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Columna
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La tentación del 'no'

Quiero pensar que no va a confirmarse la tentación del no a Europa, expresada de manera efervescente y pasional por las bases en el reciente congreso de CDC. La tentación fue aparcada, in extremis. Aparcada, que no desactivada o apaciguada. A juzgar por las opiniones expresadas por algunas personalidades del entorno intelectual convergente, uno tiene la impresión de que la bola del no está creciendo y que las gentes que se identifican con este partido, incluso sus mentes más preclaras, confundiendo la travesía del desierto de unas siglas con las circunstancias del país (difíciles, pero no dramáticas) pueden tender a desarrollar un peligroso sentimiento trágico de la vida catalana. Por el bien de este partido y por el bien de Cataluña (que no puede permitirse el lujo de una nueva batalla maniquea), es necesario que la dirección de Artur Mas no traspase el umbral de la puerta que las bases del partido han abierto.

Como sucede en casi todas las familias ante la primera crisis importante, las gentes de CDC han reaccionado abrazándose, cauterizando con lágrimas de afecto las heridas internas, reafirmando la fraternidad grupal. Es una reacción natural. Contrarresta el sentimiento de desolación que la actual fase declinante estaba causando entre las bases del partido y sus más fieles votantes. Es una reacción natural, pero no sé si va a ser útil. Lo estamos viendo en el PP. También reaccionó a la imprevista derrota reforzando el clima emocional interno, pero Mariano Rajoy ya está siendo vapuleado, más por sus compañeros que por sus rivales. Cataluña está viviendo una etapa de transición. Los parámetros viejos se han agotado, pero los nuevos no acaban de concretarse. Todo es muy móvil o, como está de moda decir, muy líquido. Ninguna hegemonía política o ideológica está clara. Muchos opinan, sin embargo, que CiU tiene poco margen de maniobra para retomar un rumbo ascendente. Es obvio que no basta con un abrazo confortador para afrontar las dificultades que causa la actual coyuntura. Cuando una familia, ante un problema causado por factores diversos, tiende a reforzar sus lazos emocionales, acaba excluyendo del análisis los errores internos que han conducido a la crisis. Es lo que ha pasado en este congreso. Conjurado con abrazos y lágrimas el análisis autocrítico, el mal queda situado por entero en el exterior.

La reacción, eurocolérica, de las bases de CDC contrasta con el pensamiento del fundador y líder histórico, que ha sido un paladín del europeísmo. Este no a Europa es, por tanto, como la ruptura de una baraja por parte de un jugador frustrado: ya no vale la pena seguir jugando. Es la lógica de la irritación o del resentimiento. Es una lógica contraria a la razón política, puesto que Europa no se cierra con la Constitución y los caminos siguen abiertos (aunque nunca han sido fáciles). Si CDC, efectivamente, decidiera romper la baraja estaría cambiando de vía, estaría abandonando el posibilismo. La CDC de Pujol siempre supo encontrar la manera de aunar ideales genéricos y resultados prácticos. De confirmarse la tentación del no, el partido entraría en otra dimensión.

Al otro lado del no hay un pasillo oscuro. Un pasillo que no conduce a ninguna parte, excepto a la frustración, al malestar, al sentimiento de orfandad. Son muy malas vibraciones para un partido, sea cual fuere. Conducen, inevitablemente, a la ciénaga del desasosiego y la negatividad, y si CDC, partido cardinal, que no marginal, se instala en una ciénaga de disgusto, desazón y pesadumbre, una parte importante del país tenderá a instalarse en ella. A regodearse en el pesimismo lamiéndose las heridas históricas y presentes. En una ciénaga, entre las aguas putrefactas a las que no llega el riego oxigenado, positivo y claro, cada vez más caldeadas por el sol de la impaciencia, acostumbran a proliferar las bacterias. Estas bacterias pueden inocular una tentación que nunca consiguió arraigar en el país, ni cuando, en la década de 1930, se extendió por Europa. La tentación del populismo.

El secretario del PSOE, José Blanco, relacionó el sentimiento antieuropeísta que parece arraigar en CDC con la extrema derecha. Es una imputación de presumido: no es prudente que imparta doctrina democrática un partido tatuado con la siniestra marca del GAL. El PSOE, que pagó con un viaje al desierto aquel tétrico capítulo, está ahora en fase optimista, encantado de conocerse. Sería bueno que dedicara todas sus energías a conseguir que el buen talante sirva para resolver los viejos problemas hispánicos, concitando consensos, en lugar de aprovecharse de las debilidades del contrario. La imputación de Blanco no ha favorecido el debate que debería instalarse en la dirección de CDC; al contrario, en tanto que pulla política, puede haberlo bloqueado (ha sido como poner sal en la herida convergente). Sin embargo, es fundamental que en CDC tomen conciencia de hasta qué punto el viaje que pueden estar emprendiendo por instinto puede situarlos a ellos y por añadidura a una parte importantísima del país en el mismo callejón sin salida en el que acampa la Lega Lombarda, por ejemplo.

Cuando una política se basa en la negación, tiende a explotar las frustraciones, los desgarros y los sentimientos negativos. Es así como en los años treinta se desarrollaron los populismos. Europa está viviendo una etapa parecida. No es extraño que las manifestaciones de los partidarios de Aznar y de algunos periodistas de Madrid muestren también un perfil populista. La tentación del no. La reacción de Josep Antoni Duran Lleida ha sido muy rápida y positiva. Si CiU dice no a Europa no sólo rompe con su tradición, también se desmarca de las clases medias catalanas, cuya implicación europea, en parte gracias a CiU, es total. Sería lamentable que la posición de Duran también fuera leída en clave estrictamente partidista (un encontronazo más entre la C y la U). Lo que está es juego en el referéndum constitucional es mucho más que el flujo o el reflujo de los partidos. Es mucho más, incluso, que la supervivencia del catalán (que no está perdida en Europa, por lento y frustrante que sea el camino). Es la supervivencia de un proyecto catalán, compartido transversalmente, que busca, no romper la baraja, sino jugar con dos a la vez, en Europa y en España, para seguir siendo próspera, tranquila, singular y entrelazada.

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