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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Aventura hedonista

Bourlinger (correr mundo, llevar una vida aventurera, barloventear) es lo que hace Blaise Cendrars a lo largo de este libro y lo que hizo a lo largo de su vida. Pero no es éste su único libro "de viajes", si es que se puede denominar así, pues a él se unen L'homme foudroyé y La main coupée y los tres forman una especie de autobiografía donde la invención corre pareja con la realidad. Cendrars (1887-1961) adquiere su mejor fortuna literaria como poeta -es uno de los grandes poetas vanguardistas franceses- aunque se dedicó con entusiasmo a la narración biográfica -Vol à voile, Une nuit dans la fôret y otras- y a la narrativa propiamente dicha, donde destacan Moravagine o La vie dangereuse. Su verdadero nombre era Frédéric-Louis Sauser y su seudónimo lo buscó en la imagen del Ave Fénix (Blaise Cendrars equivale a brasa y cenizas según él).

TROTAMUNDEAR

Blaise Cendrars

Traducción de Manuel Talens

Alianza. Madrid, 2004

440 páginas. 22 euros

Trotamundear es un conjunto de escritos que responden al cosmopolitismo de Cendrars y que lo tienen como principal protagonista porque lo cierto es que un tipo tan ególatra como aventurero sí que lo era. Su tono es el de un hombre convincente, pero, a poco que uno se interna en la escritura, no deja de pensar que la narración está pintada de mil colores -y no es gratuita esta alusión a la plasticidad-, una parte de los cuales proceden de la pura imaginación del autor de Prosa del Transiberiano y la otra de la imaginación desbordante de una especie de anarquista vital al que le gusta llamar la atención y pasárselo en grande con miles de francos y con cuatro perras, según le vaya en la vida.

Cendrars es poeta sobre to

do y eso se advierte enseguida en este libro lleno de historias no necesariamente articuladas, muchas de ellas realmente entretenidas cuando no extravagantes, llenas de personajes desfachatados, de canallas y borrachos, de chulos y frescales, pero también bibliotecarios, empresarios y chefs, dedicados a acompañar al personaje central -él mismo- en sus correrías. Esas correrías, lo llevan a rememorar muchas zonas de su infancia y adolescencia, que son momentos muy bien contados gracias a una técnica doble: de un lado, el mundo del choriceo con un habla y un tono que no dejan de recordar el modo que impuso Céline -palabras como chola, pirarse, chiripa, amigacho, enraizadas en un mundo cutre y tirado, pero animoso- y del otro, una capacidad de creación de imágenes que sólo pueden pertenecer a un poeta, muchas de ellas deslumbrantes.

A lo largo del libro habla de todo lo divino y lo humano. Le encanta largar y está convencido de que su vida es interesantísima, cosa que comparte con el más famoso pelmazo narcisista del siglo XX, a quien dedica la tercera sección del libro: Henry Miller. Pero a diferencia de éste, Cendrars, con sus virtudes y defectos, es un poeta extraordinario. Hay mucho alcohol, mucha borrachería, mucho compañerismo etílico y del otro, y mucha bulla de bares y tabernas en esta falsa y cierta autobiografía que se compadece bien con su idea de que la vida que es "una farsa, una comedia, una tragedia universal, y la suerte que agita a todos los personajes del drama sin que ellos lo sepan, que los sacude como un cubilete y los arroja confusamente sobre la alfombra como los dados del póquer de ases". El libro, que contiene historias verdaderamente atractivas y otras menos interesantes porque no hay un hilo conductor fuera del talante y la conducta del propio protagonista y autor, es él mismo y no se aleja de aquella ingenua y epatante actitud vanguardista de considerar la transgresión como una norma de conducta frente a un mundo caduco. El problema es que la vanguardia envejece demasiado aprisa. Cendrars es un gran poeta y su libro, aunque irregular, contiene relatos muy sugestivos.

Como dije antes, el libro está plagado de imágenes muy expresivas junto a acumulaciones que, cuando alcanzan la sensualidad resplandecen y, cuando no, aplastan el texto. Pongo un ejemplo entre muchos: "Esbozos de trabajos ejecutados sobre el terreno, zanjas, estanques, mojones, muros de sostén de cemento armado, montones de chatarra...". Esta forma de expresión se ha quedado caduca ya y el libro lo paga.

"Un día -cuenta- se encontró con Picasso y éste le dijo: 'Sube. Te haré un retrato. Yo sólo trabajo para la posteridad'. '¡A la mierda la posteridad! -repuso Cendrars- No subo". Éste es el talante que domina el libro, genialoide muchas veces y muy pasado en otras; pero si uno quiere recuperar el espíritu de la época -los primeros cuarenta años del siglo XX- tiene mucho que encontrar aquí.

El autor francés Blaise Cendrars (1887-1961) visto por Tullio Pericoli.
El autor francés Blaise Cendrars (1887-1961) visto por Tullio Pericoli.

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