El colegio de Barroso
A pesar de que haya sido ratificado por el Parlamento Europeo con más votos en contra que Romano Prodi, Jose Manuel Durão Barroso tiene el reto de mejorar a su predecesor. Esos 251 votos en contra (frente a un 58% a favor) tienen mucho de protesta por su condición de anfitrión de la nefasta cumbre de las Azores. Los problemas que afronta Barroso requerirán buenas artes. Será el primer presidente de la Comisión de 25 miembros, uno por país. Esta condición acentúa la deriva intergubernamental de esta institución central y original de la Unión Europea, frente a su carácter supuestamente supranacional.
Barroso, nombrado por los gobiernos y ratificado por la Eurocámara, pretende hacer su Comisión, que empezará a funcionar el 1 de noviembre. No le será fácil. Él no elige a los comisarios -los nombran los Gobiernos-, sino que reparte carteras. Y aunque el conservador portugués se resiste a crear supercomisarios, algunos de los países grandes ya están presionando para llevarse las áreas más codiciadas por comportar mayor poder real: competencia, mercado interior, comercio exterior, reforma económica, unión monetaria y agricultura. El reparto de carteras entre 25 se hace doblemente difícil para Barroso, pues, además de no disponer de contenido real para todos, es sabido que será en parte transitorio, pues en 2009, si entra en vigor la nueva Constitución, todas las áreas de acción exterior pasarán a depender del ministro europeo de Asuntos Exteriores, que tendrá así un pie en el Consejo y otro, como vicepresidente, en la Comisión, lo que trastoca los equilibrios institucionales.
El reto inmediato para Barroso es recuperar la moral perdida por una Comisión que se siente mera intendencia del Consejo y convertir una suma de comisarios en un equipo. Prodi ha tenido un elenco de excelentes comisarios, pero no ha sabido generar un espíritu colegiado, ni instaurar un sistema presidencial. En estos próximos años, Barroso será la cara de la UE a la que muchos ciudadanos mirarán para apoyar o no la Constitución en los diversos referendos de ratificación. De momento, ha acertado en el diagnóstico: el mayor peligro no viene del "euroescepticismo de unos pocos, sino de la euroapatía de muchos".
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