Vergüenza ajena
El afloramiento público del contrato de dos millones de dólares firmado el 30 de diciembre de 2003 entre el Gobierno español (previo acuerdo cuatro días antes del Consejo de Ministros) y el bufete Piper Rudnick sólo hubiera podido ser impedido por un triunfo del PP el 14-M. Aunque la contratación de empresas estadounidenses dedicadas a defender a sus clientes frente a la Administración americana sea vista con reprobación por quienes proponen confiar esa tarea a los funcionarios públicos, Rajoy recordó en El Escorial que casi un centenar de Estados del mundo entero recurren a esa práctica. El contrato parece cumplir los requisitos legales exigidos; sorprende, sin embargo, la utilización de un procedimiento especial -sin publicidad y sin la presentación obligatoria de tres ofertas- reservado por la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas a los casos de "imperiosa urgencia".
¿Por qué tanta urgencia? Según el secretario de Estado Gil-Casares, la decisión fue tomada el 8 de abril de 2003 por el Consejo de Política Exterior, semanas antes de que un miembro de la Cámara de Representantes, Jim Gibbons, pusiera en marcha el mecanismo para la concesión a Aznar de la medalla de oro del Congreso como reconocimiento por su participación en la cumbre de las Azores que desató la guerra de Irak. A finales de 2003, el congresista sólo había logrado algunas decenas de las 290 firmas de la Cámara de Representantes necesarias para iniciar el proceso. Tras la rúbrica del contrato, el 30 de diciembre de 2003 (con un pago inicial de 700.000 dólares y el compromiso de 13 mensualidades de 100.000 dólares a partir de enero de 2004), la recluta de solicitantes se aceleró: hasta ayer se habían conseguido ya 306 firmas.
Si bien Aznar recibiría la medalla de oro del Congreso -caso de obtenerla- dentro de muchos meses o años, siendo entonces un señor particular, la promoción de su candidatura se benefició de los pagos de dinero público amparados por las cláusulas del laxo contrato firmado con Piper Rudnick por el Gobierno que entonces presidía: así consta claramente en una minuta (disfrazada en la versión destinada para consumo español) extendida a comienzos de 2004. El paraguas del acuerdo cubrió también el coste de una frustrada movilización de senadores y representantes para que escucharan a Aznar en la sesión conjunta del Congreso de 4 de febrero de 2004. Es cierto que el orador cuasi-sagrado promocionado por Piper Rudnick había anunciado ya que no se presentaría a las elecciones del 14-M; sin embargo, la situación provisional de Aznar como presidente del Gobierno en ejercicio justificaba los gastos del bufete en defensa de los intereses institucionales de España. Por lo demás, los lobbistas prestaron un deficiente servicio a su cliente: sólo una cincuentena de los 435 representantes y los 100 senadores electos acudieron a la cita. Las ausencias fueron subsanadas -en los escaños y en los aplausos- por una variopinta tuna de empleados y visitantes del Capitolio descritos por Televisión Española y la prensa del PP como entusiastas congresistas.
Los trabajos realizados por Piper Rudnick con dinero de los contribuyentes españoles para conseguirle al ciudadano Aznar la medalla de oro del Congreso por los servicios prestados a Bush en las Azores arruinan su imagen de austero hidalgo. El ex presidente del Gobierno se refugia ahora cobardemente bajo las faldas del patriotismo partidista para rehuir sus responsabilidades personales y atribuir al Gobierno de Zapatero el propósito -Rajoy dixit- de "machacar al PP". Al igual que los franquistas exoneraban al Caudillo de cualquier abuso descargándolo sobre las espaldas de sus ministros, también el director del diario El Mundo echa caballerosamente las culpas de "ese patinazo" a la "admiración sin límites" de Ana Palacio: "No me sorprendería lo más mínimo que Aznar ignorara por completo que nuestra Embajada en Washington estaba cometiendo el error de juicio" de pagar las costas de "un asunto fronterizo entre los intereses generales de España y los particulares de su presidente." ¿Quién suscita mayor vergüenza ajena: el ex presidente Aznar, con su áurea medalla, o Pedro J. Ramírez, con su cortesana coartada?
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