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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un grito contra el sida

La conferencia internacional sobre el sida, clausurada el pasado viernes en Bangkok, arroja más sombras que luces. Este tipo de reuniones sirven para atraer la atención temporal sobre un drama tan grave como una pandemia que contabiliza ya 20 millones de muertos en dos décadas. Sin embargo, una vez apagados los focos, las soluciones a la tragedia se aparcan y las promesas de ayuda para prevenirla quedan en el aire hasta una nueva reunión, dentro de dos años, en Toronto (Canadá). El secretario general de la ONU, Kofi Annan, ha comparado el virus del sida con un arma de destrucción masiva -ahora que está tan de moda hablar de ellas- y ha pedido a EE UU dedicar el mismo denuedo para erradicarlo que con el terrorismo. El actor estadounidense Richard Gere ha dicho en Bangkok que lo que ha gastado la Administración de Bush en la guerra de Irak podría haber servido para aliviar gran parte de las penurias de África, el continente más azotado por esta enfermedad.

De Bangkok emergen dos o tres ideas que los países más ricos deben entender si desean enmendar los errores y traducir las promesas en hechos: más dinero, mejor coordinación de políticas, remedios preventivos eficaces y mayor atención hacia segmentos de población como son las mujeres, que se han convertido últimamente en las grandes víctimas del sida, sobre todo en los países más pobres. Si se trata de acabar con una epidemia que también golpea al primer mundo, sus gobernantes deben apartar rencillas y unir estrategias para su desaparición. EE UU se arroga la condición del país que más aporta en la lucha contra el sida. En cifras absolutas lo es, pero están sujetas a condiciones muy estrictas. La UE le tilda de mantener una política unilateralista egoísta, en defensa de las multinacionales farmacéuticas y contraria a países como Brasil, que propicia la producción de fármacos genéricos mucho más baratos. Sin duda, EE UU, más presa que nunca del interés comercial, incumple sus compromisos, pero los países europeos tampoco han destacado demasiado en sus lealtades.

Los cálculos de ayuda se están incrementando día a día. Al Fondo Mundial de la ONU para la lucha contra el sida debe llegar mucho más dinero. Las necesidades han pasado de 10.000 millones de dólares para 2005 a 12.000 para 2006 y más de 20.000 para 2007. Son loables planes como el lanzado por la OMC para intentar dar tratamiento a tres millones de infectados, en especial en África en 2005, pero ese objetivo es inalcanzable a corto plazo, afirman los expertos de la ONU. Estados Unidos debe flexibilizar su política de medicamentos genéricos antirretrovirales. Es positivo el anuncio de que seis países (Brasil, China, Tailandia, Rusia, Ucrania y Nigeria), entre los más afectados, hayan acordado producir en común fármacos genéricos.

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Tampoco resulta convincente el plan de abstinencia sexual, fidelidad conyugal y uso del preservativo predicado por Bush o el Vaticano. Y menos aún que lo condicione al paquete de ayuda de más de 10.000 millones de dólares prometido para los próximos cinco años. El único entusiasta es el presidente de Uganda, que ha asegurado que su programa ha supuesto a su nación la reducción de 19% a 6% la cifra de infectados. La política puritana de Bush agrada casi del todo a la Santa Sede, pero ni Washington ni el Vaticano pueden ser por definición los grandes obstáculos inamovibles a la lucha contra esta inmensa tragedia.

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