en los centros y elige a unos cuantos. Los llevan al centro del Cobre, en Algeciras. Dos o tres días allí, y luego los meten en un barco, aislados, esposados, a cargo de dos policías marroquíes. Cuando llegan aquí son depositados en comisarías, donde se les pega, viola, insulta, se les obliga a fregar las letrinas... Desde España no se hace nada para localizar a las familias. Si hay suerte y se las localiza, se les puede devolver a su pobreza, ya la has visto hoy en Bir Shifa, la fetidez, la miseria, y siguen intentándolo, como hará Musa. Pero a menudo no se atreven a volver con los suyos, les avergüenza su fracaso, y se quedan en el puerto, merodeando, víctimas de los vendedores de pegamento, sometidos a la prostitución. También ellos intentan meterse bajo los camiones, colgarse de las barcas, esconderse en los ferrys. Pero que quede claro: no se hicieron chicos de la calle aquí, sino en España. Cuando comprendieron que allí nadie les quería".

Un adolescente, junto a un amigo, mira a una chica en un mercado de Rabat.
Un adolescente, junto a un amigo, mira a una chica en un mercado de Rabat.PEDRO ROJO
Arriba Jalil Yemmah, director de la Asociación de Amigos y Familiares de Víctimas de la Inmigración Clandestina, y abajo, escena en un mercado de Tánger.
Arriba Jalil Yemmah, director de la Asociación de Amigos y Familiares de Víctimas de la Inmigración Clandestina, y abajo, escena en un mercado de Tánger.PEDRO ROJO
Un pueblo cercano a Jurigba, uno de los vértices del llamado <i>triángulo de la muerte,</i> del que parte la emigración.
Un pueblo cercano a Jurigba, uno de los vértices del llamado triángulo de la muerte, del que parte la emigración.PEDRO ROJO

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