Esperanza y venganza
"Cuando oigo hablar de cultura echo mano a la pistola", decía el fascista, consecuente con sus limitaciones en ese ámbito, campo abonado de disidencias e insolencias, de ideas disolventes y perniciosas alternativas. "Cuando oigo hablar de cultura echo mano a la cartera", dice el neocon (con, abreviatura de conservador, con, que en francés, sin abreviaturas ni eufemismos, quiere decir llanamente imbécil). Las fronteras entre el fascismo pistolero y el "neoconservadurismo" ilustrado quedan patentes en el diverso comportamiento que sobre la materia cultural exhiben la presidenta de la Comunidad madrileña, doña Esperanza Aguirre, y el alcalde de la capital, don Alberto Ruiz-Gallardón. Como ejemplo sirve un plantón, el que doña Esperanza dio al señor Baremboim, al señor alcalde, a la reina doña Sofía y a los miles de madrileños que acudieron al concierto que el, justamente célebre, director de orquesta ofreció en la plaza Mayor de Madrid en recuerdo y homenaje a las víctimas del maldito 11-M. "Yo no sabía que la Reina iba a ir", se justificó, malamente, la presidenta, que esta vez se decantó por la devoción frente a la obligación; no fue al concierto porque tenía un compromiso previo con la boda de un correligionario. Las malas lenguas, que a menudo aciertan, apuntaban que con su incomparecencia doña Aguirre había eludido, de paso, tropezarse con el maestro Baremboim, al que, rompiendo la tradición inaugurada por su predecesor y correligionario, pero menos, no ha incluido este año en la programación musical del Ayuntamiento.
Preocupada tal vez por su imagen de persona culta e ilustrada, la presidenta, de vuelta de su "tour de la prosperidad interautonómica" por el eje Madrid-Valencia-Palma de Mallorca, hizo acto de presencia en una función teatral, todo un hito en su trayectoria cultural, y no fue en un musical de moda, ni mucho menos en un teatro de vanguardia, ni siquiera en una obra clásica de esas que sirven de coartada, ni Shakespeare, ni Lope, ni Eurípides, ni Ibsen. La presidenta madrileña asistió a la representación de La venganza de don Mendo, cronicón medievalizante y esperpéntico, hilarante parodia de los dramones románticos que triunfaban en los escenarios españoles hasta que el prolífico Pedro Muñoz Seca les clavó "el puñal del godo" en plena cerviz con esta disparatada e ingeniosa parodia del género. No fue mala la elección de la presidenta, nada mejor para despejar de malos pensamientos, de pensamientos, el cerebro asediado y bombardeado por las insidias, las perfidias y las envidias de la política, que esta asequible y relajante farsa que tuvo en el cine una memorable recreación protagonizada por Fernando Fernán-Gómez en una producción que hizo de la necesidad virtud y sacó chispas de lo cutre.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, doña Esperanza Aguirre, don José María Álvarez del Manzano y yo coincidimos en la apreciación de las bondades de una obra que ya me hacía desternillar de risa a los once años y que casi llegué a aprenderme de memoria a tan tierna edad. Los que no seáis como niños no entraréis en el reino de los cielos, avisaba el Mesías. La mención del beatífico ex alcalde no es gratuita, pues durante su mandato, La venganza de don Mendo se representó hasta la saciedad en el teatro Español y en el Centro Cultural de la Villa. Pedro Muñoz Seca, inventor del "astracán" y creador de ágiles y efímeras comedias, era un autor de derechas de toda la vida, criminalmente fusilado por los energúmenos, que por supuesto los hubo, del bando defensor de la legalidad de la República. Resultaría obvio, y tal vez hiriente, si es que quedan conciencias susceptibles en esas latitudes, hablar de la escasez de referentes culturales, artísticos o filosóficos que la derecha puede incorporar a su acervo. Como Ruiz-Gallardón sabe y aprovecha, y Esperanza Aguirre ignora y dilapida, en esto de la cultura más vale olvidarse de prejuicios ideológicos para no apechugar con el riesgo de presentar como intelectual orgánico a Sánchez Dragó y a Norma Duval como musa de las artes escénicas populares.
Como autor, siempre necesitado de subvención, estoy a punto de proponer al excelentísimo e ilustrísimo alcalde de la Villa y Corte el montaje de una obra escénica, tal vez un auto sacramental, en el que se glose, a ser posible en impecables endecasílabos, la enorme suerte de un político, Ruiz-Gallardón, al que hicieron bueno sus rivales, y sin embargo compañeros, en el Ayuntamiento cuando estaba en la Comunidad y en la Comunidad cuando está en el Ayuntamiento.
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