Novela musical
De Alaska no hay rastro en esta novela y sin embargo el jazz es casi su estricto protagonista, transformado en casi todo lo que puebla la novela: personajes, músicos, letras y hasta sentimiento y geometría difusa, fragmentaria, inasible y original. Hay una voz en esta novela raramente madura y raramente libre: el autor contaba 21 años cuando publicó en euskera esta misma novela, con el título Belunda jazz, allá por 1996 y ha sido él mismo quien la ha traducido al español. Está escrita con un impulso innegablemente jovial, explorador, con un uso constante de la ironía y el humor, incluso acercándose a los límites del sentido racional para tocar aquí y allá, como sucede en la música, como sucede en el jazz, formas literarias enigmáticas, líricas, irracionalistas sin obstruir el relato, o los relatos. Porque hay muchos y todos confluyen de una manera u otra en el jazz y la pérdida, personajes derrotados que conocemos antes de la derrota, cuando tocar en un club regentado por un mafioso es una forma de ser feliz sin límite, cuando la música se lo lleva todo, incluida la miseria material y quizá incluso la sensatez misma, la racionalidad o la cordura, como le sucede al trompetista que protagoniza la novela, incapaz de cortar la espiral de la marihuana, el whisky, la música y las voces de la conciencia dañada. Alaska es el nombre de un manicomio pero podría ser el de cualquier otro sitio en el que se pudiesen oír -y contar- historias raras, mentiras fanáticamente creídas por sus protagonistas, excéntricas aficiones o vacilantes silencios enfermos.
JAZZ Y ALASKA EN LA MISMA FRASE
Harkaitz Cano
Traducción del autor
Seix Barral. Barcelona, 2004 206 páginas. 15 euros
Y por supuesto hay, además de música, literatura, y quizá alguna muy particular de Julio Cortázar con el perseguidor a cuestas, pero también una honrada y directa confesión de debilidad no sólo por el jazz sino por su mitología, su mundo, sus antros y complicaciones. Y una historia de amor triste, y un asesinato ambiguo, y un boxeador, y mitos estables (Miles Davis o John Coltrane) y unas ganas clarísimas de hacer novela sin seguir patrones demasiado visibles, con una libertad de estructura que bordea a menudo la antinovela porque seguramente busca sobre todo evocar una atmósfera y una música antes que las historias que le sirven para armar la novela. No es una novela sobre música; es una novela musical, y por tanto también sabe calcular bien los tiempos y el tempo. Antes de abandonar en el desconcierto al lector, termina el capítulo y salta a otra historia, que a menudo se retomará en otro capítulo y desde otro personaje y otro punto de vista, como si de veras todo formase parte de una cabeza dislocada, que sigue y acepta las improvisaciones de la música y sin embargo es fiel con la intuición al sentido, a ese eco que mezcla la genialidad del músico, la música, la locura y el consuelo de que existan pese a la autodestrucción segura que arrastran.
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