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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Implacable corrupción

Autor de unas diez novelas largas (no cuento las dos primeras cortas y otras cinco incluidas en cuatro volúmenes de Documentos secretos, reeditados por esta misma editorial), creo que la obra de Isaac Montero (Madrid, 1936) es, pese a no haber alcanzado el favor del gran público, una de las más importantes con las que cuenta hoy nuestra literatura. Perteneciente a la generación del realismo mal llamado social -pues él fue uno de los que antes intentaron renovarlo- trabajó como periodista y publicitario tras haber ensayado sus primeras armas en la prensa universitaria (en Acento Cultural, sobre todo) y obtuvo sus primeros premios Sésamo, de cuento y novela corta, en 1957 y 1964, pero pronto tropezó con la censura recién inaugurada de Fraga, que secuestró ilegalmente (su falsa ley aperturista carecía de reglamento entonces) su primera novela Alrededor de un día de abril, autoeditada en 1966 y excelente para la época, pero que no pudo aparecer legalmente hasta 1981, en plena época de desprestigio de su generación. Una dura polémica en defensa del realismo comprometido con el entonces emergente e imparable Juan Benet hizo lo demás, e Isaac Montero trabajó muchos años como guionista de televisión. Llegó a dirigir algunos programas de libros (de excesivo interés para dicho medio) y publicó novelas sin parar, mientras enseñaba por África y California.

EL VUELO DE LA CRISÁLIDA

Isaac Montero

El Taller de Mario Muchnik

Madrid, 2004

610 páginas. 24 euros

Entre sus novelas, todas

ellas interesantes, cabe destacar después de la primera citada, Los días de amor, guerra y omnipotencia de David, el Callado (1972), Arte real (1979), Pájaro en una tormenta (1984), la serie de Documentos secretos (1972-1978), Señales de humo (1988), Estados de ánimo (1994), El sueño de Móstoles (1995) y La fuga del mar (2000), tras haber acariciado otra vez el éxito con Ladrón de lunas (1999) con la que obtuvo un merecido Premio de la Crítica. Y ahora, ya jubilado y viudo de la inolvidable traductora Esther Benítez, vuelve a la carga con otro gran novelón extenso y ambicioso, El vuelo de la crisálida, con el que de nuevo regresa a su tradicional empeño de renovar el realismo de siempre adaptándolo a las nuevas formas y maneras que impone la sociedad del consumo mercantil y posindustrial en la que nos movemos.

Montero se enfrentó desde

el principio al realismo crítico -más que puramente social- que necesitaba, a partir de un lenguaje de origen clásico y culto, mezclándolo con el popular, lo que para empezar nos hace pensar en Quevedo y El buscón, pero todo ello basado en un bagaje cultural y literario bastante considerable. A partir de ahí, rastrea las huellas en el interior de una sociedad corrompida desde su origen, desde la Guerra Civil de la que ha surgido, mancha originaria que la ha marcado del todo, hasta hoy.

De ahí el costumbrismo de

su primera novela, que enfrenta a dos burguesías, la española y la norteamericana, en un conflicto moral irresoluble, o la irónica autoparodia sentimental de la segunda -una de las grandes-, la vuelta del revés de lo criminal en la tercera o de lo policial en la cuarta, mientras que lo didáctico se apoderó quizá demasiado de sus ambiciosos Documentos secretos. A partir de ellos, Montero se ha lanzado a unas excelentes "escenas de interior", que se centran en análisis individuales, algunos de ellos inolvidables, como las voces que protagonizan las tres últimas (una alta ejecutiva que rechaza la corrupción, un ambicioso homosexual en busca de una herencia imposible y un empresario que se resiste a los nacionalismos y a las presiones de su familia), y todo ello mientras conseguía su verdadera obra maestra, Ladrón de lunas, una de las mejores novelas que he leído sobre la tan traída y llevada metáfora de las "dos Españas", plasmadas en el interior de una misma persona, bígamo y traidor, en una fábula inolvidable, pues es el hombre español el esquizofrénico que encierra a las dos.

Y ahora vuelve a la ambición total, al menos en su extensión y personajes, en esta extraña y compleja metáfora de la corrupción total, escrita a través del diálogo sobre todo, utilizando -a partir del informe imaginario de una secreta red de espionaje que parece una ficción científica- técnicas de radio, televisión y cine (obsesiones permanentes del autor), de prensa escrita, grabaciones y hasta teléfonos móviles, que se cruzan como secuencias cortas o largas, con somera indicación de tiempo y lugar, en las conversaciones de un centenar de personajes, originadas en un caso de corrupción que se va multiplicando hasta llegar a un estado general donde ya no hay títere que valga, ni familias, ni fidelidades, ni ideologías. Más dotado para la crítica y el sarcasmo que para la ironía y la ternura, Montero traza una fábula dispersa, múltiple y pesimista, donde cabemos todos, policías y ladrones, santos (de boquilla), vírgenes (pocas), agentes secretos, jueces, abogados, periodistas, empresarios, gentes de buen y mal vivir, crisálidas de todo pelaje ("criaturas dormidas" de alguien a la espera de ocupar su puesto) y todo un parque zoológico que quiere reflejar a nuestra sociedad entera.

Pero el problema inicial no se resuelve, pues es imposible que las crisálidas vuelen, ni siquiera metafóricamente. Una crisálida no es un ser esperando su momento (de ser algo) sino el principio de algo que puede serlo pero que no conoce su final pues sólo es un capullo y los capullos no vuelan, por mucha potencia lingüística que Isaac Montero despliegue en su torno. Frente a tanta majestuosa exhibición, la corrupción nos llega de siempre y, por muchas de las formas que adopte hoy, quizá seguirá desgraciadamente para siempre. Ésta es la feroz y sarcástica conclusión de una lectura tan aleccionadora como terrible.

Isaac Montero obtuvo el Premio de la Crítica en 1999.
Isaac Montero obtuvo el Premio de la Crítica en 1999.MANUEL ESCALERA

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