¿Cuánto estás ganando con la guerra de Irak?
MADRID, OCTUBRE DE 2003. En la mesa están John Snow, secretario del Tesoro de EE UU; Colin Powell, secretario de Estado; la ministra de Asuntos Exteriores española, Ana Palacio, que actúa de presidenta, y Chris Patten, el comisario europeo de Exteriores. Ha terminado la Conferencia de Donantes a Irak y las autoridades se felicitan por el éxito: 33.000 millones de dólares recaudados. Un periodista pregunta: ¿cuánto de este dinero corresponde a donaciones a fondo perdido, cuánto a préstamos a devolver y cuánto son cantidades ya aportadas? Las hemerotecas cuentan lo que pasó: Snow, sonriente, pasó la pelota a Powell; éste, a Ana Palacio, que tras decir algo tan genérico como que se trataba de una cifra global que necesitaba ser desglosada, dio el pase a Patten, que respondió: "Miren, he asistido a otras conferencias y les puedo decir que se hace un cálculo grosso modo de lo prometido: los expertos del Banco Mundial y de la ONU tendrán que decidirlo".
El ambiente de opacidad y recelo sobre Irak se ha trasladado a la reconstrucción económica. No hay día en que no apa- rezca un conflicto de intereses de alguna empresa americana en la zona
Nueve meses después de aquella conferencia de donantes, la intendencia de la reconstrucción de Irak padece la misma ausencia de concreción y transparencia que el resto del proceso político y militar. La sarta de engaños sobre las armas de destrucción masiva y las vinculaciones de Al Qaeda con Sadam Husein permean lo demás. Hace escasas semanas, un alto responsable de la CIA, Ray McGovern, resumía soliviantado lo que siente una gran parte de la ciudadanía mundial: "No hay palabras para calificar lo que George Bush ha hecho a Estados Unidos y al mundo. ¡Atacar un país sobre la base de informaciones falsas, mutiladas o inventadas! ¿Pagará algún día por ello?" (Le Nouvel Observateur de 24 de junio: 'Irak: la gran manipulación').
La sensación de engaño se traslada al terreno de la intendencia por el continuo conflicto de intereses de algunas empresas que están participando en la reconstrucción. Los casos de las empresas Halliburton (vinculada al vicepresidente Dick Cheney) y Betchel (en cuyo consejo figuraban Caspar Weinberger, ex secretario de Defensa, y George Shulz, ex secretario de Estado) no son sino las más publicitadas. No hay día que Halliburton deje de aparecer en alguna investigación sobre irregularidades en la zona. La última ha sido la abierta por un jurado que investiga los negocios de Halliburton en Irán, uno de los países del eje del mal definido por Bush; parte de los negocios se hicieron, al parecer, mientras Cheney todavía dirigía Halliburton. Hace 20 años, el hoy secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, visitó Bagdag e influyó sobre Sadam para que adjudicase a Betchel la construcción de un oleoducto entre Irak y Jordania. Pocos días antes de la citada conferencia de donantes, el ex jefe de campaña de Bush, Joe W. Allbaugh, acompañado de ex altos cargos de las administraciones de Bush, padre, y del actual presidente crearon la sociedad New Bridge Strategies, cuyas funciones son las de "aprovechar las oportunidades de negocio en Oriente Próximo tras la guerra de Irak".
A la luz de estos casos y tantos otros ha aparecido en EE UU un libro de William Hartung, analista del World Policy Institute, cuyo título describe por sí mismo el ambiente sobre la reconstrucción iraquí: Papá: ¿cuánto te estás embolsando con la guerra? Una guía sobre el enriquecimiento en la Administración de Bush.
Con ser importante todo esto -hay quienes defienden que, para ganar las elecciones de noviembre, Bush tiene que soltar lastre y desprenderse de sus aliados más abrasados, como Perle, Rumsfeld e incluso Cheney-, lo es más la situación de la economía iraquí, un país asolado por una cruel dictadura, tres guerras recientes y 12 años de embargo. La inmensa mayoría de los contratos de reconstrucción no se ha iniciado; muchas empresas extranjeras seguirán sin acudir sin que haya un ambiente de paz y las posteriores condiciones de seguridad jurídica, y aunque las estadísticas del país no son fiables, una gran parte de los trabajadores sigue dependiendo de un sector público en el que el monocultivo de la producción y distribución de petróleo continúa sin normalizarse
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