Fin de curso
Con qué alivio llegábamos con éxito al fin de curso (todavía, décadas después, la pesadilla de fracasar en aquellos exámenes y tener que repetir en septiembre es capaz de aflorar, acuciante, en las madrugadas de angustia). Y con qué alivio emprendíamos la aventura del verano, libres por fin de trabas académicas y con el otoño tan lejos que su imagen apenas enturbiaba nuestra felicidad de devueltos a la vida. Alivio. España, la España en la cual uno se siente otra vez cómodo, acomete ahora la estación estival, con vacaciones para muchos, respirando hondo después de haber pasado por la dura prueba de los últimos ocho años y, sobre todo, los últimos cuatro. Se nota el alivio, palpable, por doquier. Y hay, al mismo tiempo, la sensación de que los nuevos gobernantes se dan plena cuenta de que podríamos estar de verdad ante la última oportunidad. En una situación de ahora o nunca.
La demostración de que es así la tenemos cada día en la reacción visceral de los que, en el fondo, están radicalmente en contra -aunque no lo digan de manera abierta- de la España plural y laica. El talante tranquilo de Zapatero, su insistencia en ser a la vez respetuoso con el adversario y firme en sus propósitos, no sólo está imprimiendo un tono inusitado a los debates parlamentarios, sino provocando la furia de la oposición que, acostumbrada a manejar el poder duro y maduro, se encuentra ahora incapaz de articular un discurso medianamente conciliador.
Los que creen que el único buen español es el español católico están que rabian ante la evidencia de lo que, en tan pocos meses, está ocurriendo en el país. Entre ellos, quien fue en su momento arzobispo de Granada, Antonio Cañizares, que ahora campa por sus respetos en Toledo. En la ciudad de la Alhambra se recuerdan no pocos de los tics del mismo prelado, entre ellos una tendencia a recordar desmanes rojos cometidos en Motril y olvidarse convenientemente de la masacre propiciada en Granada por los suyos, masacre nunca denunciada por el arzobispo del momento, Agustín Parrado (a propósito, ¿qué nos puede contar al respecto Manuel Jiménez de Parga, a quien tanto enfadan las críticas a la Iglesia, acerca del comportamiento en el Gobierno Civil rebelde de Granada de dos de su apellido, íntimos colaboradores del comandante Valdés, según Eduardo Molina Fajardo y José Luis Vila-San-Juan, en la preparación de las listas de quienes iban a ser fusilados?).
A Antonio Cañizares no le gustan nada los rojos. Y no le hace gracia alguna -véanse sus recientes declaraciones- la maldita grey homosexual, que no deja de marear con sus demandas y exigencias. Como tampoco al arisco Rouco, que acusa al Gobierno, además, de haber decidido que la Iglesia no tenga sitio oficial alguno en la España actual. Pero, ¿no somos Estado aconfesional? ¿No podemos pretender que la Iglesia se ocupe por fin de los que creen en ella y nos deje en paz a los demás, empezando con nuestro bolsillo? Ellos -ya les conocemos- no cambiarán nunca por voluntad propia. Son como los que aparcan en doble fila: hasta que no haya respuesta contundente seguirán igual. Veremos el próximo curso.
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