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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

EE UU según Kerry

John Kerry y su compañero de candidatura, John Edwards, ya se han embarcado en un maratón por 21 estados para acercar su mensaje a los estadounidenses tras aceptar en Boston la nominación de su partido a la Casa Blanca. Liquidada la convención -un guión minuciosamente escrito para ser representado en cuatro días-, comienza para Kerry la hora de la verdad desde una situación de partida en la que los sondeos le colocan a la par que el presidente Bush en posibilidades electorales.

Kerry ha dicho en Boston lo que se espera de un candidato responsable: que EE UU puede hacerlo mejor, que cree en alianzas internacionales sólidas para ejercer el liderazgo global y que mejorará la calidad de vida de todos sus compatriotas, reduciendo su foso económico y cultural. No han faltado referencias a ideas especialmente caras a los demócratas, desde convertir las elecciones en un concurso de "grandes ideas" hasta buscar con ahínco el próximo sueño y la próxima frontera de la superpotencia.

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En ámbitos más específicos, el rival de Bush ha sido más concreto y beligerante de lo esperado, quizá porque uno de los objetivos demócratas en Boston era disipar los temores sobre su credibilidad a propósito de temas cruciales como la guerra y la paz. Así, convenientemente arropado por el ambiente castrense que hace creíbles estas afirmaciones, ha asegurado que no dudará en usar el poder militar de su país cada vez que sea necesario, pero prometiendo ser mucho más riguroso que Bush en Irak. Kerry no ha criticado tanto el ir a una guerra desastrosa cuanto la forma artera en que lo ha hecho el inquilino de la Casa Blanca. En el resbaladizo terreno de la seguridad nacional, donde Bush es más valorado por sus conciudadanos, Kerry anuncia que su lucha sin cuartel contra el terrorismo se asentará en un trípode definido por una seguridad interior más agresiva, la represión de la proliferación atómica y la inmediata reforma del espionaje estadounidense, malherido por el 11-S y apuntillado por la reciente investigación del Congreso.

Las encuestas señalan que Kerry sigue siendo poco conocido de los estadounidenses. Menos público es el miedo de la maquinaria demócrata por haber elegido candidato a un hombre tan reservado y poco propenso a la confraternización, como puede suponérsele a un liberal de Nueva Inglaterra rico por su casa.

En las presidenciales de EE UU cuenta más el percibido carácter del aspirante que su programa político. Las espectaculares convenciones partidarias no cambian sustancialmente la opinión de los votantes. Antes de que las huestes de George Bush tomen Nueva York el mes próximo para su gran espectáculo, Kerry tendrá que superarse para llegar con su ideario a una nación escéptica, y especialmente a sus muchos millones de indecisos.

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