El euro de Sanidad
Soy trabajadora y ususaria de la sanidad pública. Además, por desgracia, hace unos meses estoy de baja laboral. Así que me he visto en los dos lados del sistema. Y casi cada vez que voy al CAP a buscar el parte de confirmacion de la baja, o a la visita de seguimiento, me encuentro con las mismas caras. ¿Es casualiad?
Es cierto que hay un gran déficit que hay que solucionar gestionando mejor los recursos por su carácter de sanidad pública, gratuita y universal. Pero yo, en mi modesta opinión, no veo tan disparatada la idea.
Yo lo entiendo como un precio simbólico para que los usuarios nos lo pensemos dos veces antes de ir al ambulatorio y que éste no sea considerado como un lugar donde, además de estar el médico, hay aire acondicionado y nos podemos encontrar a alguien para charlar un rato (he escuchado muchas conversaciones al respecto).
Sí, la cosa tiene flecos: habría que pensar en el sistema de cobro. Si yo estuviera en el mostrador de atención al usuario no me gustaría hacer de cajera. Para ser cajera hubiera hecho oposiciones a la Caixa.
Se tendría que diferenciar crónicos y agudos, espontáneos y esporádicos. Pero lo cierto es que habría menos visitas y más tiempo para médico-paciente, un mayor conocimiento del médico de su paciente y un paciente mejor informado. Y el tiempo repercute en la calidad y la calidad en todos.
Seguro que hay formas mejores de solucionar el problema: impuestos del tabaco y del alcohol..., envases de medicamentos con cantidades más racionales (la segunda caja siempre se queda a medias) o comprimidos por unidades según paciente y patología. No lo sé: no soy gestora. Pero encuentro esta controversia positiva, porque es un verdadero problema. Y si el toro no se deja cojer por los cuernos... tendremos que cojer los cuernos por el toro. De momento.- Lucía Romero Gimena. Barcelona.
Cada cierto tiempo, un economista de renombre (¿o son siempre los mismos?) sale a la palestra poniendo de manifiesto la necesidad de que los ciudadanos paguen una parte de su asistencia sanitaria como solución a los problemas de financiación de la sanidad. Con frecuencia, políticos de distinto signo, deslumbrados, acogen con entusiasmo reprimido esta propuesta, atentos a ver si el mensaje "cuela" en una sociedad acostumbrada a transigir.
Mientras tanto, uno se pregunta por qué si necesitas seis pastillas de un determinado medicamento tienes que comprar un frasco de treinta, cuando ni los países más ricos se permiten este despilfarro; por qué se tortura a pacientes terminales y a sus familias con pruebas y tratamientos de ineficacia probada para mejorar su estado (situación que en el argot médico se conoce como uso de métodos "compasivos"), mientras se demora la asistencia de los que se beneficiarían de una atención temprana; por qué gran parte de los servicios sanitarios públicos que tienen listas de espera siguen funcionando habitualmente, y con suerte, con horario de 8.00 a 15.00, mientras crece el sector privado; por qué debemos sentirnos culpables de ser viejos o estar enfermos; por qué se escoge siempre la solución que perjudica a los más desfavorecidos.
Yo, como cualquier persona normal de este país, valoro las propuestas de miembros ilustres de nuestra sociedad, pero, desde mis limitados conocimientos, me llama la atención que se proponga extender a otros servicios algo que no ha funcionado (el elevado consumo de medicamentos es el principal gasto sanitario, y no se ha moderado por el pago directo de una parte de su precio), mientras no se abordan otros aspectos que necesariamente pasarían por una negociación (¿o enfrentamiento?) con sectores como la industria farmacéutica o una pequeña parte del colectivo médico, más potentes económica y socialmente que el ciudadano de a pie. Hagan ustedes sus deberes y después hablamos.- Ana M. Alonso Fernández-Aceytuno. Las Palmas de Gran Canaria.
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