Savater amonesta a Jahvé
El último recurso que imaginaba Wittgenstein para encontrar luz y paz en el pensamiento era el de hablar -más bien discutir- con Dios. Por mucho que peleara trágicamente con su imagen, no lo consiguió, como ha sucedido a tantos: es de suponer que a todos los que añoraron tal cosa. Savater, sin embargo, que no busca luz ni paz en Dios, sino más bien a pesar suyo, lo logra aquí relajadamente, sin problema alguno. Y nada menos que con Yahvé, el Dios terrible y tonante del Sinaí, que no consigue impresionar a pesar de todo. Aunque en estas condiciones sobra el diálogo y la discusión auténticos: basta un monólogo, con muchos puntos suspensivos, eso sí, entre los que el monologante finja y remede al Dios de los mandamientos, en este caso más bien chivo expiatorio. Yahvé mismo permanece mudo, no se sabe si por vergüenza propia o por vergüenza ajena. Sea porque no comprende el interés y la gracia de lo que escucha, o porque se avergüenza realmente de lo mal que ha hecho las cosas, Yahvé guarda silencio.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS EN EL SIGLO XXI
Fernando Savater
Debate. Barcelona, 2004
120 páginas. 15 euros
Un ejemplo de lo dicho. "Yahvé y Savater tienen una charla sobre sexo". Título de la introducción al capítulo seis sobre el sexto mandamiento. La charla (soliloquio de Savater): "Ya sé lo que vas a contestarme, pero igualmente tengo que preguntártelo: ¿no crees que esto de 'no cometerás adulterio' está un poquito anticuado? Hombre... en otras épocas
... pero hoy todo ha cambiado... el sexo es complejo... y por supuesto que me dirás que el sexo con amor es mucho mejor que todo lo demás. Está bien... te lo admito...
pero hay una observación que hace Woody Allen que te interesará: 'El sexo con amor es lo mejor de todo, pero el sexo sin amor es lo segundo mejor inmediatamente después de eso'. Y la mayoría de la gente piensa así... Por eso creo que te vendría bien leer este capítulo, que te servirá para ponerte al día en estas cuestiones, que son muy sugestivas".
Cuestiones todas que, en general, quedan así. El primer mandamiento supone un Dios celoso, excluyente y posesivo como todos, y, como todos, cuestionado hoy día, sobre todo en sus representantes. El segundo pierde importancia porque hoy el nombre de Dios se va devaluando (ni siquiera la blasfemia es ya la especie de homenaje que era), sobre todo en manos de políticos, enamorados y otros muchos especialistas en juramentos en vano. El tercero, el más agradable, carece de sentido para millones de personas: ¿de qué hacer fiesta y descanso el parado, el desgraciado? (" no eres una agencia de empleo pero podías haber pensado mejor las cosas"). El cuarto se tambalea entre el vacío de la moda: el recelo frente a todo autoritarismo paternal por parte de la juventud crecida ("ser joven es casi una obligación hoy"); y el de la no moda: nadie quiere ser ya padre o madre ("es algo que envejece demasiado"). El quinto es el menos discutible, pero que tenga en cuenta el Dios de los mandamientos que en su nombre se ha matado más que en el de los demás dioses, que en su mundo no reina precisamente el "no matarás" y que él mismo es el gran asesino universal que nos mata a todos.
También frente al sexto y al
noveno Jahvé ha de tener en cuenta muchas cosas que parece ignorar, o haber olvidado, él, que antiguamente permitió en este sentido tantas: que hoy la mujer no es simple objeto de deseo ni propiedad de nadie (precisamente nada la ha hecho tan deseable como haber supuesto esto último), que el sexo ya no es asunto exclusivo de hombres y mujeres ("hay quienes no desean a la mujer del prójimo porque desean al prójimo"), que las relaciones entre amor y sexo en general han cambiado, que existe el sexo en grupo, el intercambio de parejas... El séptimo necesitaría de más precisión conceptual ("¿no podías haber entrado en detalles?", "deberías haberte esforzado un poco más") sobre qué es robar, porque hoy "al que roba poco lo llaman ratero y le encarcelan; en cambio, al que lo hace en gran escala le llaman financiero y recibe todo tipo de elogios por su espíritu empresarial". El octavo precisaría de mayor finura de análisis filosófico del lenguaje: "¿Estás seguro que se puede hablar sin mentir?...
Según Goethe nos diste la palabra para que pudiéramos ocultar mejor nuestros pensamientos"; además, precisamente tus representantes no son, en general, ejemplos de probidad ni de veracidad, y se cuentan entre los más lenguaraces, junto a políticos, publicistas e internetianos de esta era vana de la información (que, por cierto, no previste). El décimo es difícil de cumplir en las condiciones de humanidad y mundo que has impuesto: un mundo de competencia y codicia desenfrenadas, donde millones de personas viven con menos de un dólar diario; un mundo de envidia del propio prestigio dudoso de tu nombre y poder por parte de tantos que se consideran dioses y tratan a los demás precisamente con tu estilo caprichoso y vengativo ("cuando se trata de cuidar las formas nunca has sido muy atento").
En fin, "hay veces que pienso que en lugar de establecer tabúes con tus leyes, lo que hiciste fue dar ideas para que la gente hiciera todo lo contrario", sentencia finalmente Savater en estas claras, desenfadadas páginas, llenas de tópicos (digamos, datos) progresistas, tan obvios y reales como la vida misma, pero elucidatorios y críticos al fin y al cabo. Seguramente las mejores que podían escribirse para una serie de televisión (argentina), de la que fue una especie de guión este libro.
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