Mal ejemplo filipino
La decisión de la presidenta filipina de plegarse al chantaje terrorista en Irak, retirando anticipadamente su simbólico contingente militar para evitar el asesinato de un compatriota, puede ser entendida en estrictos términos compasivos, pero es un error político de grueso calibre. La medida envía un mensaje funesto a los terroristas, no ayuda a los iraquíes y hace más vulnerables a los ciudadanos de los demás países que contribuyen con tropas a estabilizar Irak.
Gloria Macapagal se ha movido por estrictos motivos de política interna, presionada por la oposición y una opinión pública que nunca ha visto con buenos ojos la presencia filipina en Irak y para la que el conductor finalmente liberado, padre de ocho hijos, se había ido convirtiendo durante su cautiverio en una suerte de héroe nacional y símbolo de los casi ocho millones de filipinos que trabajan fuera y en buena medida mantienen la maquinaria económica del archipiélago asiático. Ceder ha supuesto un capital político instantáneo para la presidenta, que ha percibido el caso de Ángelo de la Cruz como manera ideal de comenzar su mandato tras unas disputadas elecciones en las que venció por poco.
Lo de menos es si el gesto de Manila pone de relieve su fragilidad como socio de EE UU en la lucha antiterrorista, aunque la presidenta se haya apresurado a señalar que este caso excepcional no compromete su firme alianza con Washington. Filipinas envió su medio centenar de soldados para agradecer el apoyo de Bush al combate de su propia disidencia interior, y a la postre, como los hechos demuestran, la coalición montada por la Casa Blanca para arropar su aventura iraquí es un conglomerado heteróclito y débil. Pero una cosa es abandonar una sociedad forzada cuyos planteamientos no se comparten, caso de España, y otro hacerlo al dictado de unos fanáticos verdugos.
La presidenta filipina ha permitido a un grupo terrorista alterar formalmente la política de su país, algo a lo que no se han plegado Gobiernos tan dispares como Corea del Sur o Bulgaria, por citar dos con ciudadanos decapitados por iluminados islamistas en Irak. El oportunismo de su gesto y su rigurosa incongruencia se acentúan por el hecho de que Manila practica una política de mano dura sin concesiones respecto de su propio terrorismo interno: precisamente de carácter islamista, el más amenazador y también partidario de la toma de rehenes y en ocasiones de acudir al sable como herramienta política.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.