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Salzburgo comienza con polémica

Éxito de la soprano valenciana Isabel Rey en la jornada inaugural del festival

No está el Festival de Salzburgo en su mejor momento. Basta pasar por la taquilla oficial para comprobar que el horno no está para bollos. Únicamente una ópera escenificada, El caballero de la rosa, ha puesto el cartel de "no hay billetes". También se han situado en similar situación el recital de Cecilia Bartoli o las versiones de concierto de Capuletos y montescos de Bellini, con Bolton, o Guerra y paz de Prokofiev, con Gergiev. Hay localidades disponibles en todas las funciones incluso para las dos óperas de Mozart, y hasta la siempre esperada Filarmónica de Berlín, con Simon Rattle, ha acusado la tendencia a la contención y no ha agotado el papel para su concierto del 30 de agosto. Queda tiempo aún para enderezar el rumbo, pero los indicios son preocupantes y, desde luego, la repercusión económica sobre la ciudad, que vive los veranos en gran medida pendiente del turismo cultural, puede dejar huella. Anteayer, de hecho, día de la inauguración, al menos en dos de los restaurantes más solicitados (y mejores) de Salzburgo la ocupación no llegaba a la mitad de la capacidad ni al mediodía ni por la noche.

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La no renovación del contrato como director artístico a Ruzicka ya se ha hecho pública y tendrá lugar después de la edición de 2006, el año en que, si no se tuercen las cosas, se van a programar todas las óperas de Mozart con motivo del 250º aniversario del nacimiento del compositor. Lo curioso es que no está siendo nada fácil buscar un sustituto, entre otras razones porque las primeras espadas de la organización artística prefieren trabajar en otros lugares. Michael Haefliger, por ejemplo, ha rechazado la proposición y ha renovado hasta 2009 en el Festival de Lucerna, con una opción de prórroga de al menos un par de años más. Y no es el único caso. Esto que está ocurriendo ahora habría sido inimaginable hace unos años.

La inauguración de la actual edición era atípica por la elección de un título barroco, pero también significativa de por dónde van los tiros, al contar con el esfuerzo combinado de Nikolaus Harnoncourt, el director que se ha convertido en emblema musical por excelencia de esta nueva etapa y con Jürgen Flimm, director oficial de teatro del festival. ¿Por qué razones se decantaron por un título barroco en la actual coyuntura? Vaya usted a saber. Además no renunciaron, dada la posibilidad que ofrece para ello una música en cierto modo fragmentada como la de El rey Arturo, a realizar una versión actualizada de la obra, pretendidamente graciosa (con citas incluso a Mortier y Ruzicka), pero que se traduce en la práctica en un predominio bastante cargante de la palabra hablada.

Torpe trivialización

Convertir la maravillosa música de Henry Purcell en un fondo para una comedia musical o una opereta multimedia es altamente peligroso y debe tener detrás un trabajo teatral de mucho más calado, continuidad y coherencia que el que Flimm desplegó. La acumulación de ideas y efectos se volvió contra la propia música y cuando ésta sonaba era una liberación, un oasis de hermosura. La trivialización de la música por el dominio del teatro, el ansia de éxito fácil, propiciaron situaciones difíciles de asimilar. Por ejemplo, la conmovedora gran Passacaglia de Purcell, utilizada como número final, se hace a ritmo de vals vienés, con baile incluido. Antes el público había sido invitado a participar cantando en el más puro estilo karaoke (evidentemente no aceptó). Seiscientos trajes para el coro, proyecciones multimedia a tope, en fin, se juntaban todos los elementos para un superespectáculo, pero no funcionó.

Muy seguro debía estar Flimm de la genialidad de su puesta en escena, pues cuando salió a saludar y los abucheos empezaron a subir de tono, se tiró al suelo todo lo largo que es y aleccionó al coro, que en ese momento estaba situado para los saludos en el fondo del escenario, para que aplaudiese, algo que el coro se tomó al pie de la letra y empezó a gritar bravos, produciéndose una insólita situación con los de arriba en el escenario ovacionándose a sí mismos y entrometiéndose en el derecho natural del público a exteriorizar lo que le parece un espectáculo por el que ha pagado hasta 280 euros.

Harnoncourt dirigió extraordinariamente bien y la Orquesta Concentus Musicus de Viena respondió con un sonido que captaba la atmósfera del barroco inglés. Los actores cumplieron y de los cantantes hay que destacar la soberbia actuación artística de Barbara Bonney, el buen momento de forma del tenor Michael Schade y, en particular, la desenvoltura y aplomo de la soprano Isabel Rey. No desaprovechó la oportunidad que se le presentaba de estar con un papel principal en la inauguración del Festival de Salzburgo y sacó a la luz con valentía y madurez todos sus recursos vocales y teatrales. Puede sentirse orgullosa de su actuación.

Una escena de la representación en Salzburgo de <i>El rey Arturo </i><b>de Henry Purcell. </b>
Una escena de la representación en Salzburgo de El rey Arturo de Henry Purcell. REUTERS

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