Espejismo
Sufro el extraño síndrome del propietario de ladrillos. Tengo la gran suerte de vivir en un piso en propiedad, en propiedad del banco, se entiende. Hoy por hoy, el piso en el que vivo vale más del doble que hace unos pocos años. Intento no prestar atención al hecho de que si quisiera mudarme a vivir a un piso más grande, pagaría proporcionalmente mucho más por la diferencia en metros que lo que me costaron los actuales.
Tampoco quiero amargarme pensando que el ruido que soporto, a pesar del aislamiento, ha aumentado espectacularmente en esos mismos años; que el aire huele periódicamente a goma quemada aunque los residuos de la ciudad se quemen a muchos kilómetros de distancia; que no pueda colgar la ropa en la terraza si no quiero que vuelva negra debido a la polución; que el colapso sea la norma en el tráfico, o que acaben de instalarme una antena de telefonía móvil a escasos metros de mi dormitorio.
¿De qué me sirve ser en teoría más millonario que hace unos años, si la ciudad en la que vivo es cada día más insoportable? Señores (as) alcaldes (as) de las ciudades de España, gobernantes en general, ¿les preocupa que haya muchos ciudadanos que acariciemos la nada utópica idea de vender cuando podamos lo que podamos e irnos a vivir a un lugar más habitable? Pocos lo pueden hacer, pero el hecho de que haya muchos que lo deseemos, ¿les preocupa?
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