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Columna
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Red de San Luis

Vicente Molina Foix

Mañana por la tarde la cabalgata del Orgullo Gay cruzará la Red de San Luis, antes de ir a desembocar en Callao. El lema de la marcha no puede ser más explícito, en su amplia ambigüedad: "Ahora sí". Ahora todo parece más fácil, aunque el colectivo gay/lesbiano sabe muy bien que sólo pidiendo lo imposible, como en aquel eslogan visionario de Mayo del 68, se alcanzará una parte de lo posible. Alcalá, Gran Vía, la propia Red de San Luis (con el cambio de itinerario de este año), acogerán amablemente a los manifestantes. Ahora sí. Hace años, en la Red de San Luis perdió la vida Álvaro Pombo, según el verso inicial de un poema, el último, de su libro Variaciones. Lo estuve recordando el pasado domingo 20 de junio al salir de la Real Academia Española, donde un Pombo de etiqueta, pero no por ello menos salado e inteligente de lo que es, acababa de leer su discurso de ingreso en la docta casa; discurso en el que, entre Rilke y Heidegger, el nuevo académico encontró el hueco para meterse con la jerarquía católica española, que -nos dijo bien claro a los allí presentes- despide en los asuntos de educación, dogma y sexualidad el mismo "tufo eclesial" que asfixió a la generación de Pombo, a la mía, y hoy mismo trata de seguir intoxicando a fieles e infieles. "En la Red de San Luis me cachearon / y me clavaron con las mariposas / En la Red de San Luis me desnudaron / la identidad perdida entre otras cosas".

El incidente que Pombo evoca en sus memorables cuartetos sucedió realmente en los años sesenta, y el escritor lo ha glosado también en alguna novela; Arturo Arnalte lo comenta con detalle en su reciente libro Redada de violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo. Increpado con insolencia por un agente mientras tomaba el fresco en la plaza de España una noche de verano, llevado a la comisaría de la calle de la Luna por afirmar sinceramente su orientación sexual, expulsado del colegio de Vallecas donde daba clases después de que la policía avisara al director del centro, Pombo se refugió en Londres, de donde no volvería hasta finales de la década siguiente. Empezaba, a punto de cumplir los cuarenta años, su brillante carrera literaria.

En las páginas de la novela El cielo raso, donde el protagonista Gabriel Arintero vive ese mismo episodio, Pombo relata la escena de la comisaría, que acaba cuando, después de haber interrogado al detenido, el policía redactor de la declaración escribe como colofón: "Delito contra natura". Entonces Gabriel Arintero "decidió que no tenía sitio en España y se fue a Londres". Las cosas, desde luego, han cambiado, y no sólo por la plaza de España, la calle de la Luna y la Red de San Luis, a espaldas de la cual se extiende hoy el barrio gay de Madrid. Estos días Chueca está aún más animada que de costumbre, y se diría que su población homosexual aumenta ostensiblemente; llega a hacerse raro ver por esas calles a dos mujeres que no vayan cogidas de la mano, a dos chicos que no se besen mientras esperan a que el semáforo se ponga verde (¿de envidia?). El resto del año, la famosa visibilidad gay es menor, pero permanente, creciente. Muestras visibles de cariño. Un amigo muy descarado (más por andaluz que por dadaísta) con el que solía yo ir en los años 1970 a un recoleto club gay de la calle de Larra, hoy me parece que desaparecido, tenía actitudes drásticas al respecto. En el metro, en los parques, en un banco de la Castellana, si veía a una pareja de novios heterosexuales amartelados, les reprendía agriamente hasta que los tortolitos dejaban de arrullarse. Y entonces mi amigo, para aclarar que él no era un cruzado de ninguna liga de la decencia, se plantaba delante del chico de la pareja y le decía a la novia: "Mientras yo no pueda ser libre de besarme por la calle con un tiazo así, tú, guarra, tampoco".

Tal vez exageraba mi afeminado amigo de Almería, como aquellas feministas radicales norteamericanas, también de los años setenta, que combatían el machismo castrando a tiros al primer hombre que se les pusiera delante, incluso si era Andy Warhol. Mañana sábado nadie perderá la vida por ser homosexual en la Red de San Luis, ni los cuerpos de los manifestantes, sean musculocas, osos o boyeras, serán clavados como mariposas en los ficheros de la policía. Buenas noticias. No estaría mal, sin embargo, que una vez terminada la fiesta, todos recordásemos el vía crucis gay que hace no tanto tiempo recorría las calles de Madrid: para que no se repita.

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