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Reportaje:

¿El año que viene, en Jerusalén?

Inquieta por el antisemitismo, la comunidad judía francesa tampoco apoya la oferta de Sharon de emigrar a Israel

La comunidad judía de Francia vive muy inquieta por la multiplicación de actos antisemitas. Desde hace casi cuatro años, coincidiendo con el comienzo de la segunda Intifada (septiembre de 2000), sus representantes llaman la atención sobre un sistema "moralmente inaceptable", que deja sin castigo la mayor parte de las agresiones denunciadas. Y sin embargo, esa misma comunidad también se ha sentido incómoda con el llamamiento del primer ministro Ariel Sharon a emigrar "en cuanto puedan" a Israel, lanzado el domingo pasado, que además ha ultrajado a las autoridades francesas, provocando la suspensión de los preparativos para un viaje a París del primer ministro israelí.

Bien organizada, la comunidad judía denuncia constantemente los hechos anormales: desde chicos molestados por ir cubiertos con la kipá y en algunos casos, heridos con arma blanca, hasta conatos de incendios en sinagogas y agresiones a rabinos. El clima de intranquilidad es evidente desde el incendio de un colegio judío en Gagny (periferia de París) en el otoño pasado, y se ha agravado con las profanaciones de cementerios y otros símbolos judíos.

Circulan dos estadísticas: el Ministerio del Interior cita 135 hechos antisemitas en el primer semestre de 2004, mientras que el Ministerio de Justicia cifra en 180 los asuntos en trámite de esclarecimiento. De estos últimos, 46 consistieron en agresiones a personas. Más difícil resulta responder a la pregunta de dónde vienen los problemas: nada se sabe de los culpables de la destrucción del colegio judío, ni de las profanaciones de cementerios; de los 180 actos antisemitas mencionados, el 80% no han sido esclarecidos. Eso a pesar de que la quema del colegio provocó la visita inmediata del entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy. Su sucesor, Dominique de Villepin, lo hizo en un caso de profanación de tumbas particularmente llamativo.

Lo que hasta el año 2001 fue un lento goteo de emigraciones se ha convertido en un hilo más fluido: 2.566 judíos franceses se marcharon en 2002, otros 2.313 en 2003 y varios cientos en los primeros meses de este año. No parece excesivo en una comunidad estimada en unas 600.000 personas, pero tampoco desdeñable.

La palabra que mejor define lo que está pasando es "confusión". Ariel Sharon lanzó su aparatoso llamamiento a los franceses entre dos hechos muy sensibles: la agresión a una mujer en un tren de cercanías de París por "magrebíes y negros" que la creyeron judía, denuncia que resultó ser falsa; y el 62º aniversario de la verdadera y dramática redada de 13.000 judíos en la región de París, que fueron entregados a los nazis por la policía de Vichy durante la ocupación. Las mezclas de verdades y mentiras, o la interpretación de que los casos que se demuestran falsos podrían haber sido verosímiles, sólo sirve para alimentar la confusión; un género "apreciado por los racismos de toda especie, que hacen fortuna con el retroceso de la razón y del sentido", sostiene Edwy Plenel, director de la redacción de Le Monde.

Precisamente para evitar confusiones, los primeros en reaccionar contra Sharon fueron miembros destacados de la comunidad judía francesa. Como el intelectual Théo Klein, presidente de honor del Consejo de Instituciones Judías (CRIF), que advierte: "No le corresponde a él [Sharon] decidir por nosotros". O el ex ministro Robert Badinter, quien censuró al líder israelí porque hablar del peligro que corren los judíos en Francia a causa de su "10% de musulmanes" supone una equiparación improcedente con la Alemania de los años treinta y tildar de nazis a millones de musulmanes franceses.

El Gobierno de Israel lleva años señalando a Francia como el país "más antisemita". Empezó a calificarle así a principios de 2002, cuando anunció ayudas excepcionales a los judíos franceses para emigrar a Israel, comparables a las atribuidas a los judíos rusos. La actitud actual de Sharon es mucho más política, buscando la crítica a Francia por el apoyo prestado a Yasir Arafat, aunque los ecos de su llamamiento busquen conectar con las nostalgias de una Diáspora que durante siglos ha entonado la misma aspiración: "El año que viene, en Jerusalén...".

En todo caso, el antisemitismo no es el factor predominante en la decisión de los que ya han emigrado, según testimonios reunidos por el diario Le Figaro. Saraï Marreiros, de 19 años, dejó la región parisiense en agosto de 2003 para irse a Israel: "Me fui por un ideal. Mis abuelos vivían en Jerusalén y yo iba todos los años para las vacaciones. Desde los 14 años, yo animaba en la región de París un movimiento de jóvenes sionistas, Habonim Dror (constructores de la libertad): yo deseaba construir algo en Israel. (...) A pesar de los riesgos, me siento más en casa en Israel que en Francia. En la periferia de París estaba en minoría; en Jerusalén, a veces me ocurre que contemplo la calle y me digo: 'Todos los que pasan son judíos, mi sueño sionista está intacto".

Philippe Bensoussan, de 48 años, que vive a caballo entre los dos países, explica: "En Francia me aburría y en Israel está todo por hacer. Además, es interesante no sentirse en minoría. Allá [en Israel] tengo aún un acto reflejo de judío francés: cuando salgo a la calle, no me pongo la kipá. Enseguida veo que mucha gente la lleva a mi alrededor y entonces me doy cuenta de que verdaderamente estoy en Israel".

Pintada en alemán que dice "fuera judíos" sobre un cartel del cementerio judío de Herrlisheim, en el este de Francia, el pasado mayo.
Pintada en alemán que dice "fuera judíos" sobre un cartel del cementerio judío de Herrlisheim, en el este de Francia, el pasado mayo.ASSOCIATED PRESS

La 'kipá', prohibida

Aunque la presión mediática se haya fijado más en el velo o pañuelo de las muchachas islámicas, las nuevas normas francesas sobre los signos religiosos en la escuela pública prohíben exactamente igual la kipá judía. En nombre del laicismo, el presidente francés, Jacques Chirac, y su Gobierno han querido tratar por igual a todas las religiones. En septiembre, con la vuelta a las clases, será la primera vez en que comienza un curso con tales prohibiciones en vigor, que afectan igualmente a los crucifijos cristianos "de gran tamaño".

A diferencia de los musulmanes, que apenas disponen de escuelas propias, la enseñanza en los establecimientos judíos se encuentra bastante desarrollada en Francia. El Fondo Social Judío Unificado dio cuenta el año pasado de la existencia de 251 centros que funcionan por medio de contratos con el Estado, un sistema parecido al de los colegios concertados en España. Unos 26.000 alumnos se encuentran escolarizados en ellos.

No se dispone de cifras tan precisas sobre el número de estudiantes judíos que acuden a la enseñanza pública. Los que se mantengan en ella tendrán que hacerlo sin la kipá, no así los de las escuelas judías, consideradas privadas y, por lo tanto, al margen del sistema público de la República, único afectado por la ley.

Históricamente, Francia ha hecho esfuerzos considerables para integrar a sociedades multiculturales y multirreligiosas, pero el curso próximo se comprobará si esa política de integración es ya tan difícil que se limita a intentar que los problemas "se manifiesten" lo menos posible.

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