La Armada advierte de la existencia de más minas, pero dice que no hay peligro
La Armada española sostiene que en el norte de la Costa Brava, entre el golfo de Roses y Portbou, puede haber muchas minas submarinas en el fondo del mar, como las que se encontraron el fin de semana pasado en el municipio de Colera (Alt Empordà). El comandante de la Marina de Roses, Manuel González Solano, advirtió ayer de que en esta zona podría haber "muchas más minas, porque ésta es la manera que se utilizaba antes para proteger los puertos".
La mayoría de las minas conservan su estructura metálica de 1,5 metros de diámetro en perfectas condiciones y están sin estallar, pero tienen la carga explosiva muy desgastada por el paso de los años. Cuando los artificieros de la Armada trataron de explosionar las dos minas encontradas en Colera, los artefactos no llegaron a estallar, precisamente por el mal estado del explosivo, y simplemente se quemaron.
Explosivo gastado
Las dos minas de Colera, como muchas otras que podría haber en el sector, son minas que deberían de estar flotando entre las aguas, a media profundidad, sujetas a un cabo amarrado a un peso muerto que reposa en el fondo y a una boya que las mantiene con un poco de flotabilidad, según explicó el teniente de la Unidad Especial de Desactivación de Explosivos de la Armada, Valero Otón, quien se hizo cargo de la operación. "En su día fueron artefactos muy efectivos contra cualquier tipo de embarcación que navegaba por la superficie", explicó Otón, pero "ahora ya no suponen ningún tipo de peligro para los barcos que naveguen por aquí".
El material explosivo de estas minas está muy gastado y, según Valero Otón, todas deben de reposar ya en el fondo marino por el deterioro de sus boyas. Los fuertes vientos de Levante, acompañados del considerable oleaje que ha azotado la población durante la pasada primavera, podrían haber desenterrado las minas del fondo marino, según el alcalde de Colera, el socialista Josep Maria Rosa.
Según la hipótesis más razonable, los artefactos de Colera fueron colocados durante la II Guerra Mundial para evitar la presencia de barcos en una zona desde la que pudieran bombardear la línea férrea.
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