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Columna
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Pirata

Menos mal que existe el sentido del humor; de lo contrario, estaríamos cada mañana al borde del infarto y la melancolía. Abres el periódico y te da miedo llegar a las páginas de esquelas y obituarios, que últimamente lucen agresivas: memorial de ausencias y lágrimas negras. Las autoridades sanitarias advierten que la vida es un peligro, y la muerte, una costumbre, por todo lo cual han tenido a bien sembrar la calle de esquelas, que en eso se han convertido las cajetillas de tabaco. Esas autoridades y sus fúnebres recordatorios están incrementando la misantropía y la ansiedad de los ciudadanos.

Por pura lógica irracional, dentro de nada cualquier cosa deberá ser mostrada en público con una lápida encima, donde se notifique la malignidad y el epitafio del producto. Señoras y señores, todo es mortal. Estamos en el comienzo del "realismo pirata" que de algún modo pronosticó Empédocles de Agrigento: una calavera impresa en cada botella, en cada vehículo, en cada persona, en cada navaja. Sorpresas te da la vida. Si yo tuviera una hija la llamaría Ausencia para que estuviera siempre lejos, en paradero desconocido, en Babia.

El Ayuntamiento de Madrid, sensible ante el futuro imperfecto de subjuntivo, se ha apresurado a retirar de las marquesinas ( "marquesas pequeñinas") y los chirimbolos ("objetos de forma extraña que no se sabe cómo nombrar") toda publicidad relacionada con el alcohol y el tabaco. Dentro de nada, las marquesinas se van a quedar viudas y sin bragas, a no ser que se perviertan y empiecen a vender calaveras. Las autoridades sanitarias debieran también pregonar a todo el mundo que un calavera es un "hombre dado al libertinaje". Lo dice el diccionario, y eso va a misa. Una calavera no es un calavera, prueba de que el machismo impera en nuestros diccionarios. De todo lo cual se colige que el realismo pirata propiciado por las autoridades nos va a convertir a todos en filibusteros.

-Oiga, señora, ¿sabe usted contar?

-Por supuesto, joven.

-Pues no cuente usted conmigo, bucanera.

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