La maquinaria en funcionamiento
Desde el punto de vista empresarial, Enron es una ruina en llamas. Pero en los escombros hay pruebas importantes.
Si Enron no se hubiera hundido, quizá no tendríamos todavía más que pruebas circunstanciales de que las compañías energéticas subieron artificialmente los precios durante la crisis de la electricidad en California. Gracias a ese derrumbe, tenemos pruebas directas a través de las ya famosas cintas de Enron, pese a que la Comisión Federal Reguladora de la Energía y del Departamento de Justicia intentaron impedir que se hicieran públicas.
Ahora, diversos correos electrónicos y otros documentos de Enron están revelando por qué Tom DeLay, el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, es uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos.
Primero, veamos el contexto: en la Convención Republicana, casi todos los oradores serán partidarios de la moderación social como Rudy Giuliani y Arnold Schwarzenegger. Es necesario presentar una fachada moderada para ganar las elecciones en un país generalmente tolerante. Sin embargo, el verdadero poder en el partido está en manos de conservadores sociales acérrimos como DeLay, que, en el debate sobre el control de armas tras la matanza de Columbine, insistió en que la violencia juvenil era consecuencia de las guarderías, los métodos anticonceptivos y la enseñanza de la teoría de la evolución.
Y he aquí el enigma: si el conservadurismo de DeLay es tan impopular que hay que esconderlo durante la convención, ¿cómo es posible que la gente como él sea la que verdaderamente dirige el partido?
En el caso de Tom DeLay, la respuesta reside, en gran parte, en su control del dinero de las empresas. Ya en 1996, un analista definía a DeLay como "el principal responsable de las aportaciones empresariales a los republicanos". Parte de ese dinero llega a través del grupo Americanos por una Mayoría Republicana, Armpac, un comité de acción política fundado por DeLay en 1994. Al distribuir ese dinero a otros legisladores, obtiene su lealtad; esto, a su vez, le permite hacer favores a sus donantes corporativos. Cuatro de los cinco republicanos en el comité de ética de la Cámara, ante el que se ha presentado una querella contra DeLay, son antiguos beneficiarios del dinero de Armpac.
La querella, presentada por el representante, Chris Bell de Tejas, afirma, entre otras cosas, que DeLay blanqueó aportaciones empresariales ilegales para utilizarlas en las elecciones de dicho Estado. Y aquí es donde interviene Enron.
Según informaba The Washington Post el pasado día 12, en mayo de 2001 los representantes de Enron en Washington informaron a Ken Lay, por correo electrónico, de que Tom DeLay buscaba 100.000 dólares más en donaciones para su comité de acción política, con el sobreentendido de que, en parte, se dedicaría "a la modificación de distritos en Tejas". The Post dice que posee "al menos una docena" de documentos que demuestran que DeLay y sus socios dedicaron dinero de donantes y grupos de presión de empresas a un intento de obtener el control de la legislatura de Tejas para que el Partido Republicano pudiera alterar los distritos políticos del Estado.
Enron, que ayudó a poner en marcha Armpac, respondió con entusiasmo, sobre todo porque DeLay estaba ayudando a la empresa en su intento de garantizar leyes de desregulación de la energía, mientras sus operadores presumían entre sí de hacer trampas con el mercado liberalizado de California y robar millones cada día a "la abuela Millie".
La modificación de los distritos de Tejas, como muchas acciones de DeLay, rompía todas las reglas del juego limpio político. Cuando uno cree -como cree DeLay- que Dios se sirve de él para promover una "concepción bíblica" en la política, no respeta las reglas habituales. Y la modificación de distritos funcionó: es uno de los principales motivos por los que, a no ser que se produzca una avalancha demócrata en noviembre, lo más probable es que la Cámara acabe en manos republicanas.
Sin embargo, hay un problema: una ley de Tejas de hace 100 años prohíbe la financiación empresarial de campañas para la legislatura del Estado. Está en marcha una investigación, y DeLay ha contratado a dos abogados penalistas. Habrá que seguir los acontecimientos.
Pero no por eso hay que pensar que el sistema funciona. La situación actual de DeLay es un accidente. La maquinaria del partido que tanto ha contribuido él a crear ha eliminado la mayor parte de los controles y equilibrios en nuestro Gobierno. Una y otra vez, los republicanos del Congreso han cerrado filas para bloquear o mutilar las investigaciones políticamente incómodas. Si Enron no se hubiera hundido, y si Tejas no tuviera una ley de financiación de las campañas que es una reliquia de su pasado populista, DeLay no correría ningún peligro.
En realidad, la situación es ésta: DeLay y los duros como él, que poseen valores muy distintos a los de la mayoría de la población estadounidense, han forjado una alianza tremendamente eficaz con los intereses empresariales. Y es posible que no les quede más que una elección para conseguir quedarse con el poder a largo plazo.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton. Acaba de concedérsele el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Traducción de Marisa Rodríguez Tapia. © The New York Times News Service, 2004.
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